“Solo morir permanece como la más inmutable razón. Vivir es un accidente, un ejercicio de gozo y dolor”.
(“De paso”, Luis Eduardo Aute)
Pasada el alba de hoy, sábado 4 de abril del 2020, Lya fue la primera en avisarme: “Se nos fue Aute”… Así, sin más. Tras un rato, decidido a escarbar entre mis recuerdos, me dije: “No, querida hija, no se nos fue y te voy a explicar porqué”. Primero porque “Al alba”, es una de sus obras maestras que nunca morirá; maravilla compuesta inmediatamente después de que Franco consumó sus últimos cinco fusilamientos. Y con su genialidad prodigiosa burló a la burda, bruta y brutal dictadura que nunca entendió tal denuncia hecha poesía. Esos “buitres callados”, con sus alas extendidas, ¿cómo iban a entender la implacable condena a esa “silenciosa danza”, a ese “maldito baile de muertos”, a esa “pólvora de la mañana”?
Pero quienes acudimos a escucharlo en esta tierra también dolida y aún doliente aquel 29 de marzo del 2003 ‒fue en aquella UCA, “¿te acuerdas?”, en una noche “al este del Edén”‒ entendimos muy bien cuando hizo “extensiva la canción a todos aquellos inocentes que murieron bajo dictaduras horrendas. Desde las víctimas de la guerra de El Salvador, hasta las víctimas que están cayendo ahora en Irak”. Horas antes de su presentación, lo recibí iniciando la tarde en el sitio adonde pernoctaría con sus músicos y corista. Desvelado por el concierto de la noche anterior en el extendido camposanto que hoy es Quito y cansado por el viaje, a diferencia de sus colegas, me pidió conocer más sobre un país cuyos referentes para él eran Romero, Roque y la guerra.
Momento soñado desde siempre y único… para siempre. En el bar ‒“Jacques si acudo a ti es porque busco un amigo, para unas copas y un estoy contigo”‒ cervezas de por medio, platicando con quien desde mis quince años me volvió irremediablemente “autista” después de escuchar ‒quién sabe cómo en aquel tiempo‒ “De alguna manera”. Esa fue la primera. Y de entonces en adelante, “a día de hoy podría decir”: me la pasé sin parar siguiendo, siempre que pude, a ese que fue un “niño mirando al mar” rebelde, “que no rinde más obediencia que la que exigen los vientos”; ese mar en el cual es más fácil encontrar rosas que hallar la razón de tanta falsedad, el derecho de la humanidad a la libertad y el amor… El amor al que “se puede amordazar, amortiguar, amortajar; el amor que también puede ser amoral, incluso un clamor. Pero nunca, nunca, nunca se podrá amortizar”.
Al entrañable y añorado Festival Verdad vino solo en esa ocasión, sin cobrar él un centavo. No recuerdo cómo, conseguí la forma de comunicarnos en el 2002 y me respondió por correo ordinario en una tarjeta escrita a mano agradeciéndome la invitación, que aceptaba con estas palabras finales: “Amigo Benjamín, que la justicia y la libertad” imperen sobre “el universo infame de la injusticia”. En junio del 2003, le escribí lo siguiente:
“Tu generosa presentación ha colocado al Festival en un sitio importante, dentro de los felices encuentros de nuestros pueblos en sus tercos y permanentes intentos por rescatar ‒con la poesía y la música‒ los valores más humanos: la verdad, la justicia y la paz. Muchas víctimas salvadoreñas y centroamericanas, desde su ternura y valentía, me han expresado que tu canto y tu mensaje les dejaron ‒-esa hermosa noche del 29 de marzo en la UCA‒ un intenso sentimiento de esperanza”. Y así me respondió: “Querido Benjamín, todo mi afecto y agradecimiento por tus bellísimas palabras de felicitación. No olvido mi fugaz paso por El Salvador. Tú fuiste el responsable de que ese recuerdo permanezca en el tiempo”.
