lunes, 15 abril 2024

Proyecto fallido

¡Sigue nuestras redes sociales!

Saqué adelante a mis hijos, a mis consultantes"¦ pero no pude ayudar a la niñez salvadoreña porque no me dejaron

Mis inicios en el Hospital Bloom fueron difí­ciles, aunque, a la vez, mi estancia en él fue muy provechosa, tanto para mí­ como para los pacientes que tuve el gusto de atender. Como estaba incorporándome, me pusieron con una doctora que cubrí­a el área de psiquiatrí­a infantil, aunque era psiquiatra general. Yo me presenté ante ella tí­midamente, y fue evidente que no le agradó tenerme a su lado. En una primera instancia creo que pensó que yo llegaba a sustituirla o a fiscalizarla. Cuando le dije que me estaba incorporando, me respondió a todo pulmón y delante de los pacientes: "¡Ah! entonces usted es gata; una gata".

Así­ les dicen a los que aún no son médicos (yo lo era, pero aun no reconocida en El Salvador). Me contaron luego las secretarias que eso se escuchó hasta afuera de la oficinita, y no es extraño, considerando que no tení­a puerta. Ella llegaba solamente un par de horas al dí­a; en cambio yo pasaba de 8 de la mañana a 2 ó 3 de la tarde allí­, por lo que me dio tiempo para conocer a muchas personas, maravillosas algunas, no tanto otras.

La vida laboral en un hospital, es apasionante. Para mí­, como psiquiatra infantil en un hospital de niños, más todaví­a. Observar y analizar el sufrimiento, tanto de niños y padres de familia, como de médicos y enfermeras, unos más indiferentes que otros, fue muy aleccionador. Sospechaba que mis colegas médicos se sentí­an un poco amenazados por "la doctora que examinaba sin estetoscopio" (así­ me decí­an); o sea, la “analiza-pensamientos”, querí­an decir. Y es que aun para los médicos, la psiquiatrí­a es una especialidad orientada a buscar los locos entre los cuerdos.

Nada más alejado de la realidad; sobre todo cuando se ha hecho una subespecialidad en niños y adolescentes y otra en terapia familiar. Yo sabí­a algo de en qué consisten las demás especialidades de la medicina. Ellos, en realidad, no sabí­an nada de en qué consistí­a la mí­a. Para los propios colegas médicos la psiquiatrí­a estaba impregnada del mismo estigma que para el resto de la sociedad, y eso era un gran obstáculo para que mi recurso pudiera ser apreciado.

Fue un esfuerzo largo y solitario conseguir que algunos colegas médicos empezaran a comprender, aunque fuera un poquito, que no hay que estar "loco" para recurrir a la psiquiatrí­a. Esta nos proporciona una mirada neutral ante problemas cotidianos de nuestra vida en relación con nosotros mismos, la pareja, amistades, en el ámbito laboral y el ambiente social en general.

Pasado un tiempo se me ocurrió pedir plaza en el Ministerio de Salud Publica, y aquí­ sí­ hubo suerte. Como la doctora ya mencionada llegaba a dar consulta a última hora de la mañana, a mi me asignaron la hora más tempranita, lo cual me agradó bastante. Ya con cierta autoridad, lo primero que hice fue negarme a dar consulta, a menos, que le pusieran puerta al cubí­culo, pues, como ya dije, se oí­a todo lo que los pacientes estaban hablando, que muchos de los casos se trataba de abusos o violaciones, y en todos los casos, de temas personales y privados. El ser humano tiene derecho a su privacidad siempre, y, en particular en temas de salud; más aun en el caso de la psiquiatrí­a.

Pobres enfermeras; les fue complicado, pero lograron que mandaran ponerme una puerta. Para lo que ya no alcanzó su buena voluntad, fue para ponerme un ventilador, como tení­an todos los demás cubí­culos. Pues tozuda yo, como siempre, pedí­ autorización para llevar mi propio ventilador y dejarlo allí­ hasta que decidieran ponerme uno de parte del hospital. Así­ mismo, empecé a tratar de que nos diesen al menos unas cuatro camas en la sección de hospitalización para los niños ví­ctimas de abuso, ya que hasta entonces la práctica era llamar al médico para "hacer hablar al paciente" (como si de un acusado se tratase), curar alguna lesión, si la habí­a, y "para afuera". A mí­ eso no me parecí­a nada adecuado, y yo defendí­a que cada quien tiene derecho a hablar al ritmo que su alma le permita; y, por supuesto, no arrancaba confesiones del trauma para luego firmar el alta y “afuera”. En alguna ocasión llegué a cuestionar a algún jefe de servicio sobre qué sentirí­a si yo tratase así­ a su hija o pariente.

