Así como hubo, hace apenas algunos meses, la guerra de las estadísticas y porcentajes, hoy asistimos al espectáculo de la guerra de las cifras. Entonces, en aquel momento, la batalla era entre el Observatorio de la Universidad Nacional y la Unidad de estadísticas de la Policía Nacional, en relación al número de muertes violentas por día y, por lo tanto, la tasa de homicidios por cada cien mil habitantes por año. La Universidad, respaldada por una metodología bien elaborada y por un número amplio de fuentes consultadas, decía una cifra, más bien un porcentaje, mientras la Policía, respaldada por la autoridad de que está investida, afirmaba que las cifras eran otras, sensiblemente menores a las que la Universidad divulgaba. Era una guerra de credibilidad, en la que los porcentajes iban y venían, sin llegar nunca a una conclusión tan creíble como aceptada. La guerra de las estadísticas.
Hoy nos está pasando lo mismo, sólo que en un terreno más sensible y minado como es el del campo electoral. Mientras la Alianza opositora, posiblemente el sector político más fuerte y organizado en la lucha contra la reelección presidencial, afirma que hay más de un millón de personas ya fallecidas que siguen vigentes como electores potenciales en el censo electoral, las autoridades oficiales lo niegan y alegan que “solamente existen 200 mil electores” ya inexistentes que, sin embargo, siguen registrados como electores activos… ¡ Vaya explicación!
O sea que 200 mil muertos, debidamente habilitados para votar, bien podrían decidir por unos cuantos millones de vivos que, para bien o para mal, seguimos existiendo y, gracias a Dios, conservamos nuestra humilde condición de ser considerados como ingenuos electores tan vivos como atolondrados.
¡ Vaya concesión la que hacen los vivos a la memoria de los muertos! Algo así como una manipulación siniestra de los datos, existentes o no, que nos permiten ser muertos vivientes, una especie de zombies malolientes que, temblorosos y horribles, caminamos con tropiezos hacia las urnas para depositar nuestros votos, como si fuésemos espíritus devotos. Volvemos a lo mismo: votamos pero no elegimos.
Y si la situación es así, preguntémonos: ¿cuál es la credibilidad, si es que alguna existe, del Tribunal Supremo Electoral para gestionar un proceso electoral saturado de cifras falsas, de datos alterados y de porcentajes de antemano trucados? Preguntémonos: no sería mejor abrir un espacio – un año por ejemplo -, para limpiar en forma definitiva el registro nacional de las personas, anotar a los muertos, sacar a los vivos disminuidos, legalmente inhabilitados; borrar a los menores, a los presos condenados, a los realmente limitados… en fin. De repente, aunque suene a ruptura constitucional ( y es que, acaso, ¿no la hubo ya en el año 2009?), esta podría ser la solución adecuada: convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, redactar un nuevo pacto social (léase Constitución) y, mientras tanto, nombrar un gobierno de transición, un presidente provisional, mientras se celebran nuevas elecciones y se elige a un gobierno legítimo, sin dobleces ni cuestionamientos esenciales como los que hoy son el pan de cada día. Es hora ya de poner las cosas en su lugar y llamarlas por su nombre.
Este Tribunal Supremo Electoral, con un nombre tan rimbombante como inocuo, no está capacitado moral, técnica ni políticamente para gestionar y manejar el proceso electoral de este año 2017. ¿Qué se debe hacer, entones? Solo hay dos opciones, a mi manera de ver, por supuesto:
Rechazar en forma firme y radical las reglas del juego imperantes actualmente, demandar su revisión a fondo o, en el mejor de los casos, exigir una nueva ley, avalada por las organizaciones de la sociedad civil.
Rechazar todo el proceso actual, desde la ilegal reelección para abajo, para arriba y en el medio, contra todos los reeleccionistas en su conjunto. No participar en una farsa electoral, que de entrada va trucada, falseada y atrapada en las redes electrónicas del fraude electoral.
Estas son las opciones, a mi juicio, si les parecen. No veo otras, Si las hay, bienvenidas sean…