Por Nelson López Rojas.
Hoy, en mi universidad, vi a muchos con la marca del Miércoles de Ceniza en la frente. Ese recordatorio silencioso que se arraiga en lo más profundo de nuestra existencia: memento mori, recuerda que morirás.
El tiempo no se detiene, como decía Cerati, y con cada día que transcurre, tenemos una nueva oportunidad de vivir con plenitud, de enfocarnos en lo que realmente importa. La muerte nos asusta, lo sé, pero en lugar de verla solo como una advertencia sobre lo que perderemos, también puede ser una invitación a vivir con más intensidad, con más conciencia. Nos impulsa a aprovechar cada instante, a valorar el amor y la paz por encima del odio y la división.
Cada año celebramos la vida, pero también, sin darnos cuenta, nos acercamos un poco más a esa inevitable transición. Mi hermano acaba de celebrar su cumpleaños, y todos lo felicitamos por “un año más de vida”. Pero cada día que pasa es también un día menos en nuestra cuenta. Sin embargo, lejos de ser una razón para temer, esta realidad nos ofrece la posibilidad de dejar huella, de cultivar relaciones, de expresar amor. La muerte no debe aterrarnos, sino recordarnos lo que realmente importa: el afecto y las conexiones que construimos en las pocas décadas que estamos aquí.
Si comprendemos lo frágiles y efímeros que somos, esa conciencia no debe paralizarnos, sino impulsarnos a vivir con más amor y gratitud. El presente es lo único que tenemos, y en él radica nuestra capacidad de elegir cómo reaccionar, cómo amar y cómo vivir. No dejés que nadie te arruine el día.
Esta tarde, mientras compartía un café, un colega me pidió que definiera el amor. Lo primero que se me vino a la mente fue que el amor es desear y hacer el bien por los demás, sentir esa conexión genuina cuando nos encontramos con otro ser. En su forma más pura, el amor trasciende el tiempo y la muerte, dejando huellas invisibles que perduran mucho después de que nos hayamos ido. Al final, lo que importa no son los logros ni las posesiones, sino el afecto que dejamos en los demás.
En un mundo donde la lucha contra el odio parece constante, unirse a la corriente del amor es una tarea difícil pero esencial. Hace tiempo escribí que no debemos ser “anti—”, sino “pro—”. En lugar de invertir nuestra energía en lo que odiamos, deberíamos enfocarnos en lo que amamos, en lo que nos conecta, en lo que nos nutre. Como dijo Mandela, “odiar es como tomar veneno y esperar que la otra persona muera”. El odio nos consume desde dentro, afectando nuestra paz y bienestar. Cuando nos aferramos al rencor, no dañamos al otro, sino a nosotros mismos, dejando que el veneno del resentimiento nos destruya. Y, en esta era digital, es fácil propagar mentiras y falsas historias sin verificarlas. Antes decían que cualquier problema era culpa de los 20 años de ARENA; hoy, cualquiera culpa a cualquiera con tal de hacerse famosito. Por eso, antes de compartir algo, detenete y asegurate de que tenés toda la información. Verificar las fuentes y entender la historia completa nos ayuda a evitar malentendidos y conflictos innecesarios.
No se necesita ser católico para saber que somos polvo y que moriremos. Pero esto no debe verse como una condena, sino como la chispa que enciende el deseo de vivir con más significado. Nos llama a no dejar que el tiempo se nos escape sin experimentar la vida en su plenitud, ya sea disfrutando de un café, paseando con nuestro perro o simplemente respirando el aire de la montaña.
En esta expresión de vida, el amor juega un papel crucial. No me refiero solo a las relaciones románticas, sino a los pequeños actos de bondad, a las sonrisas compartidas, a los abrazos sinceros. El amor es ese acto de generosidad que nos permite despertar cada mañana y, a través de él, podemos liberarnos de las sombras del odio y la incertidumbre.
Si somos conscientes de nuestra vulnerabilidad, si entendemos que nuestra existencia es limitada, podemos vivir con más pasión y entrega. Al final, tu legado no son las cosas materiales, sino el afecto que sembramos en quienes nos rodean.
En este mundo de prisas, inseguridades y divisiones, podemos elegir ser una fuente de paz y amor. La fragilidad de la vida nos llama a vivir con gratitud, a aprovechar cada instante, a no esperar un futuro lejano para comenzar a vivir plenamente.
Y así, mientras nos acercamos al inevitable final de nuestros días, que podamos vivir con la claridad de saber que la vida, en su fragilidad, es una invitación. Un llamado a amar más profundamente, a conectar más auténticamente, a ser más humanos.
A veces estamos demasiado ocupados buscando el “momento perfecto” o esperando las condiciones ideales para actuar. Pero memento mori nos recuerda que el momento perfecto es este, aquí y ahora. La oportunidad de amar, de sanar, de construir algo verdadero está frente a nosotros. No hay otro momento. No hay otra vida para vivir. Si la existencia es efímera, entonces el amor debe ser nuestra respuesta más constante, nuestra mayor inversión. Memento mori, sí, pero también memento vivere. Recordá que morirás, pero, más importante aún, recordá que mientras vivás, podés elegir hacerlo con amor, con compasión y con generosidad.
No necesitamos esperar que venga la lluvia para empezar a florecer. Podemos comenzar ahora mismo, cada uno de nosotros, a vivir con amor, a abrazar.
Es así, mientras recordamos que somos polvo, vivamos como si fuéramos amor.