lunes, 4 noviembre 2024
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Lí­mites de la filosofí­a espontánea

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Cuando alguien nos dice que “siempre ha habido ricos y pobres”, no lo hace para darnos una información; se por lo general de un argumento en contra de la posibilidad de un cambio social. Como lo hemos dicho antes, la fuerza de este argumento es que se funda en nuestra experiencia, en la experiencia de todas las generaciones que nos han precedido. Pero al mismo tiempo esta frase, este argumento, que en apariencia tiene el peso contundente de la evidencia, es arrastrado por postulados filosóficos que ignora la persona misma que lo ha emitido.

Hemos visto que detrás de esta frase se esconde un postulado de la filosofí­a idealista, que niega los cambios y considera que el mundo es idéntico a sí­ mismo desde siempre. “Esto viene a significar, escribí­ en el artí­culo anterior, que la realidad, en su aspecto esencial, es inmóvil, eterna, que se encuentra afuera del alcance del movimiento de las cosas, que los movimientos sociales e históricos afectan únicamente la superficie del desarrollo de las sociedades y sus relaciones. Esto significa también que bajo el torbellino perpetuo de los acontecimientos se mantiene una naturaleza humana incambiable”.

Es por esta razón que algunos filósofos nos invitan a un rodeo, a darle la vuelta a la cosa pensada. La verdad no aparece directamente, si así­ fuera, ya lo han dicho otros antes, no habrí­a necesidad de la ciencia.

No creo que haya que insistir sobre la utilidad del estudio de la filosofí­a. Gramsci decí­a que todos los hombres pueden ser filósofos a condición de que se les ayude a serlo. Pero esta ayuda no significa una simplificación, no se trata de esquematizar, no debe entenderse que haya que apartar el necesario esfuerzo de parte de quien estudia la filosofí­a, al contrario es menester prevenir que para encontrar agrado en la ocupación filosófica, hay que saber que se trata de un ejercicio mental al que no estamos acostumbrados, pero que “contribuye a la educación de la inteligencia, cualquiera que sea el fin que se proponga” (G. W. F. Hegel).

La sentencia “siempre ha habido ricos y pobres” es la expresión inconsciente de una ideologí­a, de alguna manera hemos filosofado espontáneamente, sin darnos cuenta. Esto implica que estamos asumiendo un modo de pensar, que tal vez nos sea ajeno, que una vez puesto al desnudo, tal vez no nos convenga. Esta ideologí­a espontánea es una conciencia inconsciente, que invierte las relaciones reales, se trata de una relación ilusoria de los hombres respecto a sus reales condiciones de existencia.

Algunos quizás dirán que de alguna manera esta “filosofí­a espontánea” no nos encadena a ningún sistema filosófico determinado, por consiguiente podemos decir que nuestro pensamiento se mueve libremente. Esto también es cierto sólo en apariencia, pues nuestra percepción espontánea de las realidades es siempre necesariamente limitada, parcial en el tiempo y en el espacio. Es decir si partimos únicamente de la experiencia tendemos a generalizar, a darle carácter de eterno a lo que es y sigue siendo particular y provisorio.

Agrego que estas interpretaciones de nuestra experiencia inmediata, las condimentamos con todas las ideas ya formadas que nos rodean y que al emerger del mundo tal cual está, ocultan necesariamente su movimiento, sus contradicciones y sus potencialidades. El famoso “sentido común”, las ideas recibidas, se nutren de ilusiones y nos incitan a conservar tal cual lo que existe.

Estas concepciones espontáneas tampoco son tan espontáneas, ni mucho menos inofensivas. Lo acabamos de decir nos invitan a conservar el mundo que nos rodea, a reproducirlo y nos infunden temores respecto a lo nuevo que adviene y a las ideas que innovan y que buscan las transformaciones.

Pensar con ideas hechas, en vez de ser una libertad, es una esclavitud, pues nos hace presa fáciles de todos aquellos que nos invitan a aceptar que otros piensen por nosotros, que nos inculcan miedo, resignación y que quieren privarnos del espí­ritu crí­tico.

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Carlos Ábrego
Carlos Ábrego
Columnista Contrapunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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