viernes, 12 abril 2024

Inmortalidad, ¿pero a qué precio?

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Los avances de la ciencia prometen detener el desgaste natural del cuerpo humano; sin embargo, ¿se ha puesto a pensar en el impacto que tendrí­a para nosotros que la muerte sea "opcional"?

Dicen que a todos les llega la muerte. Incluso a la muerte. Eso sugieren, en una versión muy optimista del futuro, el ingeniero venezolano José Luis Cordeiro y el pionero tecnológico estadounidense David Wood en su flamante libro titulado “La muerte de la muerte”. En él, los autores fijan una fecha, el año 2045, donde el ser humano se volverá casi inmortal. “La muerte será opcional a partir de ese año”, aseguran.

Todo esto, afirman, es que "gracias a los avances de la ciencia, seremos capaces de parar el proceso del envejecimiento y extender indefinidamente la esperanza de vida". Eso incluye "la medicina regenerativa, los tratamientos con células madre, las terapias genéticas, la impresión 3-D de órganos, la bioingenierí­a, la nanotecnologí­a molecular, las drogas antiansiedad o las hormonas de crecimiento…"

¿Se han puesto a pensar en eso? ¿Cómo reaccionarí­amos si fuéramos inmortales? Creo que depende de las circunstancias de cada quien, y en mucha medida dependerá, como sucede ahora, de las clases sociales. Aquellos con dinero y posibilidades de disfrutar la vida, quizás encantados. Pero los pobres que no tienen trabajo o lo tienen extenuante y mal remunerado, no muy bien. Incluso arriesgarí­a a decir que tampoco serí­a un paraí­so para los adinerados, ya que la vida se volverí­a monótona. No creo que las posibilidades de vivir y estar sanos estarí­an a la mano de cualquiera, porque los costos de la “inmortalidad” serí­an muy elevados y esto no harí­a más que extender la brecha entre ricos y pobres.

Pero, suponiendo que todos tengan acceso a las tecnologí­as de rejuvenecimiento, imagino un ser humano diferente. Nuestra personalidad cambiarí­a por completo. Nuestros planes, por ejemplo, serí­an a plazos eternos. No tendrí­amos la misma ilusión por los logros, también algunos se volverí­an más irracionales e intrépidos para buscar el placer y hasta desbocarse. La idea de la inmortalidad les harí­a desafiar cualquier peligro, aun si fuera un capricho, como si se tratase de eternos adolescentes

También cambiarí­a, por supuesto, nuestra relación con la religión. Quizás sea más sutil y/o banal, pues no tendrí­amos miedo de adónde irí­amos al morir. Podrí­a haber más laxitud en los fieles. También, se me ocurre, el trabajo se verí­a afectado, pues no habrí­a relevos generacionales, al margen de que para esos años quizás los robots ya se hayan apoderado de todos los puestos de trabajo. Podrí­an crecer las tasas de mortalidad para deshacernos de los que ya viven mucho. No sé, la idea parece un poco descabellada y egoí­sta.

Imagino ese futuro tan moderno, tan tecnológico, que me da un poco de temor, porque la modernidad no siempre implica cosas buenas. Por otro lado, las oportunidades no llegan a todos por igual… He visto acá en el paí­s personas sin zapatos y estamos en pleno siglo XXI, el mismo donde algunos lucen calzado Louis Vuitton de 10 mil dólares.

Por todo eso, no creo que en el 2045 se dé la muerte de la muerte. En todo caso será la inmortalidad de los millonarios. Y sí­, tendremos una sobrepoblación de ricos y millonarios que puedan acceder a ese nivel de la salud. Habrí­a también más competencia por los mercados que generan ganancias, ya que para disfrutar de la eternidad hay que ser cada vez más ricos y controladores.

Muchos, al final, no morirán de ninguna enfermedad sino de aburrimiento. Se me viene a la mente el caso reciente de un cientí­fico de 104 años que acaba de llegar a Suiza solicitando la eutanasia. ¿Cuál era su problema? Estaba aburrido de vivir. Claro, seguramente le pesan los años, tal vez no serí­a igual si conservara la vitalidad de la juventud. Aunque siempre hay jóvenes se sienten vací­os y por eso caen en vicios, drogas, alcohol. retos y juegos absurdos

He leí­do de gente que pretende frenar los avances de la ciencia en determinado punto. Lo considero absurdo, más que frenarlos, lo que hay que hacer es regular sus usos y aplicaciones. Frenar la ciencia serí­a como frenar la imaginación en los niños, y eso lo más hermoso que tenemos.

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Margarita Mendoza Burgos
Margarita Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicólogía Médica, Psiquiatrí­a infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España; colaboradora de ContraPunto
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