"No habría memoria si ella no fuese, ante todo, memoria del presente", Paolo Virno.
La “memoria histórica” es una frase con la que nos han venido enredando desde hace varias décadas. Se usa con tanta ligereza que las masas la ingieren sin invertir ni el mínimo esfuerzo por comprender su significado. En términos elementales es una construcción que relaciona dos palabras: la memoria y la historia; pero el espacio que queda entre ellas es un silencio en el que perfectamente podemos, y debemos, incluir otras dos: el recuerdo y el olvido.
En los días que transcurren debemos ser más justos con el tema de la “memoria”, porque en su contenido se tensiona la versión oficial del discurso hegemónico que pretende homogenizar las versiones de los hechos, aplastando el recuerdo de “los otros”, el cual se conserva en las cicatrices personales de los sujetos que fueron víctimas silenciosas de ese pasado inédito, invisibilizado y reprimido por los discursos del poder.
Más allá de semejante abstracción expuesta en los párrafos anteriores, es mejor avanzar en asuntos concretos. El periodo que nos corresponde vivir en El Salvador del presente está determinado por la acumulación de tiempos pasados en un mismo espacio. Los “meta relatos” que sostienen la modernidad política salvadoreña se caracterizan por ser una contradicción que se complementa de forma perfecta; pero el tiempo es tan implacable que ha vuelto porosas sus esencias.
Los proyectos políticos de la modernidad salvadoreña están en crisis, porque el combustible que debe activar su transformación fue excluido; es decir que son tan fieles a las ideas del pasado moderno, que ponderan más la fidelidad a un tiempo caduco que no amenace su statu quo, a asumir con responsabilidad los principios de la dialéctica, tales como el estudio de las contradicciones, la autocrítica y ser coherentes entre “lo que se dice” y “lo que se hace”.
Con frecuencia los protagonistas de estos proyectos políticos nos piden que ya no regresemos al pasado para recordar las heridas de la guerra, sin dimensionar la crasa contradicción, porque en la vida cotidiana usan estas estrategias discursivas para reafirmarse y justificar su existencia en el presente. El asunto es paradójico porque el modus vivendi del presente político, tiene sus anclas en las sinuosas trincheras del pasado enfermo de la guerra. Ahí exactamente es donde la ruptura comienza a tener sentido.
Es importante reconocer que la “memoria histórica” es un relato que ha reconstruido dramas de comunidades y personas, víctimas del poder represivo del Estado en El Salvador. Aportes que han permitido esclarecer masacres, desenredar magnicidios y agendar el tema en algunos momentos del presente; sin embargo todavía queda pendiente historizar la memoria.
Existen demasiados silencios atrapados en la trivialización de esta frase. Si realmente se pensara en curar la endemia de la violencia, es necesario trascender del simulacro de la memoria institucionalizada, hacia la reconstrucción genuina del recuerdo de los protagonistas de aquellos episodios dolorosos y, emprender un esfuerzo sistemático para combatir al indolente olvido, el cual se ha convertido en un proceso de revictimización para aquella parte de la población que tiene en el recuerdo personal sus muertos y sus desaparecidos. Si la aparente pasividad del recuerdo activa la cólera contra el olvido selectivo, el problema alcanzará dimensiones incalculables cuando la conciencia vuelva a tener sentido.