¿Llega con Trump el fin de la globalización y el neoliberalismo?
Cuando Donald Trump dijo que se centraría en desarrollar la economía interna de Estados Unidos haciéndola volver a la productividad física de mercancías y abandonar la especulación financiera como eje de la prosperidad de unos pocos, Wall Street y la City de Londres pusieron el grito en el cielo, pues esos dos centros son el corazón del capitalismo especulativo global, conocido como neoliberalismo, para cuyo funcionamiento la oligarquía planetaria requiere que los Estados se reduzcan a meras oficinas gerenciales que velen por las leyes que protegen a las corporaciones.
Inesperadamente, un republicano de hueso colorado desafía al nervio de la globalización en aras de un nacionalismo productivo. Pero lo hace en medio de una deplorable retórica fascista. Las progresías juzgan su discurso como retro y desfasado, además de peligroso. Y lo es. El error está en considerar que lo que dice Trump en materia económica también es un paso atrás para el “adelanto” capitalista ―como piensan las progresías― porque, en realidad ―si de veras este loco pusiera en práctica sus palabras y EEUU volviera a una productividad física y sustituyera con ella la especulación parasitaria que provoca burbujas y crisis económicas con sus delirantes “derivados financieros”―, lo que afirma constituiría ―convertido en políticas económicas― un gran paso adelante para millones de personas, pues implicaría trabajo, riqueza e inversión masivas.
Cuando Trump dijo lo que dijo en cuanto a la economía, el megaespeculador George Soros financió de inmediato a las progresías estadounidenses para armarle al loco una “oposición ciudadana” aupada por estrellas progres de Hollywood, como De Niro y Streep, así como por legiones de grupos de minorías étnicas, culturales y sexuales de Estados Unidos. La receta de la “lucha política no-violenta”, de Gene Sharp, fue puesta en acción por el capital financiero de Wall Street y la City de Londres ―es decir, los causantes del actual desastre mundial―, y se satanizó a Trump. Algo que, por otra parte, se ha ganado y merece, pero en vez de que lo haga su némesis capitalista, sería deseable que lo hicieran organizaciones populares no financiadas por Soros ni por el National Endowment for Democracy (NED) ni por ninguna otra agencia ligada al capital especulativo y a servicios de inteligencia. Porque así como está, el anti-trumpismo no pasa de ser una trampa del capital financiero global.
Trump jura que para sustituir a este capital por el de productividad física, separará ―con la restitución de la ley Glass-Steagall― a la banca de capital productivo físico de la especializada en especulación, de modo que la primera no podrá realizar trámites de pirotecnia financiera. Si Trump cumpliera esto, Wall Street y la City de Londres y, con ellos, Soros y asociados, colapsarían, pues Estados Unidos causaría un efecto dominó en todas sus áreas de influencia. Y si a esto agregamos que la propuesta económica de China y Rusia ―y los BRICS― consiste justamente en volver a la economía de productividad física, y que tanto la Unión Europea como el sistema del Trans-Atlántico se hallan en quiebra, estaríamos ―de hecho― asistiendo a la muerte de la globalización y el neoliberalismo.
Pero, calma… No confiemos en Trump. Esperemos.
Eso sí, mientras esperamos ―oh, progresías frenéticas―, mucho ojo con quién financia su vistoso fariseísmo. Y a responderse a qué interés sirve su desgarrada indignación.
Sitio web del autor, aquí.