Por Rigoberto Chinchilla.
Noviembre mataba todo, era el ciclo del final de un proceso de trabajo de todo el año, era el momento de los balances académicos y los logros o frustraciones escolares, el final de los exámenes para poder optar al siguiente grado o escalón de formación. Si todo había salido bien, los resultados finales serían bien.
Todavía el clima no estaba tan afectado como ahora, por las mañanas, no importa si era invierno o verano, siempre amanecía neblina en el centro histórico de San Salvador. La Parroquial Fray Martín de Porres, estaba ubicada en la esquina opuesta del Parque Libertad y junto a la histórica Iglesia el Rosario. Ambos testigos mudos de los gritos del silencio de los acontecimientos ocurridos en ese lugar.
El frío heredado de octubre se hacía presente, las separaciones de los amigos de los que posiblemente veríamos el próximo año y de los que no volverías a ver jamás se acercaba, e incluso hasta la posibilidad de la relación de un amor escolar, solía blindarse con besos y comisuras labiales de resequedad, que ya requería de lubricación con la popular manteca de cacao, que podías adquirir en la farmacia central que operaba en la calle Delgado.
Noviembre, siempre fue nostálgico, siempre era la separación y la consagración de que el esfuerzo de tus padres valió la pena. A finales de los 70´s aún había familias funcionales, el logo del seguro social no era tan anacrónico como actualmente lo es, y podías durante estos meses hasta finales de enero, posiblemente emplearte de manera eventual en el mundo comercial, industrial o agrícola, porque fue la duración del periodo de las cortas de café, las que determinaron que el receso del año escolar fuera noviembre, diciembre y enero.
La represión y el uso militar para aniquilar el despertar del pensamiento contrainsurgente se agudiza y al final de 1979 e inicio del primer trimestre de 1980, la vida de los Salvadoreños cambió de manera definitiva con el asesinato de San Romero, ya no hubo marcha atrás y la radicalización extrema de iniciar una lucha armada se concretizó.
Los noviembres siempre fueron históricos, jamás volvieron a ser los mismos desde entonces, perdimos muchas amistades, muchos se fueron a la lucha en ambos bandos y jamás supimos de ellos, otros se fueron del país otros partieron de este espacio terrenal, hasta el clima cambió y nos dejó afectado, anhelando la certidumbre de poder caminar por las calles del centro de San Salvador. El resto de la historia de lo que ocurrió en los siguientes doce años posteriores ya lo conocemos. Los vientos de octubre, noviembre y fin de año, ahora pertenecen a un sucio recuerdo del pasado, como si la historia misma se hubiese encargado de llevárselos, su comportamiento irregular riñen con la memoria firme e inamovible de lo ocurrido. Noviembre es como esos recuerdos y no importan las mentiras que digan la Radio o la Televisión ya ni con el vientos de lo ocurrido se toparán. Noviembre puede matar, pero no asesina mis recuerdos de esos días.