Por Gabriel Otero
Para Gris, con amor,
un recuerdo de nuestra inmortalidad
Esperanza
La noticia nos cayó como mazazo, pero hay un límite estrecho entre la incertidumbre y la esperanza, el intento de solucionar los vericuetos legales en menos de lo que cae una pestaña.
Al día siguiente me cambié a un hotel de la Calzada de Tlalpan, escala famosa de amores furtivos por la cantidad de lugares para encuentros clandestinos. Me alojé en un hotel familiar, propiedad de un descendiente de gallegos, cuyos intentos de seseo de español peninsular lo hacían escuchar ridículo, la tarifa incluía desayuno, esa tarde llegaría a la ciudad mi hermano Julián y nos encontraríamos con mi hermana Nora que se había hospedado en casa de Guillermo, entrañable amigo nuestro.
Mis refuerzos estaban por arribar y los parientes de ella nos arroparon, su prima Charo movió sus influencias y me consiguió una cita en Migración, misma que utilizaría en caso de tener algún problema para gestionar el permiso. La autorización resultaba indispensable para que un extranjero contrajera nupcias con una mexicana, claro, cubriendo el rosario regular de requisitos, en los que se incluía la comprobación de solvencia económica, una carta de petición de la pareja contrayente, las identificaciones usuales y el pago de derechos, que no era nada barato, la ventaja era que se tardarían una mañana en lugar de una semana y dadas las circunstancias ese documento significaba un valioso primer paso.
El segundo movimiento, era bastante más complejo que el primero, encontrar a un juez en cualquier registro civil de las 16 delegaciones del Distrito Federal que estuviese disponible para casarnos, su tía Arcelia, amorosa y diligente, nos seguía ayudando con todos sus conocidos y a la brevedad le confirmarían la posibilidad con un magistrado de la delegación Álvaro Obregón, para consumar el matrimonio debíamos cumplir otra serie de requerimientos, entre ellos, unos análisis sanguíneos y una radiografía de tórax con certificación médica.
Para casarse había que tener convicción de hierro: entre el matrimonio civil y religioso se conjuntaban de 25 a 30 requisitos, eso sin agregar costos, vestimenta, fiesta y viaje.
Después de tanta tensión, al llegar Nora, Julián y Guillermo se abrió una efímera válvula de escape, celebrábamos el fin de mi soltería en mi habitación, aunque mi ansiedad continuaría hasta tener certezas absolutas en la mano, ahí andaban mis cavilaciones etílicas entre el bastón y el sombrero del Juanito caminante, en eso sonó el teléfono con su rinrineo constante, levanté el auricular y escuché el seseo desagradable del dueño del hotel, me dijo que como este era un lugar decente me iba a cobrar una tarifa por las visitas como si fueran a hospedarse, bajé de inmediato a la recepción, el criollo codicioso se quedó mudo al ver mi determinación de llamar a la procuraduría del consumidor y parar una patrulla en Tlalpan para acusarlo de prácticas abusivas, y por supuesto, se retractó de cobrarme.
Por la mañana, fuimos con ella a Migración, yo iba preparado para pasar un mal rato, me formé en la fila para la entrega de papeles, el funcionario de ventanilla les rechazó la documentación a todos los que estaban delante de mí, arguyendo razones de calidad en las fotocopias, a unos porque estaban oscuras, a otros por estar muy claras y al resto por no tener los requerimientos ordenados alfabéticamente, y así hice la fila tres veces y el tipo no los recibía por nimiedades inexplicables, ahí decidimos hablarle al contacto de la prima Charo, y nos pasaron a la oficina de la directora del área quien de inmediato mandó a llamar al funcionario de la ventanilla. Fue como si le aplicaran un enema, el tipo moreno se puso café de la cólera al quedar evidenciados sus malos tratos con la gente, la directora me pidió los papeles y en una hora estaba lista la autorización para casarme.
Las buenas noticias no pararon ahí, al salir de Migración ella habló con su tía Arcelia quien ya tenía segura la participación del juez de la delegación Álvaro Obregón que nos casaría el sábado posterior a la boda religiosa. Estábamos felices.
Quedaban 48 horas y yo para no cometer pecado mortal al comer el cuerpo de Cristo, debía buscar una iglesia para confesarme y estar en gracia.
La prisa corría.