Durante mi reciente viaje a Lima tuve el privilegio de reunirme con el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, considerado el padre de la Teología de la Liberación, en la Casa Residencia de San José, del barrio Pueblo Libre, donde me encontraba hospedado. Allí mantuvimos un prolongado y amical diálogo en el que compartimos ideas y experiencias comunes de nuestro largo itinerario teológico y pude comprobar su gran lucidez y extrema cordialidad. Le felicité por sus 90 años que iba a cumplir el 6 de junio y le mostré mi pesar por no poder acompañarle en efemérides tan memorable, ya que tenía que viajar a otros países.
Le conté que mi itinerario teológico comenzó a principios de la década de los setenta del siglo pasado con la lectura de su libro Teología de la liberación. Perspectivas (Sígueme, Salamanca, 1972), que me ayudó a pasar del paradigma de la teología moderna, en el que estaba instalado, al paradigma de la teología de la liberación, que vengo cultivando desde entonces.
El libro de Gustavo ejerció una influencia decisiva en la orientación liberadora de mi tesis doctoral sobre “Historia, teología y pedagogía de la JOC española”, defendida el 6 de junio de 1976 en el Instituto Superior de Pastoral, de la Universidad Pontificia de Salamanca. Fue dirigida por nuestro amigo común y mi maestro el teólogo y pastoralista Casiano Floristán (1926-2006), de quien Gustavo me hizo un elogioso reconocimiento personal e intelectual.
Casiano y Gustavo eran amigos entrañables desde la época del Concilio Vaticano II y compartieron numerosos encuentros teológico-pastorales, amén de las reuniones anuales en la Revista Internacional de Teología Concilium durante las dos décadas en las que formaron parte del Consejo de Dirección, junto con otros colegas como Hans Küng, Johan Baptist Metz, Jürgen Moltmann, Karl Rahner, Aloysius Pieris, Edward Schillebeeckx, Elisabeth Schüssler Fiorenza, Mary Mananzan, Leonardo Boff, Marie-Dominique Chenu, Christian Duquoc…. Varios fueron también los encuentros que yo compartí con ellos en la casa de Casiano en Madrid.
Hablamos extensamente sobre la II Conferencia General del Episcopado Latino-Americano celebrada en Medellín (Colombia) en 1968, que supuso un cambio de paradigma en América Latina: de la Iglesia con restos coloniales al cristianismo liberador. Gustavo fue uno de los teólogos asistentes a dicha Conferencia con una participación muy activa en la elaboración de algunos documentos como el de la POBREZA. Me habló del clima de libertad que se vivió en Medellín, como había sucedido unos años antes durante el Concilio Vaticano II (1962-1965). El Vaticano dio enseguida el visto bueno a los documentos, que al día siguiente de su aprobación se publicaron íntegros en un medio de comunicación colombiano.
Este año se conmemora el cincuenta aniversario de tan significativa efemérides y se celebrarán numerosos eventos en los que recordaremos el cambio de era eclesial que supuso con repercusiones políticas, culturales, económicas, sociales y religiosas beneficiosas de largo alcance. Haremos memoria de algunos de sus principales aportes: la entrada del cristianismo latinoamericano en la mayoría de edad, un nuevo magisterio no dogmático, sino pastoral y social, la opción por los pobres, la crítica del colonialismo en su doble modalidad: el neocolonialismo y el colonialismo interno, etc.
Destacaremos el cambio en la estructura eclesial que supuso la apuesta por las comunidades eclesiales de base consideradas “célula inicial de estructuración eclesial y foco de evangelización” y “factor primordial de promoción humana y desarrollo”. “La vivencia de la comunión a la que ha sido llamado debe encontrarla el cristiano en su ‘comunidad de base´, es decir, una comunidad local o ambiental, que corresponda a la realidad de un grupo homogéneo, que tenga una dimensión tal que permita el trato personal fraterno entre sus miembros” (Pastoral de Conjunto, n. 10).
La acción pastoral propuesta por Medellín se orientaba al fomento de dichas comunidades: “El esfuerzo pastoral de la Iglesia debe estar orientado a la transformación de esas comunidades en ‘familia de Dios´, comenzando por hacerse presentes en ella como fermento mediante un núcleo, aunque sea pequeño, que constituya una comunidad de fe, de esperanza y de caridad” (Pastoral de Conjunto, n. 10).
Medellín intentó responder a los desafíos que se le planteaban en ese momento al cristianismo latinoamericano. Y lo hizo con acierto y valentía, tras un riguroso análisis de la realidad en la ponencia “Los signos de los tiempos en América Latina”, expuesta por el obispo panameño Marcos G. McGrath.
Hoy no podemos volver la vista atrás con añoranza ni quedarnos en la foto fija de hace cincuenta años. Tenemos que analizar los nuevos desafíos a los que debe responder el cristianismo liberador en América Latina y en el mundo global y mirar al futuro. Ese será el principal objetivo de los encuentros en torno a Medellín: tomar impulso de aquella creativa Conferencia para seguir adelante en los nuevos escenarios sociopolíticos, culturales y religiosos.