Hice un par de intentos más para que regresara; ese era, además, su deseo. En el 2005 se frustró el esfuerzo ya casi asegurado, por un problema personal de última hora que lo obligó a cancelar su visita. Esto fue lo que me dijo tras esa cancelación de última hora: “Benjamín, querido amigo, no caben esas disculpas. Soy yo quien está profundamente apenado por no haber podido compartir con ustedes el homenaje a san Romero. Por aquí, ni mejor ni peor, que es lo mejor que puede pasar. Hay que armarse de paciencia y esperar que el tiempo haga de médico”.
Pero seguimos intentando, aunque ya no pudo ser. Igual, siempre continuamos con el intercambio epistolar en medio del cual mandó esta cariñosa y solidaria frase: “Pienso muchas veces en ustedes y en esa ‘mi’ tierra”. Fui a Madrid en octubre del 2008, a apoyar la querella presentada ante la Audiencia Nacional de España por el caso de la masacre en la universidad jesuita salvadoreña; entonces me recibió en su casa y hablamos de ese crimen atroz e impune, para después pasar a conocer su taller de pintura. ¡Qué situación! Yo que no pasé de aprendiz estaba en la factoría del maestro.
Al final de la visita, salí con varios de sus libros bajo el brazo. Uno de estos, me recreó algunos de los “poemigas” que leyó en el citado concierto del 2003. De esos, cito los siguientes: “El mundo se divide, como siempre y nuevamente, en dos bloques: en gente hija de puta y gente de puta madre”; “En el diccionario solo dos palabras separan presidente y presidiarios”; y “Quien no tenga sueños, que se disponga a tener dueños”.
Este fue el último mensaje que le envié fue del 13 de septiembre del 2016, en su cumpleaños y a poco más de un mes del infarto sufrido: “Querido Luis Eduardo, desde El Salvador he estado pendiente de tu situación y he andado buscando ‒mientras pasaba por aquí‒ rosas en el mar para mandártelas envueltas en la belleza de tu arte. Y van pasando los años, los tuyos: 73. Te mando un fuerte y solidario abrazo desde esta tierra donde recuerdan tu maravilloso concierto en el Festival Verdad 2003”. Ya no hubo respuesta.
Si me colocan ante el difícil trance de escoger lo mejor de su obra musical, la más conocida pero no la única, me niego a aceptar semejante reto. Pero sí puedo sostener que su disco “Segundos fuera” de 1989, antes de “la caída del muro”, es exquisito y extraordinario. En esa época ironizó al preguntar “cómo te atreves a izar la bandera del amotinado, […] cómo te atreves a andar por ahí diciendo lo que piensas”. Igualmente, le restregó a quien aún creía lo contrario que “no hay más patrón ni más ley ni más dios ni más rey que el maldito dinero […] Arte, poseía, belleza… ¡Que extrañas palabras!, ¿serán un conjuro? Hoy cualquier cerdo es capaz de quemar el Edén por cobrar un seguro”.
Asimismo, señaló a los que “[a]ntes iban de profetas y ahora el éxito es su meta; mercaderes, traficantes, más que nausea dan tristeza… No rozaron ni un instante la belleza”. A esos que nos “hablaron de futuros fraternales, solidarios, donde todo lo falsario acabaría en el pilón. Y ahora que se cae el muro ya no somos tan ‘iguales’, tanto vendes, tanto vales, ¡viva la revolución!”.
En uno de sus “poemigas” aprendí esto: “Cuando se muere, es para toda la vida” Y además, con uno de sus poemas incluidos en el disco “Segundos fuera”, me enseñó a decir: “Me muero de ganas de decirte te quiero”. Eso, Lya Fernanda, se los digo y se los diré siempre ‒aún sin palabras‒ a vos y a tus hermanas Paula Sofía y Andrea Camila. Por todo lo anterior, Aute no se nos fue. En este especial y crucial momento está en Albanta sembrando giralunas para ustedes, para mí y para una humanidad deshumanizada que quizás solo así se atreverá a cambiar hasta encontrarlas “entre un mar de girasoles”; quizás solo así podremos velar y desvelar, por fin, “cada noche la otra cara de la luna”.