Un libro que marcó época en mi vida fue “Retazos” del escritor salvadoreño Carlos Pohl. Dicho libro contiene una serie de anécdotas de diferentes personajes, consejos, normas de vida, pues el Sr. Pohl se destacó como un gran orador y ofreció cursos de relaciones humanas allá por los años 60 o 70.
Pues bien, una de sus anécdotas más memorables es la referida al torero Manolete, quien en su última faena fue mortalmente herido por la cornada de un toro. Dice el texto que cuando los periodistas reconvinieron al torero, en su lecho de muerte, y le pedían razón de por qué no había esquivado la cornada, pudiendo hacerse a un lado, él sencillamente dijo: “Porque habría dejado de ser Manolete”. Verdad o no de estas últimas palabras o siquiera de que el torero hubiera podido sostener este diálogo, tan lastimado como estaba, no se duda de que tal expresión contiene en sí misma toda la fuerza de un verdadero carácter, lo que significaría que hay que enfrentar las cosas de la vida con el mismo valor, con el mismo carácter, cuanto más complicadas o simples se presenten. En otras palabras, al toro por los cuernos.
Aunque la tauromaquia no es un ¿deporte o arte? de mi agrado, el ejemplo me parece bastante acertado para (utilizando la palabra anterior) “reconvenir” especialmente a algunos funcionarios y/o situaciones que no están bien.
En realidad el reconvenir no sería lo más adecuado, porque según el diccionario significa “reprender suavemente a una persona por algo que ha dicho o hecho mal”. En otros países a funcionarios que están haciendo mal su trabajo hasta se los lincha o se los bota, como objetos inservibles, en los basureros municipales. En el país esto no sería posible, pero en el nivel en que estamos ahora, cuando somos testigos de tanta corrupción y discursos demagógicos, una reconvención es lo mínimo que puedo hacer dentro de mi libertad y pleno goce del ejercicio de mis derechos como ciudadana.
Hace unos días, a pocas horas de que se inaugurara la exposición “La última Cena. Alegorías Religiosas” los organizadores recibieron la notificación de que dicha exposición estaba suspendida, sin mayor explicación, en una inexplicable paradoja pues la responsable de informar de tal decisión, funcionaria de la Secretaría de Cultura, también era participante de la exposición con su obra “Jesús Hominum Salvatore”.
Para ponernos en contexto la exposición consta de siete cuadros en los que sus autores han plasmado su personal interpretación de un momento muy importante para el mundo cristiano. De más está mencionar que dichas interpretaciones son valoraciones subjetivas de cada pintor (si se me permite denominar de esa forma al sublime acto de la creación estética). No tiene por qué estar amarrado a concepciones ideológicas o a esquemas clásicos, porque entonces, siendo “La Última Cena” de Da Vinci el cuadro aceptado como parte de la iconografía religiosa, habríamos tenido siete cuadros como meras reproducciones de lo que Da Vinci hizo. Punto número uno.
A continuación, y aceptadas las obras y pasado el filtro de las altas autoridades, se procede a la organización del evento. Esto requiere una inversión de tiempo y dinero (elaboración de afiches, catálogo, invitaciones, acto inaugural, disposición de la sala, etc.) es decir, hubo una erogación de fondos y trabajo desarrollado por empleados de la Secretaría de Cultura para atender estos menesteres. Punto número dos.
Finalmente, a dos días de inaugurarse la exposición, se recibe la orden de suspender. En un mensaje escueto, sin mayor explicación. Ante ello los expositores y el coleccionista, dueño de la obra a exponer, decidieron demostrar su total rechazo y protesta ante lo que consideraron un atropello a su dignidad como artistas por la censura impuesta, y montaron la exposición en el techo de la Sala Nacional de Exposiciones “Salarrué” ubicada en el Parque Cuscatlán. Mientras todo esto sucedía, las redes sociales se inundaron con comentarios de los más diversos, desde los ataques más violentos contra lo que suponían una ofensa para la religión y un exacerbado puritanismo, hasta la exaltación como ángeles o demonios, de algunos funcionarios de la Secretaria, apoyando la suspensión o reclamando por la censura. La Secretaría de Cultura guardó silencio. Punto número tres.
Unos días después se dio a conocer el comunicado oficial en que manifestaban su reconocimiento a la trayectoria de cada artista participante así como el respeto por el derecho del artista a su libertad creadora, entre otras cosas. La razón aducida de la suspensión fue por daños en la infraestructura de la sala y que se comprometían a reprogramarla a futuro. Si esa fue la causa ¿por qué permitir ese deterioro en su credibilidad con tantas y tantas elucubraciones más malas que buenas? El que calla, otorga.
Más preocupante que todo ello fue el absoluto silencio de la señora Secretaria de Cultura, a pesar de que el catálogo cuenta con palabras de apoyo a la muestra. No es difícil llegar a la conclusión de que su jerarquía como máxima autoridad de cultura fue superada por alguna instancia superior, misma de quien provino la orden de suspensión.
Sobre ello, entonces, debo reconvenir a las autoridades respectivas pues me parece que no están considerando los efectos de sus acciones (una persona muy apreciada me dijo una vez “Nunca olvide la Tercera Ley de Newton”). La suspensión de una actividad ya montada es un hecho violento que obvio, tuvo una respuesta igual. Hacer la exposición al aire libre tal vez no fue lo correcto, pues arriesgaban unas obras valiosas, pero los artistas se vieron acorralados y tomaron al toro por los cuernos. Se comprometieron con el público y lo enfrentaron. Las autoridades no lo hicieron.
Con mucha seguridad mi reconvención podría aplicarse también a varios funcionarios y carteras de estado, por ejemplo cuando no se admite hechos tan evidentes como diálogos o intentos de acuerdos o compromisos entre funcionarios y pandillas, sean del partido que sean, habiendo pruebas que los desenmascaran. Cuando sucede una desgracia como el derrame de melaza en un río que provee de recursos a varias comunidades y se condena apenas a la empresa responsable a ofrecer una disculpa en dos periódicos, casi como si le dijera “tenga cuidado y no lo vuelva a hacer”. La vida de seres vivos es más importante que unas letras en un periódico.
Hace falta carácter entonces, que cualquier funcionario de gobierno haga lo que tenga que hacer por la dignidad de su cargo, reciba con valentía y honor tanto los aplausos como los reclamos, y que valore y respete a quienes confiamos en su capacidad de desempeñar con solvencia su cargo o de administrar justicia.