domingo, 12 mayo 2024
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Hipótesis del sueño: Miguel Falquez-Certain, un orfebre de la palabra

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Presentar y comentar la obra de un poeta nunca es fácil. Comentar la obra de un poeta con una voz y obra afincadas y maduras (y, además, referentes de la literatura escrita en español en la escena cultural neoyorquina) como la de Miguel Falquez-Certain se vuelve aún más difícil, pero también un deleite.

Como el orfebre, en cuyas manos los metales preciosos encuentran nuevas formas, Miguel Falquez-Certain toma en sus manos la palabra y la desgaja, la deconstruye, la resignifica, la depura y nos la ofrece dialogante en varios planos discursivos en una serie de poemas que da forma a Hipótesis del sueño, antología personal publicada en Nueva York por Nueva York Poetry Press. Esta selección nos invita a reflexionar sobre la trashumancia del signo lingüístico, el erotismo como fuerza vital creadora, sobre la temporalidad y lo efímero de la vida y lo imperecedero de la palabra. Es, pues, dicha selección poética, no sólo representativa de la obra de su autor, sino también una radiografía de la Vida, con todos sus aciertos y escollos.

Miguel Falquez-Cetain

Tras una primera lectura, dos cuestiones llamaron mi atención. La primera, el título de la antología, que, si bien toma el nombre de uno de los textos que forma parte del poemario, invita a pensar “la palabra” como esa materia prima moldeable, plurivalente y sujeta a prueba con la que cuenta el poeta, como ese leitmotiv en virtud del cual los textos dialogan entre sí. La segunda, la extratextualidad, esto es, esa polifonía dialógica que se establece entre los diversos epígrafes, antesalas al cuerpo textual, y la voz poética, que, si bien ceñida a ellos, crea y recrea otras instancias de enunciación poética. En dichos exergos de autores clásicos universales, otros contemporáneos (entre ellos políticos y científicos), “la palabra” se hace presente, en su mayoría, en la lengua en la que fueron escritos originalmente. Este detalle, intuyo, muy adrede por parte de Falquez-Certain, más que un despliegue de erudición, pone de manifiesto la relatividad del signo lingüístico, esto es, esa relación saussureana entre significado y significante que, en el poema “Simulacros”, pierde su calidad de infranqueable. Así, la voz poética, de forma convincente, esgrimirá que “[el] destino se forja en la palabra y en ella habitas, porque tú le ofreces el significado deseado, y nada significa fuera de ese orden, tú lo inventas, cuartillas borroneadas que sólo muestran el simulacro de tu intento, siempre transitorio hasta que la muerte le brinde su clasificación definitiva”. Nombramos de acuerdo con nuestras propias experiencias y al hacerlo significamos el entorno y nos resignificamos, somos, en términos braidottianos, sujetos nómades y no hay nada estático, nada definitorio; la palabra es trashumante como el ser humano. La muerte es el destino final de nuestro viaje de desidentificaciones y reidentificaciones, puesto que, tal como indica el hablante poético, “[el] mundo es una ficción que nos inventamos nosotros mismos”. Esta inquietud vuelve a hacerse patente en “El nombre de las cosas”, en el que el yo lírico insiste en hurgarse y en recalcar su carácter nómade, por lo que se empeña en hacernos saber que “El mundo ocupa los espacios de la mente: mi auténtico yo, no puedo poseerlo, porque la realidad es presente como transición”. El sujeto poético expectorado sobre esa realidad que lo rodea, sobre ese “mundo” que ha nombrado transitoriamente, no logra encontrar la versión definitiva de sí mismo. En suma, ese “auténtico yo” no es sino la yuxtaposición de las interpretaciones de sí mismo y de las que los otros hacen de él. Pero el yo lírico no desiste, insta a poseer la palabra, a domarla, porque es “la palabra” el no lugar, único espacio en el que logra objetivarse, y así, en “Presagios”, con vehemencia y en actitud imperativa, apostrofa: “Abre paso a la palabra, habita en ella, / tócala, siéntela, respírala… / hazla tuya, tú eres el innombrable, el que la crea”. El poeta es un pequeño dios, ese que crea y recrea, es, por ende, el artífice que, a pesar de su caducidad y finitud, le gana la batalla a la muerte, porque ha logrado habitar la palabra y esta es imperecedera, tal como lo expresa en “Tánatos”: “Tu triunfo es vencernos, / indudablemente, pero el nuestro / es encerrarte en la cuartilla”.

