Una de las tareas esenciales de la filosofía es “problematizar”, crear preguntas en torno a ciertas realidades que nos afectan; éste ejercicio nos permite re-situar o recuperar fenómenos que están ahí, obviados por lo cotidiano o por las rutinas, y que van perdiendo relevancia. Lo “público” es una manifestación humana fundamental para la convivencia, no es la antípoda de lo privado (libertad) ni un espacio de dominación, es algo último y colectivo que demanda una reflexión y, lo intentamos en este artículo breve.
Aparentemente, lo público es lo que concierne a todos, lo común, lo que está a la luz, lo descubierto, lo impersonal, lo Estatal…; una realidad aparentemente homogénea, difusa y hermenéuticamente laxa ¿es así…?
El concepto de lo público ha tenido una transformación a través del tiempo y del espacio que se da en paralelo al proceso de desarrollo de la sociedad y del Estado –feudal, liberal, bonapartista, absolutista, bienestar, etc.-. En los debates de teoría del poder, para entender lo público, se introduce la dicotomía de lo privado (N. Bobbio, Estado, gobierno y sociedad; 1989), así las categorías semánticas público o privado se deben descifrar en términos axiológicos.
El problema de lo público –como anota un adagio popular- se resume en: “los ciudadanos creen que es gratis, los políticos creen que es suyo y los empresarios creen que puede ser un buen negocio”, y todos estamos equivocados, y por esta razón lo público está como está: desvalorizado, sujeto de corrupción y de negocio. Al creer que lo público es sinónimo de: “gratis”, “lo que no tiene dueño” o “lo ineficiente”, se refuerza la idea de una visión patrimonialista del Estado (Weber) en dónde los gobiernos administran con desdén la cosa pública reproduciendo modelos de clase: los servicios públicos son para los pobres y los privados para grupos dominantes.
También debemos agregar en la reflexión la visión de la privatización de los servicios públicos de los 90, sobre la base de dos tesis: a) Disminuir la grasa del Estado y b) Mejorar la eficiencia de los servicios prestados; en este contexto se privatizaron las telecomunicaciones, las pensiones, la energía eléctrica, los trámites de licencias y se intentó sin éxito privatizar la salud y el agua. En el fondo, estamos ante un fenómeno de determinación: ¿lo privado sobre lo público? o viceversa…
Con el Ing. Felipe “Pipo” Rosales de San Miguel, cada vez que nos reunimos, discutimos sobre la “mala administración pública”. Según Pipo, es peor que la corrupción, ya que los funcionarios de modo antojadizo, sin análisis de costo-beneficio y sin tasa de retorno, ejecutan obras públicas innecesarias, de mala calidad o para beneficiar a algún privado (compadrazgo y amiguismo); en efecto, tenemos abundante evidencia y ejemplos. Sin contar, además, aquellas inversiones que pierden continuidad por la falta de políticas de Estado o por las políticas cortoplacistas de gobierno.
Lo “público” tiene sentido desde la perspectiva “ética”; en éste contexto, la dimensión pública es una construcción colectiva –del ethos-, un contrato o acuerdo social en donde los ciudadanos respetamos y consideramos que tal o cual realidad no le pertenece a nadie en particular, pero a la vez a todos en beneficio social.
La “res pública” según Platón es la definición de la ciudad y del Estado ideal en términos de “justicia”; no obstante, entre el “mito de los metales” y el “mito de la caverna” que aparece en el libro La República, los políticos prefieren utilizar el criterio de las mentiras piadosas a el camino de salir de las sombras. Así la justicia se deteriora y la ciudad -y en ella lo público- se transforman en caóticas, corruptas e ineficaces.
Lo público es también polisémico: común, visible, abierto, político, estatal, gubernamental, cívico, ciudadano, etcétera, y esta versatilidad semántica presenta una riqueza de ideas para el debate, así como una difusa indefinición que no establece límites.
Los gobernantes de turno en los diversos regímenes contemporáneos: dictatoriales, populistas, democráticos, corruptos, etcétera, han abusado de lo público, lo han maltratado y saqueado; a tal punto de debilitar su identidad. Incluso la ciudadanía frustrada, en manifestaciones políticas, hasta ha deteriorado el patrimonio público sin saber que destruyen lo que es de ellos, lo que se ha diseñado y construido con fondos públicos.
Y llegamos a otro punto: “fondos públicos”; resulta ridículo aplaudir y celebrar cuando un funcionario entrega –como cosa propia- una obra (parque, hospital, carretera) ¿de dónde salieron los fondos de esa obra y quién pagó el salario de los responsables del diseño y su construcción? Resulta también polémico dirimir la relevancia entre los intangibles o tangibles que se ejecutan con fondos públicos; así los malos políticos procuran las obras visibles ante la dignificación de la función pública (docentes, médicos, policías).
Lo público es demasiado importante para una ciudad y sociedad; se debe cuidar y reflexionar, encontrando los espacios para delimitar cuando es necesario. Necesitamos espacios y tiempos públicos de diversa naturaleza. Será importante estudiar en las escuelas y universidades lo público como objeto académico y científico. Si ignoramos estas necesidades, tendremos una dimensión pública desfigurada, privatizada, deteriorada, y seguirá siendo un “lugar” de nadie, y, por ende, saqueable y sin valor, como lo ha sido en los últimos 28 años…
(*) Oscar Picardo Joao [email protected]