La trampa de la historia

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Se trata, por supuesto, de una distorsión maliciosa de la historia, lanzada cínicamente en el sitio donde murieron más de un millón de soldados soviéticos y alemanes durante la batalla más mortífera de la Segunda Guerra Mundial

Por Ian Buruma

NUEVA YORK – En un reciente discurso en Volgogrado (antes conocida como Stalingrado), el presidente ruso Vladímir Putin evocó los horrores de la Segunda Guerra Mundial para justificar la invasión a Ucrania. «Una y otra vez debimos repeler la agresión de Occidente» dijo, impávido (omitiendo que el Reino Unido y Estados Unidos fueron aliados de la Unión Soviética en esa guerra). Entonces, como ahora, agregó, Rusia enfrentó la amenaza de tanques alemanes, y se ve obligada a defenderse de «la ideología del nazismo en su versión moderna».

Se trata, por supuesto, de una distorsión maliciosa de la historia, lanzada cínicamente en el sitio donde murieron más de un millón de soldados soviéticos y alemanes durante la batalla más mortífera de la Segunda Guerra Mundial. Rusia no se está defendiendo, invadió a un país soberano cuyo presidente, Volodímir Zelenski, casualmente es un judío que perdió parientes en el holocausto. Sugerir que es la ideología nazi la que impulsa a Zelenski y a sus compañeros ucranianos a defender al país contra la agresión rusa es ridículo, incluso para los estándares de Putin.

En cuanto a la supuesta amenaza que el armamento alemán implica para Rusia, el motivo por el que el canciller de Alemania Olaf Scholz titubeó tanto antes de enviar 14 tanques Leopard 2 a Ucrania fue que no deseaba que su país fuera percibido como un líder militar. Scholz solo se dejó convencer después de que el presidente estadounidense Joe Biden aceptara a regañadientes proporcionar tanques M1 Abrams a Ucrania, después de haberse negado a ello durante meses.

Al igual que Putin, los líderes alemanes suelen mencionar la Segunda Guerra Mundial, a veces hasta el hartazgo, pero las conclusiones que derivan de esa guerra son opuestas al militarismo chauvinista de Putin. Una semana antes del discurso de Putin en Volgogrado, Scholz aprovechó la conmemoración anual del holocausto en el parlamento alemán para enfatizar la responsabilidad histórica de Alemania por el asesinato de millones de judíos. Reconocerlo, señaló, ha sido fundamental para garantizar que un crimen de ese tipo jamás vuelva a repetirse. En la apertura de la sesión, Bärbel Bas, presidenta del parlamento alemán (Bundestag), destacó el reciente aumento del antisemitismo en Alemania y consideró que quienes intentan minimizar el holocausto son «una desgracia para el país».

Aunque algunos comentaristas criticaron a Scholz por su reticencia a asumir un papel más activo en el apoyo a Ucrania —afirmando que había aprendido de la historia las lecciones incorrectas— su aversión a la agresión militar refleja el pacifismo de posguerra que moldeó a los líderes de su generación. De igual modo, la decisión alemana tomada décadas atrás de depender solo del gas ruso se podría percibir como parte de su esfuerzo por utilizar al comercio y la dependencia mutua como un profiláctico contra la guerra. Pero desde que Rusia invadió a Ucrania, Alemania ha estado recibiendo presiones por parte de sus aliados para repensar su política exterior pacifista, asumir un papel militar de liderazgo y ayudar a defender a Ucrania, un país al que trató con brutalidad en el pasado.

A menudo la memoria de errores históricos alimenta a la violencia, y el holocausto no es la excepción. Por ejemplo, los políticos israelíes de derecha, liderados por el primer ministro Benjamín Netanyahu, invocan continuamente el trauma real del holocausto para justificar la opresión —y, a menudo, la represión violenta— de los palestinos en los territorios ocupados y dentro de las fronteras del país previas a 1967.

¿Significa eso que estamos condenados a que las memorias del holocausto y otras heridas históricas sean explotadas y manipuladas por oportunistas políticos, y que su verdadera significación y sentido queden por siempre empañados por analogías de mala fe? ¿Estaba en lo cierto George Santayana cuando acuñó la famosa máxima de que «quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo»?

Sí y no. Mientras que detectar semejanzas históricas entre distintos períodos y contextos puede ofrecer lecciones valiosas y un sentido de perspectiva, también puede alentarnos a ver similitudes donde no corresponde, o no existen en absoluto, y guiarnos hacia conclusiones equivocadas.

Algunos ejemplos grotescos de esto son el de la legisladora estadounidense Michele Bachmann —que comparó las subas de impuestos con el holocausto— y el de la diputada republicana en ejercicio Marjorie Taylor Greene —quien comparó las medidas de salud pública contra la COVID-19 con la persecución de los judíos por los nazis—. Aunque atribuir esas visiones ofensivas al cinismo y la malicia resulta tentador, la causa suele simplemente ser la ignorancia.

Algunos supuestos paralelismos históricos, aunque no sean cínicos ni maliciosos, de todas formas no ayudan. Por ejemplo, en una declaración reciente el Comité Internacional de Auschwitz comparó al sufrimiento de los sobrevivientes del holocausto que hoy viven en Ucrania con las atrocidades que sufrieron a manos de los nazis. Pero aunque el comportamiento criminal ruso en Ucrania es innegable, al trazar paralelos entre las atrocidades de Putin y el holocausto se corre el riesgo de trivializar a ambos. Putin es lo suficientemente malo, no hace falta compararlo con Hitler.

Podemos aprender más de la historia que simplemente buscar paralelismos. Estudiar historia es entender quiénes somos, por qué ocurrieron ciertas cosas y cómo aún pueden afectarnos… pero también debemos ser conscientes de que las cosas nunca se repiten del mismo modo.

Hay que juzgar a las políticas contemporáneas por sus propios méritos, no solo por su relación con el pasado. No hay motivo por el que reconocer la responsabilidad de su país en el holocausto debiera impedir que los alemanes envíen tanques hoy a Ucrania. Del mismo modo, no hay manera de que el terrible sufrimiento del pueblo de la Unión Soviética a manos de los nazis alemanes hace casi un siglo justifique la agresión rusa actual.

Como alguna vez escribió el novelista británico L.P. Hartley, el pasado es «un país extranjero: allí hacen las cosas de otra manera». ¡Ay! Esto no significa que necesariamente las hagamos mejor ahora, pero para entender esa lección tenemos que seguir el consejo de Santayana y estudiar la historia muy cuidadosamente.

Traducción al español por Ant-Translation

El último libro de Ian Buruma es The Churchill Complex: The Curse of Being Special, From Winston and FDR to Trump and Brexit [El complejo de Churchill: la maldición de ser especial. De Winston y FDR a Trump y la brexit] (Penguin, 2020).

Copyright: Project Syndicate, 2023.
www.project-syndicate.org

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Ian Buruma
Ian Buruma
Escritor, académico y analista internacional de múltiples medios de relevancia mundial. Analista de ContraPunto
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