Por Mario David Mejía.
No hay duda de que la naturaleza humana existe, pero… ¿qué debemos entender por naturaleza humana? Podemos decir que la naturaleza humana es el conjunto de rasgos físicos y cognitivos que nos definen como especie Homo sapiens. Esto significa que, desde hace al menos unos 20 mil años hasta este 2025, por encima de las diferencias culturales que han existido a lo largo de la historia, hay patrones de comportamiento y pensamiento que se repiten de forma universal.
Una creación propiamente humana, que funciona como una radiografía profunda de la naturaleza humana, es la literatura. La literatura misma es señal de que existe una naturaleza humana: todas las sociedades han creado alguna forma de literatura porque un rasgo esencial de nuestra especie es la alta capacidad de imaginar, lo que a su vez da lugar a la creación de ficción. Por lo tanto, la literatura es un terreno fértil para esa expresión. Por ejemplo, desde tiempos inmemoriales, la imaginación humana, a través de creaciones literarias orales y escritas, ha concebido la existencia de dioses, demonios, hadas, duendes, y otros seres fantásticos. El simple hecho de crear literatura implica crear ficción, pues toda obra literaria conocida contiene ficción.
Un rasgo esencial de la naturaleza humana es la guerra. Desde tiempos muy antiguos, la guerra se ha visto como algo honorable. La literatura épica justamente hace eso: pintar la guerra como virtuosa y grandiosa, porque es inherente al ser humano sentir gloria al combatir a un enemigo que percibe como malvado. Obras como la Ilíada de Homero, el Cantar de Roldán, El Mío Cid, el Cantar de los Nibelungos, entre otras, nos comunican la predisposición universal del ser humano hacia la guerra, el honor y la venganza. La mente humana, por naturaleza, divide la realidad social en un “ellos” y un “nosotros”; por eso existe la guerra, y por eso existe la literatura épica.
El enamoramiento, ese fuerte apego amoroso y/o sexual hacia otra persona, ha existido de forma universal. Es un sentimiento intenso que provoca tanto placer como sufrimiento. Recordemos el profundo amor de Aquiles hacia Patroclo en la Ilíada, el intenso amor entre Romeo y Julieta en la obra de Shakespeare, o los consejos de amor y seducción para hombres y mujeres plasmados en El arte de amar de Publio Ovidio Nasón. También está el suicidio del joven Werther por no poder estar con su amada, en la obra Las penas del joven Werther escrita por Goethe, que fascinó mucho a Napoleón Bonaparte. Vemos así que el apego amoroso y/o sexual es un fenómeno humano universal, y por eso la literatura refleja este poderoso sentimiento.
Otro rasgo muy humano es el deseo de rescatar un pasado con el que se identifica. En El Salvador, contamos con la literatura indigenista como expresión de ese anhelo. Algunos ejemplos son el poema Los nietos de Jaguar de Pedro Geoffroy Rivas; los cuentos El encomendero, La loba, El códice maya y otros, atribuidos a Francisco Gavidia; Mitología de Cuscatlán de Miguel Ángel Espino, el cuento Naba de Salarrué, entre otros. Vemos así que el deseo humano de rescatar el pasado, más allá de los intereses políticos del momento, es un fenómeno universal, y por eso existe la literatura indigenista.
Otro rasgo muy humano es el deseo de buscar explicación a las conductas de otros que no entiende, pero que intenta comprender creando racionalizaciones. La literatura expresa ese deseo humano universal. Tenemos, por ejemplo, las obras de Dostoievski como Los hermanos Karamazov, Apuntes de la casa muerta, Crimen y castigo, entre otras. El aporte de estas obras es que intentan explicar conductas humanas antes vistas como demoníacas, desde una perspectiva racional que no busca condenar, sino comprender. Nos guste o no, esas conductas que percibimos como retorcidas también forman parte de la naturaleza humana. Un autor salvadoreño que realiza una labor parecida es el cuentista José María Méndez, con cuentos como Juegos peligrosos, Pantaleón Pérez, Sentencia definitiva, El espejo del tiempo, Justa petitio, entre otros. Vemos que la necesidad de comprender las conductas humanas que al principio nos resultan incomprensibles, es una necesidad vital y universal, y por eso existe este tipo de literatura.
Existen muchos más rasgos de la naturaleza humana que la literatura de todos los tiempos ha reflejado, pero por el momento me detendré aquí. Sin embargo, es válido reflexionar sobre algo: ¿puede la inteligencia artificial crear literatura? El debate está abierto, y a mi juicio no hay una respuesta definitiva por ahora. Pero yo digo esto: que aceptes o no la posibilidad de que la inteligencia artificial pueda crear literatura depende, en gran medida, de la idea que tengas sobre lo que es el ser humano. Si crees que el ser humano es una entidad única, y que las emociones y sentimientos que experimenta son cualidades espirituales irrepetibles, entonces difícilmente aceptarás que una inteligencia artificial pueda producir literatura verdadera. Pero si, en cambio, crees que el ser humano no es más que una máquina biológica, y que sus emociones y sentimientos son simplemente expresiones del funcionamiento de dicha máquina, entonces es más fácil que aceptes la posibilidad de que la inteligencia artificial llegue a producir algún tipo de literatura.
Desde hace milenios hasta hoy, la literatura ha sido una creación profundamente humana, una de las mejores radiografías de la especie homo sapiens. La inteligencia artificial, en la actualidad, parece querer disputarle ese monopolio de creación, pero, aun así, nadie puede negar que la literatura hecha por humanos sigue siendo una de las mejores expresiones de los deseos, miedos y conflictos que el ser humano ha tenido universalmente desde que es humano.