Siempre me ha costado involucrarme en la política salvadoreña, desde pequeña, cuando se me inculcó el partido por el cuál debía votar. Desde acompañar a mis padres a votar, y finalmente ahora, en mi vida adulta, cuando me considero una activista por los derechos de las mujeres y poblaciones LGBTI, y me tengo que auto-arrastrar a las urnas, muchas veces a votar por gente que no me interesa/representa, o a anular el voto, o a comer una minuta…
En fin, votar nunca ha sido algo que hago con alegría y disposición, y creo que es la misma historia para muchas personas jóvenes en estos días (excepto lxs recalcitrantes de cada partido y la nueva derecha de Nayib). Estoy decepcionada, aburrida, y poco o nada impresionada con las opciones. Es como ir a una heladería de un único sabor (sabor tierra), y que no me quede más que comprar ese único sabor metálico y polvoso cada cierto tiempo. Triste.
La misma historia fue este pasado Domingo 3 de febrero. Aunque en esta ocasión, la heladería tenía un nuevo sabor: Tierra y golondrina. Entonces, rolé mis ojos hasta el cielo (con sarcasmo, no con devoción, yo no creo en esas cosas), y me decidí a probar el nuevo sabor.
No porque sepa menos a tierra, sino porque creo que Nayib, en su semblante de traidorcito, es el menos homofóbico, y el más posible de cambiar su posición en cuanto a los derechos fundamentales de las minorías.
Porque (espero) que, por ser joven, y por ser un adepto a la religión del marketing, su postura en cuanto a los temas de derechos humanos sea dócil, y se mueva con las corrientes progresivas que son tan populares actualmente en el mundo (y en las redes sociales). Esas que han logrado avances importantes en países desarrollados, esas que los mismos dinosaurios y señoras pomposas de El Salvador se rehúsan a dejar pasar, porque ya sabemos: somos un pueblo gobernado por los mismos dueños de finca de siempre, somos un pueblo donde la riqueza está tan mal distribuida, la educación es de tan mala calidad, la religión es tan asfixiante, y la moral es tan hipócrita, que no tenemos discernimiento. Siempre nos toman el pelo. Siempre nos ven la cara.
Vivimos en burbujas de privilegio, pero digo nosotrxs (la clase media, minoría), porque allá afuera, en el campo, en otros pueblos, en otros cantones, la gente vive mal. Viven en situación de pobreza crónica. Viven en miseria. Para siempre marginados y castigados. Para siempre despreciados, y poco merecedores de sus ABSOLUTAMENTE IMPERATIVOS derechos humanos.
Y yo quiero que pensemos en ellxs. Quiero que pensemos en esas personas que no tuvieron nada para comer hoy. Esas personas que dan a luz a sus ‘terroristas´ favoritos: “los bichos”. ¿Por qué creen ustedes que existen las maras?, ¿será por maldad?, ¿o será porque una gran parte de nuestra población vive en condiciones de pobreza extrema, y no tienen opciones, y porque muchos vienen de un círculo de violencia que no termina?, si ellos no tienen ni una alegría, si luchan cada día por sobrevivir, si viven en carencia y desgracia, ¿cómo esperan que sean?
Es tan cómodo pensar que ellos están alejados de nosotrxs moralmente como personas. Pensar que son monstruos. Y sí, efectivamente lo son. Son monstruos que nosotrxs mismxs y nuestro gobierno ha creado. Es responsabilidad nuestra, de las cúpulas, de los gobernantes. Es responsabilidad de todos los dirigentes que han ignorado y marginalizado por siglos a estas personas y sus condiciones de vida.
Tenemos lo que nuestros padres y nosotrxs hemos cosechado. La solución no es exigirle políticas ‘duras´ de seguridad al gobierno. Esa no es la solución, matar a toda esa gente NO ES la solución. La solución es darles atención, salud, educación, trabajar para mejorar sus comunidades: si los más vulnerables están bien, TODES vamos a estar bien. Es una balanza.