Por Álvaro Rivera Larios
Muchísimas personas afirman que nuestra democracia entró en crisis tras la llegada al gobierno de Nayib Bukele. La gran tarea que ahora se impone la oposición es restituirla, devolver la política al marco que en teoría establece nuestra constitución democrática liberal. Una vez que se derrotase a Bukele y sus políticas autoritarias, todo consistiría en retornar al respeto a la división de poderes, a la no reelección presidencial, etcétera, etcétera.
Algo de razón tienen estas críticas a las que yo haría solamente un reparo: Si Bukele logró llegar al gobierno gracias a un respaldo popular masivo fue precisamente porque nuestra democracia ya estaba en crisis. La figura de Bukele como principal amenaza de nuestras libertades oculta el hecho de que su aparición es un efecto inesperado de una democracia en crisis desde hace muchos años.
Así que ya no se trata solo de deshacerse de Bukele para retornar a un orden lamentablemente perdido, se trata de recuperar la confianza perdida en ese orden y dudo que eso se logre con meros remiendos institucionales. Hay una fractura mayor que no podrá soldarse únicamente devolviendo la política a la legalidad constitucional y es esa fractura que existe ahora entre las instituciones del Estado y la sociedad civil.
Gracias a esa fractura, Bukele está ahora en el gobierno y por eso el gran problema que debemos resolver es el de cómo soldar esa gran fractura que constituye el descrédito de las instituciones democráticas ante la ciudadanía. Las derrotas electorales históricas y apabullantes de los dos partidos que se habían alternado en el gobierno de la nación durante la posguerra son un claro testimonio de esa brecha.
Las miserables inercias de nuestra política siguen su curso tradicional en el actual gobierno, pero, más allá de que sea la misma política de siempre, estamos en un escenario político distinto. Aquí las semejanzas entre los estilos de gobierno autoritarios solo nos arrojan al terreno de las obviedades, si no recapacitamos que las dictaduras militares que tuvimos en el siglo XX intentaban impedir la llegada de la democracia.
El autoritarismo que ahora padecemos tiene una raíz distinta: ha nacido del profundo descrédito de la democracia de la posguerra. Este descrédito es mucho más peligroso que el gobierno actual.