¿Es legítimo apelar a la juventud para no opinar, hacerlo mal o de manera irresponsable? No, no es legítimo, así como no lo sería que alguien dijera que lo sabe todo porque es más viejo o que puede emitir mejores juicios porque “vivió en esa época”. Afirmar algo así sería ridículo, pero muchos piensan que son listos cuando repiten “que están muy jóvenes” para entender un evento histórico, como los acuerdos de paz de hace 25 años o la centenaria revolución bolchevique, por ejemplo. Posiblemente pensaban lo mismo cuando, en la escuela, leyeron sobre la llegada a la Luna o la conquista de América, y por eso saben muy poco sobre eso o no les importa. Total, “aún no habían nacido”. En realidad, sus opiniones deficientes se deben a una ignorancia que podrían combatir estudiando, no a que todavía no tengan su DUI.
Ser joven no garantiza mayor inteligencia o claridad ideológica. No podemos estar seguros de que los consejos que nos da un muchacho de 15 años o una joven de 25 nos ayudarán a saber mejor qué hacer, a qué temer o por qué luchar. Tampoco la juventud asegura la bondad o la inocencia. Es cierto que ahí tenemos a los muchachos militantes comprometidos con las mayorías populares y los blogueros ligados a causas “nobles”, pero también están las juventudes neonazis y los homofóbicos imberbes.
En las redes circula una frase, quizás un poco forzada, de Salvador Allende: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”. Aunque pueda ser una frase bonita, es falsa; refleja más los anhelos de un revolucionario que la realidad de las cosas. Y esto porque, en primer lugar, se puede ser joven y reaccionario; es más, se puede ser joven y asesino a sueldo de la oligarquía, de un ejército invasor o de algún grupo criminal. Pero también es una expresión falsa porque ni la biología ni la edad pueden determinar las opciones políticas de nadie.
Realmente, cuando alguien dice que “la esperanza está en los jóvenes” apunta a valores y no a un grupo de edades. Es usual escuchar que “las ilusiones de muchacho” son algo bueno en sí mismo y que, por el contrario, con los años nos volveremos “cobardes” o “cínicos”. No obstante, esta es una manera retórica de hablar, con la que buscamos convencer o impresionar. Solo un despistado crónico negará que las esperanzas de muchos jóvenes dan asco y que, con frecuencia, son otros más viejos los que nos motivan a ser mejores personas.
La juventud no asegura sabiduría, pero tampoco es un lugar político. Para sumarse a las luchas por la democracia y la justicia social, puede ser bueno tener 20 años; sin embargo, esto no garantiza ni una elección justa ni mayor capacidad estratégica. Lo que se necesita son estudios adecuados y una opción política correcta. Pero antes hay que renunciar al irresponsable ―y también insoportable― “fetiche de la juventud”.
(*) Académico y columnista de ContraPunto