Por Gabriel Otero
Él fue uno de los primeros poetas en enviar material para publicar en los vestigios del Latino Cultural, era septiembre u octubre de 1989 cuando descubrí la magia de la retroalimentación sabatina, acorde al aforismo de Mcluhan de que el medio es el mensaje, en este caso el mensaje y el medio eran las páginas 2 y 3 del Diario Latino, yo encantado que alguien leyera mi naciente y vieja sección y que se tomara la molestia de responder, y no solo eso, sino que mandara sus versos en folios de papel revolución tecleados con máquina de escribir.
Solo un amante de la letra impresa podría utilizar semejante papel, su palabra me deslumbró, sus versos tenían el oficio del orfebre, cada imagen colocada para transmitir una emoción, eran palabras escritas en la calle y olvidadas en la banca de un parque, ciertamente, era un placer leerlo.
Después me visitó en el diario y me llevó un poemario de su autoría publicado por Editorial Universitaria, además de unas hojas, no recuerdo si deLa Palabra, o de Luna de Gato, “cuyo tiraje era mínimo y que era enviada al Departamento de Letras de la Facultad de Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional de El Salvador, esporádicamente a la UCA y de cuando en cuando repartida en el Café Teatro”*.
El poeta era Julio Iraheta Santos, pastor cuya predilección radicaba en las matemáticas, la predica del evangelio y en escribir versos. Transmitía serenidad como los viejos profetas, alguien que ha vivido todo y percibe pausado los días y las noches.
Posteriormente supe que Julio había fundado el grupo literario Piedra y Siglo, y el taller Francisco Díaz, esa propensión tan salvadoreña, y que me cuesta trabajo entender, de juntarse en círculos creativos.
En 1990, ya en tiempos del Tres Mil, Julio se integró al colectivo Segunda Quincena junto a Salvador Juárez, Eva Ortiz, Jorge Vargas Méndez, Luis Galdámez, Atilio Silva y Wilfredo López.
Recuerdo a Atilio Silva mostrándome orgulloso la primera plana del colectivo que se publicaba cada quince días, y que era una mezcla de grafiti con pinta callejera muy complicada para leer, incluía textos manuscritos y otras tipografías, pero lo valioso eran los versos vociferando rebeldía.
Y fue también un sábado, cuando descubrí el poema que más me gusta de Julio, que se publicó en el primer año del Tres Mil:
EL CRISTO DE LOS PARQUES Yo he visto a Cristo sentado en el espaldar de los sofás de los parques de barrio Lo he visto con el rostro entre las manos rodeado por la humareda de los buses mirando pensativo a los pordioseros de la acera de enfrente a los limpiabotas de la esquina del mercado San Jacinto a las vendedoras ambulantes al desempleado disimulando su hambre bajo la sombra de los árboles ralos a la prostituta adolescente que merodea por los arriates con ropa desteñida del mercado de pulgas al retrasado mental que derrama sus estrellas malolientes sobre su barbilla a los alcohólicos y huelepegas andrajosos con sus ojos rojos como semáforos abandonados Yo lo he visto y he tenido vergüenza de pasar de largo en mi camino hacia el templo y no sabiendo qué hacer me he sentado a sus pies a llorar.
Esa vez que lo leí, fue una especie de revelación de ese bardo que recita sus versos y que nadie lo escucha, solo unos cuantos elegidos guardan sus metáforas y se acuerdan de ellas en silencio, porque eso es la poesía, un soplo de la eternidad.
En los años siguientes vi a Julio muy poco, cuando llegaba a dejar la plana siempre platicábamos, yo lo respetaba y nunca he considerado adecuadas esas familiaridades ofensivas e idiotas de tutear a alguien que lo duplique a uno en experiencia.
Al tiempo me regresé a México y tuve la oportunidad de participar en el 18 aniversario del Tres Mil cuando Otoniel Guevara, en un gesto en extremo generoso que lo engrandeció, me permitió coordinar la edición conmemorativa del suplemento que fundé y ahí invité a Julio Iraheta Santos a escribir.
Y la última vez que contacté a Julio fue para el XX Aniversario y me contestó lo siguiente:
En primer lugar, Gabriel, quiero agradecerle sus palabras de la entrevista del sábado pasado en TRES MIL, ese joven como usted le llama y que quieran o no quieran ha de llevar siempre la anunciación del ángel que lleva su mismo nombre, estimado poeta. Esperamos leer pronto esos poemarios que usted anuncia en el Suplemento. En segundo lugar, le envío adjunto un poemario, CAFÈ MARGINAL, que acaba de dar a media luz La Cabuda Cartonera de El Salvador, 2010, para que usted seleccione lo que estime conveniente. Se puede hasta reproducir, porque tiene alma de pirata lumpen. En tercer lugar, le regalo lo del don...sólo soy un loquero de palabras... Gracias por todo. Julio.
Así era Julio Iraheta Santos, grande como el cristo de los parques.
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*El entrecomillado es parte del texto Hace dieciocho años de Julio Iraheta Santos