Las pruebas psicométricas que se utilizaban en este centro, eran, casi casi, “de las que trajo Colón en las carabelas". En ellas la mayorí­a de los niños arrojaban coeficientes intelectuales deficientes; por lo inadecuado de las pruebas, y, además porque la mayorí­a de pacientes son niños inquietos y, frecuentemente, con problemas de atención. Toda esta situación me invitó a crear una unidad de Salud Mental de calidad y como merecen los niños salvadoreños. Para ello, al salir del hospital, me iba a recorrer embajadas, agencias de cooperación internacional, universidades, etc. para lograr apoyos económicos y técnicos para realizar mi sueño. 

En este tiempo ya habí­a aparecido en el firmamento otro doctor psiquiatra pediatra, que, por alguna razón, no fue aceptado como miembro de la Asociación de Pediatrí­a. Curiosamente, a él sí­ fue posible habilitarle un cubí­culo con ventilador. Pasado un tiempo, logré tener un bonito proyecto de Unidad de Salud Mental, y empecé a pedir para la misma un gran cubí­culo que estaba vací­o en el anexo del hospital. El director daba visos de aceptar, pero solo si habí­a consenso de los tres médicos que atendí­an el área de psiquiatrí­a.

Acá empezó otro calvario. Me ocurrió lo de "la gallinita que se encontró un grano de maí­z y querí­a hacer un pastel con él". Nadie me ayudó a hacer mi proyecto, y menos a buscar recursos; pero lo peor fue que la doctora original, la que me habí­a llamado “gata”, se alió con el nuevo doctor en contra mí­a, decidiendo dar a éste la dirección de mi propio proyecto, de mi sueño. Me pareció una jugada muy fea, y apele a las autoridades del hospital, pero, como Poncio Pilatos, se lavaron las manos.

Pasé dí­as amargos. Finalmente, y ya sin nada que hacer, llegó el dí­a de firmar el acuerdo para iniciar los trámites de la Unidad. Habiendo ya firmado la colega mujer; nos reunimos el colega varón y yo. Para no firmar, fingí­ haber tenido un accidente en mi mano derecha, y a solas con el doctor, y con mi mano enyesada, le pregunté: "¿Verdad que a usted ni le interesa esto, y lo hace por quitarme mi sueño?" "Sí­" fue su confidencial respuesta. Me quedé con las ganas de golpearlo con la mano enyesada, pero simplemente me fui, y a los pocos dí­as presenté mi renuncia. 

Allí­ les quedó todo listo para llevar a cabo mi sueño, pero creo que aun ahora, veinte años después este solo existe en un papel mojado y en mi alma. Y es que, por bueno que sea un proyecto, es la voluntad de las personas lo que mueve las cosas. Creo yo, a quien terminaron marginando, era la única que tení­a la voluntad y disposición. Es un ejemplo más de por qué las cosas funcionan como funcionan en nuestro paí­s.

Tras ello, me dediqué exclusivamente a mi consulta privada, en la que me fue de maravilla, ya que Dios me dio tan abundante clientela que quejarme no puedo. Allí­ utilicé pruebas adecuadas, y tení­a psicólogas y terapeutas educativas. Qué lástima que solo se beneficiaran aquellos con recursos para pagar un servicio privado, y no la población más necesitada.

¿Y qué pasó con mi sueño? Aún lo tengo en el alma. No considero justo que nuestra niñez Salvadoreña no pueda tener la atención adecuada que merece y necesita. La causa de muchos “ninis”, son dificultades de aprendizaje que no se detectan ni se atienden en forma adecuada. En fin, podrí­a mencionar mil razones de por qué es necesario atender la salud mental de nuestra niñez y sus familias, de una forma integral. En mi corazón  ha quedado  una gran tristeza. Saqué adelante a mis hijos, a mis consultantes”¦ pero no pude ayudar a la niñez salvadoreña porque no me dejaron.

¡Hola! Nos gustaría seguirle informando

Regístrese para recibir lo último en noticias, a través de su correo electrónico.

Puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento.

spot_img

También te puede interesar

Margarita Mendoza Burgos
Margarita Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicólogía Médica, Psiquiatrí­a infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España; colaboradora de ContraPunto
spot_img

Últimas noticias