El presidente salvadoreño, Salvador Sánchez Cerén, confirmó hoy su deseo de que el monseñor Oscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980, sea canonizado pronto y en El Salvador, tal como se produjo el proceso de su beatificación.
Romero era arzobispo de San Salvador y jefe de la jerarquía católica local cuando fue asesinado en el altar por un francotirador pagado por un grupo de ultraderecha, proceso que por el momento sigue impune en la Justicia.
Su caso es uno de los más importantes investigados por la Comisión de la Verdad, que culpó a Roberto D’Aubuisson como ejecutor del plan de los Escuadrones de la Muerte de ultraderecha para matar a Romero.
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El prelado fue un defensor del respeto a los derechos humanos y denunció la violencia política que imperaba en El Salvador antes de 1980. Sus denuncias desde la propia Catedral Metropolitana hicieron que los militares lo consideraran enemigo y "cura comunista".
"Estamos seguros, tenemos la fe puesta en Dios que ese proceso va a culminar y que culmine antes de la fecha del centenario (de Romero, en agosto próximo) y que podamos acá en El Salvador ser también testigos -no solo de la beatificación que ya fuimos testigos- sino también de su canonización", dijo Sánchez Cerén según un comunicado de Presidencia.
El mandatario también afirmó su confianza en la posibilidad de que el Papa Francisco pueda visitar El Salvador para canonizar a monseñor Romero y traslade al país su mensaje de paz y esperanza.
El domingo, el nuncio apostólico Léon Kalenga reveló que la Conferencia Episcopal de El Salvador ha sido invitada por el Papa Francisco a un encuentro en el Vaticano.
Sánchez Cerén se sumará al impulso por la canonización del beato Romero a través de una carta dirigida al Papa Francisco, la cual fue llevada por los prelados católicos ante el Sumo Pontífice.
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"Vamos a ser parte de todo ese esfuerzo del país por hacer de este año, un año de reflexión, un año que nos ilumine con la figura de monseñor Romero para alcanzar la paz", apuntó finalmente el mandatario.
La muerte de Romero, el 24 de marzo de 1980, fue el detonante para el estallido de la guerra civil salvadoreña. Hoy su figura es emblema y símbolo de paz a nivel mundial.
Durante la guerra civil (1989-1992) fueron asesinados más de 30 sacerdotes y monjas, a los que las fuerzas dictatoriales acusan de colaborar con las guerrillas de izquierda.
El sacerdote Rutilio Grande, asesinado en 1979, está en proceso de beatificación. Era jesuita y trabajaba en la organización de los campesinos sin tierra y sin trabajo.