sábado, 13 abril 2024
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Por Benjamín Cuéllar

Hace unos días, luego de una entrevista transmitida en las llamadas “redes sociales”, circuló en estas un extracto de la misma que alguien editó colocando al inicio el siguiente texto: “Benjamín Cuéllar, ex director [sic] del Instituto de Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA) y ahora asesor del fiscal general [sic] Rodolfo Delgado, relata algunos hechos sucedidos antes del asesinato de los jesuitas y sus colaboradoras”. Ciertamente, lo que expresé en esa parte de mi conversación con el periodista tenía que ver con algunos sucesos previos a la masacre perpetrada –el 16 de noviembre de 1989– en la residencia que habitaban los sacerdotes y adonde además vivían Julia Elba Ramos y su adolescente hija Celina Mariseth, también ejecutadas, junto con el esposo de la primera y padre de la segunda. Lo que rechazo enérgica y categóricamente es lo primero.

Por ello, luego de conocer tan malintencionada patraña, intenté salirles adelante a quienes quisieran usar dicho material para difundir dolosamente algo del todo falso. Entonces, con firmeza declaré que estoy y siempre estaré acompañando a víctimas de violaciones de sus derechos humanos; lo haré hasta que me den las fuerzas. Sin embargo, con toda seguridad no faltará gente que molesta por mi modesta contribución a esta necesaria e importante causa acá en El Salvador, en México y en otros países, la repetirá una y otra vez; quizás hasta le agregará que hoy, a estas alturas de mi existencia, terminé “vendiéndome” porque al fin “me llegaron al precio”.

Para que le quede claro a quien se inventó semejante imputación insidiosa, mis primeros pasos en este quehacer los comencé a dar hace más de medio siglo; lo hice, siguiendo a mi hermano mayor Roberto Joaquín –fundador y primer director del Socorro Jurídico Cristiano– quién a su vez seguía los del jesuita español José María Cabello. Y coincidiendo con el 45 aniversario del martirio de Rutilio Grande, también jesuita y ahora beato, vuelvo a contar que fue él quien a mis quince abriles me propuso leer el documento final de la segunda conferencia general del Consejo Episcopal Latinoamericano celebrada en Medellín, Colombia, del 24 de agosto al 6 de septiembre de 1968.

Con base en este trascendental texto y los consejos del gran Rutilio, a tan corta edad redacté el discurso que leí en la conmemoración de los 150 años de la declaración de la independencia centroamericana. Eso ocurrió dentro del colegio más elitista del país en aquella época, el Externado de San José, frente al alumnado y el profesorado del mismo; también ante padres y madres de familia en su inmensa mayoría de tendencia “conservadora”. Algo atrevido el cipote…

Mencioné a México, mi segunda patria, porque a esa nación viajé más de una década después –el 31 de octubre de 1983– a vivir una especie de “autoexilio” que duró ocho años, dos meses y cinco días. Fui recibido por Gonzalo Balderas Vega, fraile de la Orden de Predicadores, fundada por Santo Domingo de Guzmán; por eso, a sus integrantes les dicen “dominicos”. Con el entrañable Gonzalo, fallecido el año pasado, fundamos allá el tercer organismo de derechos humanos: el centro “Fray Francisco de Vitoria”. Fui expulsado dos veces de esa querida tierra:  la primera en 1991 y la segunda en 1997; en ambas ocasiones invocaron el artículo 33 constitucional, pues siendo “extranjero” me metí en “asuntos políticos del país”.

Entonces regresé a El Salvador el 5 de enero de 1992; al siguiente día tomé asumí la dirección del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. En ese cargo permanecí hasta el 31 de enero del 2014. A lo largo de las cinco décadas transcurridas desde aquellas inquietudes juveniles hasta la fecha, sufrí amenazas y atentados. La pregunta es si, habiendo estado durante tanto tiempo del lado correcto de nuestra historia nacional, ¿por qué habría que pasarme hoy a la otra orilla?

Nunca he ocupado cargo público alguno ni acá ni en México. Sí participé –sin recibir siquiera una tan sola dieta– en los consejos consultivos de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos y del Consejo Centroamericano de Procuradores de Derechos Humanos, allá por 1996, estando a la cabeza de la primera entidad Victoria Marina Velásquez de Avilés. Pero eso es otra cosa.

Por todo lo anterior, la herencia para mis hijas son las tres razones que me han mantenido sin torcer mi transitar por esta vida: la convicción de lo correcto que es defender y promover los derechos humanos, la coherencia de mis esfuerzos por hacerlos valer y el corazón para entregarme a dicha ocupación en favor de las víctimas de sus violaciones. Así que… ¡no jodan!

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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