La dura realidad en la que vive nuestro pueblo, todas sus privaciones, la precariedad de sus modos de vida, dejan aparecer cualquier aspiración de aplicar el famoso llamado de los filósofos del Siglo de las Luces, de “apresurarnos a volver popular la filosofía”, como una vana aspiración. Aquí, volver popular no significa que la filosofía recobre alguna reputación positiva, sino volver a todos los miembros de la sociedad capaces de poder ocuparse de los problemas más complejos que se nos presentan.
Este llamado tiene ya más de dos centurias y la filosofía sigue siendo una ocupación de especialistas y su número es limitado, incluso en sociedades cuyos recursos materiales son en mucho superiores a los nuestros. La filosofía sigue teniendo la misma mala reputación que tuvo siempre: para la mayoría la filosofía es una ocupación de ociosos que se divierten con complicados calambures y se esfuerzan en construir esquemas abstractos muy alejados de las preocupaciones del hombre de carne y hueso. En todo caso, la filosofía tiene mala fama y se nos presenta como algo inalcanzable, pero sobre todo incomprensible.
Este llamado ha sido retomado por otros filósofos, entre ellos Marx, Engels, Lenin, Gramsci, Lucács, etc. Debemos reconocer que estos filósofos hicieron esfuerzos en sus escritos porque este famoso llamado se plasmara en la realidad. No obstante estos esfuerzos la filosofía sigue siendo algo extraño y ajeno para el común de los mortales.
En parte esto se explica a partir de la filosofía misma, pues para practicarla se requiere esfuerzos, dedicación, aplicación y constancia. Pero más allá de estas requeridas cualidades de las personas, la filosofía encierra en sí misma dificultades propias, pues desde el inicio nos exige que nos despojemos de nuestro modo de pensar ordinario, critica nuestro sentido común. La filosofía es una constante invitación y exigencia a la reflexión.
Pero volver popular la filosofía significa democratizarla, es decir facilitar el acceso, esto por supuesto, pero al mismo tiempo es darle al pueblo lo que la filosofía ofrece de capacidades críticas y de conciencia, como la dan también las ciencias sociales, humanas y el arte.
Valga afirmar que volver popular la filosofía no puede significar llevarle al pueblo un saber que le ha permanecido en su principio exterior y ajeno. Más bien se trata de provocar el florecimiento de las potencialidades filosóficas del pueblo, que las discriminaciones sociales, las condiciones laborales despóticas, las inigualdades escolares han obstaculizado en la misma organización de su tiempo cotidiano. Se trata de revelarle al pueblo mismo las ideas, la concepción de mundo que lleva en su seno. Volver la filosofía popular significa también introducir al pueblo en el objeto mismo de la filosofía, en tanto que producto y autor de la historia social, económica y cultural de la sociedad.
Se trata pues de llevarle al pueblo una racionalidad que hasta ahora le ha permanecido exterior en el principio mismo. Para Marx se trata sobre todo de revelarle a los pueblos la racionalidad que contienen sus propios movimientos. Esta es una idea moderna, que se la debemos a este pensador tan atacado, pero al mismo tiempo tan ignorado. Se trata aun de una tarea por realizar.
La lucha ideológica
La realización o no de este objetivo forma parte de la encarnizada lucha ideológica que se lleva a cabo a diario entre las principales clases sociales. Se trata de una lucha en que la balanza del triunfo se inclina por el momento por las clases dominantes, por las que ejercen su hegemonía sobre la sociedad entera. Esto tampoco puede extrañar a nadie. La ideología dominante se apoya precisamente en la aprehensión más inmediata del mundo social que nos rodea, que nos aparece como existiendo desde siempre y que se reproduce constantemente, hasta el punto de considerarlo como natural. La burguesía (en nuestro caso, oligárquica) tiene en sus manos los principales medios a través de los cuales se trasmite la ideología y lleva una constante batalla contra todo pensamiento que pueda poner en tela de juicio su dominación. No obstante el principal blanco de sus ataques sigue siendo la filosofía marxista, sobre todo caricaturando sus posiciones, imputándole postulados que no le pertenecen, pero con mayor hincapié ocultándola y hasta prohibiendo su estudio. En nuestro país solamente hasta ahora, se puede reivindicar como suyo el pensamiento marxista sin sufrir la represión, sin correr oficialmente peligro de muerte. Aunque esto hay que relativizarlo, pues la extrema hostilidad que se ha profesado durante toda nuestra historia no puede desaparecer en unos cuantos años.
