Desde varios puntos de vista, es discutible la forma en que Nayib Bukele está despidiendo a personas que quizá ocupaban altos cargos dentro del Estado gracias a sus lazos familiares con dirigentes del anterior partido de gobierno. Habrá reparos legales y políticos que hacer a estas medidas, a la manera en que son expresadas y a la vía por la cual se comunican, pero no hay que perder de vista lo otro, aquello que constituye un escándalo mucho mayor, esa forma en que los lazos familiares intervinieron sistemáticamente en la elección de cargos públicos bien pagados.
Tal parece que para ciertos líderes del Frente el ejercicio del poder gubernamental se convirtió en un próspero negocio familiar. Las órdenes de despido que Bukele “twittea” exponen a la opinión pública hasta qué punto el nepotismo se extendió y naturalizó durante los dos gobiernos del FMLN.
Que esto lo hubiese hecho Arena, no nos habría sorprendido, pero sí nos desconcierta y entristece que un partido por cuyas metas igualitarias tantas personas arriesgaron su vida durante la guerra y la perdieron, que un partido que apostaba por el cambio al final convirtiese el poder gubernamental en un botín a repartir entre amigos, familiares y allegados ideológicos.
Esto debería obligarnos a reflexionar sobre los comportamientos políticos actuales de los otrora heroicos muchachos que durante la década de los 80 combatieron para derrocar a una dictadura e impulsar una revolución ¿Qué pasó para que una vez al frente del gobierno repitiesen el estilo nepotista que se asocia con los partidos de la derecha tradicional? ¿Cómo se convirtieron al llegar al poder en una agencia de empleo estatal al servicio de sus hijos, nietos, esposas, cuñados y cheros? Sus logros, tras diez años dirigiendo el Estado, son tan opacos que uno se pregunta si, más allá de los autoengaños ideológicos, sus objetivos al embarcarse en una larga guerra fueron simple y sencillamente los de ascender socialmente por medio de las armas. Esa guerra al final resultó ser un vehículo de movilidad social para la cúpula propietaria del FMLN. Sus hechos delatan lo que ahora son: una elite nacida de la guerra. Sus mismas acciones también los retratan como una elite nepotista.
Intoxicada con su propia propaganda, extraviada en las alturas de un poder distante de sus bases y de la ciudadanía, esta elite ya es incapaz de verse con lucidez delante del espejo y de llamar por su nombre a eso en lo que se ha convertido. Ya se conocen desde hace mucho tiempo las historias de los heroicos y rebeldes muchachos que empiezan luchando por la justicia social y terminan convertidos en envejecidas burocracias nepotistas cuyos miembros solo abandonan los puestos de dirección cuando sus cuerpos son llevados al cementerio. Para nosotros es fundamental analizar estas historias en las que un sueño épico se transforma en una especie de estafa política. Debemos incorporar tales fracasos con sus correspondientes explicaciones a ese saber que será necesario para construir una cultura democrática popular en el futuro y, por lo que se ve, ya sin el FMLN.