Por Walter Fagoaga.
El 21 de septiembre, por decreto legislativo en El Salvador, se celebra el “Día Nacional de la Ciencia y Tecnología”, que significa un reconocimiento a la tarea realizada por hombres y mujeres, para promover la actividad científica y tecnológica.
Usualmente quienes hacen ciencia en El Salvador han tenido un escaso reconocimiento social en comparación a otros actores públicos, algo que es evidenciado en los estudios relacionados con la percepción social de la ciencia, realizados por el Observatorio Nacional de Ciencia y Tecnología del N-CONACYT.
A pesar de tal situación, la comunidad científica salvadoreña hace los máximos esfuerzos, desde sus capacidades, para cumplir una tarea que posiblemente no sea viral en el contexto de las redes sociales o no cuente con un espacio en la gama de los medios de comunicación de masas, pero que, en el futuro inmediato puede definir buena parte de nuestra vida y bienestar colectivo.
La pandemia de COVID-19 dejó una clara lección en materia del valor del conocimiento científico, ya que, sin la investigación y el desarrollo de una vacuna, regresar a la “normalidad” no hubiese sido posible en un corto plazo, si se compara con la duración de otras pandemias.
En relación con lo anterior, la peste negra, la gripe española, el sarampión, entre otras pandemias, cobraron millones de vidas de seres humanos, debido a que, en estas etapas históricas aún el desarrollo científico no era suficiente y sus alcances, además de ser embrionarios, eran opacados por lo mítico y mágico, pero que poco a poco el avance de la ciencia fue dejándose ver y así, se han ido consiguiendo importantes logros para el beneficio de la humanidad.
Por supuesto, también la pandemia ha mostrado que existe una geopolítica del conocimiento, donde quienes tienen el mayor poder de decisión sobre la investigación en salud son los países con mayores ingresos, no obstante, en otras enfermedades – que también matan millones de seres humanos al año – no ha existido el mismo interés por desarrollar vacunas que las combatan, simplemente porque no les ha afectado como lo hizo el COVID- 19. Sin duda, también hay mucho que decir del papel de la ciencia y la desigualdad social.
Regresando a El Salvador, los retos que enfrenta la comunidad científica salvadoreña son grandes, sobre todo porque estamos ante un mundo que cada vez más se acerca a la incertidumbre de amenazas planetarias, donde si no se avanza en la consolidación de una masa crítica, desde nuestra realidad, nos veremos a la zaga de lo que otros están logrando y, al mismo tiempo, reducidas nuestras posibilidades de incidir en la solución de nuestros propios problemas.
Por último, plantear que el conocimiento científico debe acompañar el desarrollo y de ahí, que sea importante, desde cada uno de los sectores claves en esto, cohesionar los esfuerzos para constituir un ecosistema para que la innovación, ciencia y tecnología se articulen con los procesos de desarrollo y se construya una comunidad de conocimiento que posibilite que nuestro país sea clave en los aportes desde el conocimiento científico, para afrontar los retos de un mundo que avanza a velocidades inimaginables.