Por Carl Bildt
ESTOCOLMO – Ahora que Rusia está tan dañada y disminuida, como consecuencia de la insensata guerra por elección de su presidente Vladímir Putin en Ucrania, ¿qué futuro aguarda al país? Los escenarios posibles van de una toma del poder a manos de un halcón del área de seguridad como Nikolai Patrushev a la victoria electoral de un disidente como Alexei Navalni. Pero una cosa es casi segura: el régimen de Putin no sobrevivirá a la guerra que él inició.
Aunque la «vertical de poder» de Putin atraviesa muchos ámbitos económicos y políticos, es totalmente dependiente del control estricto desde la cima. Toda la estructura empezará a fracturarse cuando ese control se debilite y diferentes grupos e intereses empiecen a maniobrar para recoger los despojos del inevitable colapso. La principal fortaleza del sistema (un control verticalista todopoderoso) se convertirá entonces en su debilidad fatal.
Este nuevo «tiempo de problemas» (un tema recurrente en la historia rusa) comenzará de inmediato tras la salida de Putin. Pero todavía no podemos saber qué fuerzas políticas se afirmarán tras su caída. Mi conjetura es que no habrá mucho interés en continuar la errada aventura de Putin en Ucrania. Putin empezó la guerra por decisión propia, y ahora sabemos que sus más altos funcionarios de seguridad nunca estuvieron muy entusiasmados. Quedó de manifiesto ya en la famosa reunión televisada del consejo de seguridad del Kremlin del día 21 de febrero de 2022.
Incluso tras un año de represión y propaganda incesantes, el apoyo de la población rusa a la guerra de Putin es tibio en el mejor de los casos, y las encuestas de opinión muestran una mayoría favorable a negociaciones de paz. Cualquier líder o facción que surja después de Putin tendrá que fijarse como prioridad poner fin a la guerra lo antes posible.
Pero esto no quiere decir que será fácil detener los combates, y menos aún volver al statu quo anterior a la invasión. Surgirán sin duda voces que pidan una agenda imperialista aún más agresiva, y querrán prevalecer a toda costa, por temor a perder la vida o el sustento. Pero en un contexto de claro apoyo de la opinión pública a que se termine la guerra, con la vertical de poder de Putin en desintegración y la maquinaria represiva del Kremlin en desconcierto, para los ultranacionalistas será una batalla cuesta arriba.
Además, los períodos problemáticos siempre han impulsado demandas de gobernanza más representativa. La aprobación de una constitución democrática fue tema dominante durante las últimas décadas del zarismo, y hubo proyectos similares en los años que siguieron al derrumbe de la Unión Soviética. No hay razones para pensar que esta vez sea diferente.
Por supuesto que no es muy probable que la oposición democrática rusa salga de prisión o vuelva del exilio y se haga con el poder de un día para el otro. Pero no hay que subestimarla. Incluso en condiciones sumamente represivas e injustas, los partidarios de Navalni se las arreglaron para conseguir 20 o 30% de los votos, y el apoyo de los votantes más jóvenes y urbanos no deja de crecer. El canal de Navalni en YouTube, con una programación que incluye noticias y asuntos de actualidad, llega a decenas de millones de personas; y la audiencia es mayor sumando la televisión y otros medios independientes.
Una posibilidad muy remota sería que se desintegre la Federación Rusa. Para estimular el apoyo a la guerra, el régimen de Putin presentó este escenario como un objetivo explícito de Occidente. Pero en realidad, Occidente no busca nada parecido. Cuando en 1991 Chechenia se declaró independiente, no hubo el menor atisbo de que los gobiernos occidentales fueran a darle apoyo. Y aunque la cuestión chechena seguirá siendo un tema discutido, jamás habrá un aval de Occidente a la independencia de Chechenia.
Igualmente infundadas son las especulaciones que hablan de independencia para las regiones del extremo oriental y Siberia. Basta pensar en las grandes protestas públicas de 2020 en Vladivostok. Los manifestantes agitaban banderas bielorrusas (opositoras) y ucranianas como símbolos de democracia, pero no se hacían ilusiones respecto de lograr la independencia de una región inmensa y despoblada tan cercana a China.
En cualquier caso, ya hay buenos motivos para suponer que las élites dentro de la estructura rusa de poder han comenzado a explorar discretamente las posibilidades para su país después de Putin. La elección presidencial de 2024 ya está cerca, y el futuro político del país es un tema de debate legítimo y urgente.
Al final, el destino de Rusia lo decidirá su pueblo. Nadie más puede lograr un cambio de régimen. Pero eso no quiere decir que Occidente deba abstenerse de influir en el resultado. Por el contrario, los gobiernos de Occidente tienen que buscar modos de crear condiciones e incentivos para que prevalezcan las fuerzas más democráticas. Putin no es inmortal, y su fragilidad política se vuelve más evidente con cada día que pasa.
Traducción: Esteban Flamini
Carl Bildt fue primer ministro y ministro de asuntos exteriores de Suecia.
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