A menudo se habla de que quien presenta una actitud homofóbica es “retrógrada” o que piensa “a la antigua”; sin embargo, no siempre es una buena referencia para demostrar precisamente que las sociedades antiguas pensaran necesariamente así.
En las antiguas Roma y Grecia, la homosexualidad era regida por reglas protocolarias y era una práctica por demás común. De hecho, la bisexualidad era recurrente, incluso en personajes históricamente relacionados con la hombría y la masculinidad como Alejandro Magno.
Sin embargo, hasta la adopción del catolicismo, el Imperio Romano aceptaba el sexo entre hombres, siempre y cuando fuera dentro de las leyes que lo regían.
De igual forma, durante los primeros años de la conformación del Estado romano, también fue prohibida la pederastia, cosa que para los griegos no era nada extraña.
A menudo, los amos mantenían relaciones sexuales de tipo homosexual con sus esclavos. La ley era muy específica que en estos casos, el amo debía encarnar exclusivamente el rol activo.
Cuando la república pasó a ser un imperio, fueron legalizadas prácticas antes prohibidas como la pederastia y fue permitido además el matrimonio entre hombres. Asimismo, la prostitución masculina pasó a ser algo común y pronto el mercado se apoderó de esta nueva permisividad.
En ese entonces se crearon baños públicos donde hombres acudían para tener sexo homosexual. De hecho, existía toda una serie de códigos de vestimenta y gestos que permitían saber si un hombre buscaba ese tipo de sexo o simplemente acudía para relajarse.
Durante ninguno de los períodos antiguos fueron prohibidas por ninguna ley las relaciones lésbicas. Algunos historiadores sospechan que era debido a que estas sucedían en ambientes domésticos, fuera de los ojos de la sociedad y se manejaban más como secretos íntimos.