viernes, 13 diciembre 2024

Necesidad de emociones fuertes

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No es una novedad que las cintas de terror tienen una enorme aceptación, especialmente entre los jóvenes. ¿Alguna vez se han preguntado por qué? ¿Es que nos gusta sufrir?

Durante los últimos años hemos visto cómo proliferan las pelí­culas de terror en las carteleras de cine: actividades paranormales, muñecas diabólicas, monjas asesinas, niños poseí­dos, zombis insistentes y otros personajes desfilan por las pantallas en franquicias que se reproducen como conejos.

Es cierto que son filmes que se hacen sin un gran presupuesto y que no necesitan una megaestrella como vehí­culo de promoción, pero la explicación principal de por qué se producen tanta cantidad es muy sencilla: cuentan con un público cautivo muy grande.

No es una novedad que las cintas de terror tienen una enorme aceptación, especialmente entre los jóvenes. ¿Alguna vez se han preguntado por qué? ¿Es que nos gusta sufrir?

No, no es eso. Sin embargo, hay que reconocer que las emociones fuertes son muy importantes para nuestro organismo y bienestar; especialmente en nuestra mente, ya que activan una serie de sensaciones necesarias para ambos. En un inicio, en tiempos del hombre primitivo, vivir era una emoción constante. Se viví­a cargando y descargando adrenalina, donde entraban en juego la hormona activadora y la hormona del placer. Ahora hay tanto bienestar que se ha perdido el deseo de leer y transportarnos a otros mundos a través de la literatura, la rebeldí­a de la poesí­a o el delirio de un buen concierto.

En ese sentido, y volviendo al comienzo, una pelí­cula de terror es un buen estimulante. Genera sensaciones tan diversas como arrobamiento, distracción, sensación de euforia, y, al final, confort. Para explicarlo cientí­ficamente, cuando sentimos temor, el cerebro libera adrenalina, pero al verificar que la situación es segura activa la dopamina, el neurotransmisor asociado al placer y la recompensa. Lo curioso es que cuando ha terminado la pelí­cula la emoción se prolonga durante un buen rato y esto contagia la actividad siguiente. Es lo que se conoce como la transferencia de excitación, por lo tanto las actividades posteriores serán sin duda será más intensas.

Según la psicóloga española Isabel Serrano-Rosa, “la psicologí­a clí­nica utiliza esta capacidad de recreación mental del temor con fines terapéuticos. El miedo patológico lleva a tres conductas disfuncionales: evitar las situaciones temidas, la ilusión de control y pedir ayuda en exceso. Sólo hay una solución para los miedos: afrontarlos"

El problema surge, en todo caso, cuando queremos llevar al extremo estas sensaciones y ya no basta una pelí­cula de miedo o un concierto o no encontramos formas de estimularnos de forma adecuada como las mencionadas anteriormente Y no lo digo por practicar deportes extremos, que puede ser una excelente opción. Me refiero a cuando se recurre a las drogas, el alcohol, los retos virales o los juegos de azar para generarnos ese subidón. Y eso se potencia si se hace en grupo, pues si bien hay personas que tienden a ser más solitarias lo más común es que se desinhiban actuando en grupo, lo cual genera una transmisión sensorial más profunda.

Un subidón exprés, como es el que provoca el consumo de drogas, nos retrata como ciudadanos del mundo moderno: pretendemos lograr algo al instante y sin esfuerzo, una muestra más que nos hemos convertido en una sociedad pasiva, haragana y que todo lo quiere ya. Recordemos que lo que menos cuesta se disfruta menos. Las emociones las queremos en el momento, sin dedicar tiempo a elaborarlas. Esto contrasta con el hombre antiguo, que disfrutaba del placer de la caza para alimentarse y la alegrí­a de sobrevivir cada dí­a era suficiente reto. Además, si el efecto es inmediato también lo será menos duradero, y se irá desvaneciendo con mayor rapidez. Por eso se busca una y una otra vez, repitiendo dosis y procesos en un cí­rculo vicioso que puede ser letal.

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Margarita Mendoza Burgos
Margarita Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicólogía Médica, Psiquiatrí­a infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España; colaboradora de ContraPunto
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