La dificultad actual en nuestro país de filosofar, ya sea a nivel individual o colectivo, más allá de las dificultades intrínsecas a esta actividad, reside en que no tenemos ninguna tradición filosófica, que el nivel cultural general de la población no es muy elevado, no tenemos enraizada ni siquiera la costumbre de leer y aún menos de poner por escrito nuestros pensamientos. En nuestra historia contamos con un pensador de talento, Alberto Masferrer, pero todos sabemos que fue perseguido, luego “recuperado” y hasta oficializado.
La izquierda, cierta izquierda, optó por denigrar a Masferrer, en vez de apoyarse en sus escritos para hacer avanzar el pensamiento crítico nacional. Masferrer estaba lejos de ser marxista, no obstante su pensamiento agudo enfocó muchos males de su época y propuso soluciones. Los partidos de izquierda, los tradicionales como los que surgieron en la década de los setenta, no han producido textos de carácter filosófico, su empeño se dirigió sobre todo al análisis político y económico. Es cierto que mucho se dijo que estos análisis se sustentaban en el pensamiento del “marxismo-leninismo”. Pero muchas veces este apego al “marxismo-leninismo” era declarativo, rutinario y a veces excesivamente doctrinario.
Filosofar no es una actividad espontánea
Pero filosofar no es una actividad que surge espontáneamente, requiere un esfuerzo y los que se han lanzado a este ejercicio se han dado cuenta de las dificultades que encierra. Sin embargo no podemos menospreciar las formas y los contenidos de la actividad intelectual que acompañan a toda conducta práctica de la vida cotidiana. Estas conductas contienen ideas, más o menos sistematizadas y expresan de manera compleja un conjunto de concepciones generales, sociales, políticas, religiosas, morales, estéticas, etc. Nuestros comportamientos, de manera explícita o no, de manera consecuente o no, se apoyan siempre en opiniones, en juicios y conocimientos que hemos sacado de todo tipo de experiencias diarias.
Estas ideas tienen su origen en la infinita red de relaciones que hemos ligado a todo lo largo de nuestras vidas personales y en la historia colectiva, con la naturaleza, el medio socio-cultural, la estructura de la sociedad y nuestro propio lugar en dicha estructura. Son estas ideas, son estas concepciones las que dirigen, las que orientan los modos de considerar tal o cual acontecimiento, las maneras de reaccionar frente a tal o cual problema.
Estas concepciones expresan de alguna manera los procesos reales, pero no solamente eso, puesto que guían nuestros comportamientos prácticos forman parte de los mismos procesos.
Este tipo de ideas, de concepciones, aunque tengan poco o nada que ver con la reflexión filosófica, no podemos tampoco desconocer su significación profunda: por medio de esta multiplicidad de opiniones comunes se expresan ideas de alcance general, aunque no se acostumbre a formularlas como tales, su presencia es constante y casi permanente.
En nuestro país ¿quién no ha oído decir cosas como estas: “siempre ha habido ricos y pobres”, “hay gente que nace para dirigir”, “para hacer eso hay que ser dotado”? Podemos suponer que lo que expresan estas “verdades comunes” no se basan en algo sólido. Podemos admitir incluso que se trata de errores, ilusiones, expresiones de una resignación mistificada. De manera general nosotros suponemos que sólo las ideas ciertas, las verdades, reposan en causas reales, en la realidad y que las ideas falsas no, que son causadas por tontería, tal vez por la intención de engañar, por la inadvertencia, el descuido, etc., no obstante podemos decir que una idea errada, falsa tiene tantas causas reales como las ideas ciertas y verdaderas.