lunes, 15 abril 2024
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Mejor o menos malo o ambos, una crónica futbolera de antaño

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“México 4 - El Salvador 1” es el marcador del partido celebrado en las eliminatorias para calificar al Mundial de Sudáfrica de 2010. Gabriel Otero describe el partido.

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Por Gabriel Otero


Para Julián y Juliancito, pamboleros entrañables

Llegaron como hordas en autobuses del Colegio Miraflores, custodiados por decenas de granaderos, eran los “tristes más tristes del mundo”(1) vestidos con playera azul y ondeando sus banderas nítidas y bicolores. “Chinguen a su madre putos salvatruchas” les gritaban, la rechifla era unánime, en el fútbol pocas cosas son tan democráticas como las mentadas de madre y los silbidos o los recordatorios de que tuvieron sexo con las hermanas, la genealogía familiar invocada antes y durante el juego, después sólo si se pierde.

La calidez mexicana le había reservado a la hinchada salvadoreña un rinconcito cerca del cielo como dice la canción, unos tres mil aficionados habían viajado para ver el partido desde el palomar o donde las águilas anidan, o sea, lo más alto del estadio Azteca, lo más barato, desde donde los jugadores se ven a escala a un vigésimo de su tamaño real. Nadie quería problemas con la Rebel o la Monumental, barras de los Pumas y el América que resuelven sus ortodoxias a putazos.

El árbitro dio el pitazo inicial del juego y sucedió lo inusual, las abejas volaban en la cancha, afanosas construyeron un panal sobre un micrófono ambiental y en la red de la portería norte, el partido se suspendió diez minutos, los cultos comentaristas de Tv Azteca afirmaron en broma que de seguro un aficionado cuscatleco había untado de miel el micrófono para dilatar lo inevitable: la derrota del equipo salvadoreño. Del lado opuesto, los humanistas y civilizados seguidores de la selecta lo interpretaban como un arma más para impedir el triunfo, el anhelado “Aztecaso”, “porque al mundial no vamos pero a México le ganamos”.

El primer tiempo fue vomitivo, el equipo mexicano alentado por millones de aficionados llegaba al marco contrario de manera estéril hasta que un defensa salvadoreño la metió en su propia portería, gol de México o autogol de El Salvador: 1-0. Los jugadores mexicanos driblaban a uno a dos o a tres pero no tenían ni idea de lo que estaban haciendo, mucha estrellita centrípeta que gritaba “pásamela a mí que hoy sí voy a brillar”, “dámela guey que de aquí tiro”, los jugadores salvadoreños corrían y corrían pero sólo llegaban a media cancha. La distancia es tan relativa como el tiempo. ¿Pagar 50 dólares para ver in situ a 22 jugadores hacer el ridículo?, ¿Para qué dormirse en el escándalo de un estadio si con solo oír a los comentaristas televisivos uno se arrulla?

Segundo tiempo, parecía que a los 22 jugadores les aplicaron un enema, el portero salvadoreño inspirado y con flexibilidad felina evitó tres goles cantados, hasta que en una jugaba brillante de Cuauhtémoc Blanco combinada con Guillermo Franco cayó el segundo gol de México, precioso tanto, esos goles son los que le dan sentido al fútbol.

Luego vino la debacle, Juan Francisco Palencia, un delantero cumplidor, clavó el tercero, se celebraba ya la inminente victoria del tricolor en todo el país, la selección salvadoreña hizo el esfuerzo teniendo en contra sus limitaciones técnicas, la mentalidad chiquitita y el temblor en las piernas.

De repente, en un tiro libre, un obús azul sacudió la red pero llegó demasiado tarde, el ánimo yacía en el subsuelo. México anotaría otro gol fruto de un error del defensa central cuscatleco quien le regaló un pase de cabeza a Vela, mismo que desempeñó un papel ornamental pero que será convocado para futuros partidos. El resultado final, ya se sabe, México 4 – El Salvador 1.

Con esa victoria México aseguró su décimo sexta participación en mundiales, un logro engañoso si se toma en cuenta que la Confederación Norte Centroamericana y del Caribe de Fútbol (CONCACAF) reúne a los peores equipos del mundo, es decir, es el menos malo entre los malos o el levemente menos enano entre los enanos, o percibiéndolo a la inversa, el más el fuerte entre los débiles. Es claro que al famoso dicho “de ardor mueren los quemados” se antepone la sabia frase de Santo Tomás de Aquino “la verdad nos hará libres”.

Cualquier equipo de la zona está destinado únicamente a asistir al mundial, a servir de relleno, a animar como porrista y en ocasiones a inyectarle una dosis de duda a los pronósticos, México es el que más lejos ha llegado jugando 45 partidos mundialistas de los cuales ha ganado 11, empatado 12 y perdido 22, metiendo 53 goles y recibiendo 85. Las cifras son contundentes, le dan sentido al “si se pudo” expresión del clamor popular cuando se ha superado un obstáculo para llegar a los sueños.

Y de sueños de opio ha vivido el fútbol mexicano desde que existe la televisión, las cadenas nacionales son especialistas en fomentar la hipnosis del aficionado, en convertir a los jugadores en ídolos para después lapidarlos por no llegar al ansiado quinto partido.

Y así como hoy sucede cada cuatro años, se olvida lo remoto y lo inmediato, porque la selección mexicana es de impulsos no de constancia, en 17 años ha habido doce cambios de director técnico a partir de la llegada de César Luis Menotti, el que marcó un antes y un después en la mentalidad del jugador.

Permanece la incógnita si con este equipo pletórico de divos, con la excepción de dos o tres que sí juegan, se pueda superar el “ya merito” y así llegar a la tercera semana de estadía en Sudáfrica 2010 (2).

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  1. Versos de Poema de Amor de Roque Dalton
  2. Cualquier semejanza a Qatar 2022 es pura coincidencia

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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