A lo largo del poemario, también vemos la interacción de un registro discursivo culto que cobra vida ya sea en una poesía de carácter referencial o en el uso de vocablos que se alejan de lo cotidiano, y un registro discursivo coloquial que da cabida a una poesía de trasfondo lírico que nos muestra una voz poética desnuda de preciosismos, me atrevería a decir, descarnada. Teniendo en cuenta lo anterior, en “Five Stone Wind” se yuxtaponen ambos registros. Ambos planos, intelectual y emocional, se intersectan en un manejo magistral de la palabra. La voz poética se despoja de todas sus vestiduras, pero para ello debe encontrar otro espacio dentro del ya espacio textual, y lo hace mediante el uso de corchetes, es ahí donde el yo poético logra entrar en contacto consigo mismo y se vulnera ante su interlocutor “[Tu cuerpo suda, inseguro de sus propios jugos, / y me observas en silencio. Tus labios tiemblan. / Estas ganas de vivir me están matando, y mirando / al vacío, te miro en el espejo cuando te adueñas de mí]”.

Por otro lado, el erotismo atraviesa los textos reunidos en Hipótesis del sueño. De acuerdo con Audre Lorde, en referencia al sujeto femenino, el erotismo se define como esa energía creativa y creadora, ese conocimiento de sí mismo que reclama y redefine su propia historia. Tal proposición puede aplicarse a la poética de Falquez-Certain, desde una óptica más abarcadora, es decir, que comprenda las diversas subjetividades (incluso las subalternas), que comprenda al ser humano en general. De esta forma, el erotismo radica en la capacidad de “la palabra” de poetizar lo cotidiano, de literaturizar espacios y vivencias que reclaman y rescatan esas historias de amor y de desamor que encontramos en el texto. El sujeto poético nos enfrenta, como lectores, a un discurso erótico y a un erotismo discursivo, tal como puede constatarse en “Artes culinarias”. La sensualidad en la preparación de la comida, el intercambio entre sujeto y objeto poéticos que se complementan en una cotidianeidad que nada tiene de rutinario están impregnados de un erotismo que permea todo el texto. Por su lado, a nivel formal, el erotismo discursivo se manifiesta en la elección de los verbos y adjetivos (crujir, morder, deglutir, suculento, tierna), al entrelazar vocablos provenientes de diferentes campos semánticos: el achiote, el paté criollo, la yuca, el sancocho van de la mano con la anadiplosis, los textos y el ensueño verbal y, finalmente, al hacer de “la cocina” un espacio en el que también es posible hacer poesía.

Tanto hay por decir sobre la obra de Miguel Falquez-Certain. En él hay una búsqueda incesante de los significados últimos de la palabra, de su esencia. Con una poesía referencial y a la vez íntima y cotidiana, “la palabra” se interna en los vericuetos de la existencia humana para encontrar respuesta a esas interrogantes que nunca cesan, que por momentos hallan una definición transitoria y efímera, tan nómade como la subjetividad misma. Si algo es constante en la obra de Miguel Falquez Certain es el dominio de ambos registros discursivos, el culto y el coloquial, el tratamiento de los temas y, sobre todo, ese compromiso con la literatura misma que hace de él, para decirlo con sus propias palabras, “el artífice que cincela el texto”.

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Juana M. Ramos
Juana M. Ramos
Escritora salvadoreña, del York College of The City University of New York; colaboradora y columnista de ContraPunto
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