Sinclair Lewis, el primer estadounidense que obtuvo el Nóbel de Literatura, en 1930, era un maníaco a la hora de escribir. It Can’t Happen Here, una novela de 1935 que escribió en apenas cuatro meses, describe el ascenso de un demagogo, Berzelius «Buzz» Windrip a la presidencia de Estados Unidos. La novela de Lewis apareció en la época en que el fascismo se abría paso con maña y violencia al otro lado del Atlántico. Hitler y Mussolini seducían a millones de sus ciudadanos y pronto iban a arrastrarlos a la mayor hecatombe del siglo XX.
La periodista Dorothy Thompson, esposa de Lewis, había sido testigo del ascenso del fascismo en Alemania en su condición de corresponsal del New York Evening Post y el Philadelphia Ledger. Ahí tuvo la oportunidad de entrevistar a Hitler. Sus reportajes irritaron a los nazis y fue expulsada de Alemania. Thompson también había entrevistado en Estados Unidos a Huey P. Long, un cacique sureño que planeaba disputarle la presidencia a Franklin Delano Roosevelt en las elecciones de 1936. Long era un demagogo, y poseía un talante de golpeador capaz de asustar a cualquiera. Las experiencias y percepciones de Thompson sin duda alimentaron el proyecto de Lewis, que quería escribir una novela que hiciera sonar las alarmas: lo que pasaba en Europa también podía repetirse en Estados Unidos. Alguien parecido a Long o él mismo Long podía convertirse en el Hitler americano.
It can’t happen here describe el rápido ascenso de Windrip y su conversión en el primer dictador estadounidense. Una vez en el poder, se lanza como locomotora contra las instituciones democráticas: crea su propia milicia y red de orejas, escupe alusiones antinmigrantes y racistas, desbanda el Congreso y emplaza tribunales militares para juzgar a sus opositores, a los que encierra en campos de concentración.
Doremus Jessup, un editor de periódico que representa el espíritu demócrata y antimilitarista en la novela, había alertado a sus paisanos sobre el talante autoritario y maniático de Windrip. «El senador es un vulgar, un semianalfabeta, un mentiroso a primera vista, y está lleno de ideas idiotas». El periodista sufría preguntándose qué podían hacer gente lúcidas como él –en franca minoría– para impedir que un proyecto despótico y majadero arrastrase al país a la quiebra. Poco lograron las advertencias de Jessup: las masas adormecidas iban como borrregos al matadero.
Al final, los estadounidenses acaban volteándose contra Windrip, se organiza un movimiento de resistencia, incontables opositores se refugian en Canadá. Los desafueros de Windrip llevan a un golpe de Estado orquestado por su mano derecha, Lee Sarason y un general llamado Haik. Aunque el aprendiz de dictador termina en el exilio, en Paris, otros insensatos han ganado el poder. Como si se tratara de alguna república africana o centroamericana, se sucede otro golpe y a estas alturas la democracia estadounidense se ha ido por el despeñadero de la guerra civil.
It Can’t Happen Here fue una de las novelas más vendidas de Lewis: 300 mil ejemplares en un tiempo record, ademas de abrirle al escritor un repunte creativo. Con menor suerte en lo tocante a ventas, el autor de Colmillo blanco, Jack London, se había adelantado más de veinte años a la sátira de Lewis, y a la remontada del fascismo en Europa con The Iron Heel, una novela que salió a la luz en 1908. Su trama giraba en torno a la instauración de una dictadura oligárquica que duraría 300 años. Ambas novelas, tal vez no las mejor logradas de estos autores, dejaron al menos la impronta de una preocupación frente al avance del fascismo.
It can’t happen here estaba llamada a revivir sus quince minutos de fama.
En la recta final hacia la elección presidencial de 2016, cuando la idea de la candidatura de Donald Trump dejó de ser una broma pesada, la obra trepó a los primeros lugares en las listas de ventas, y comentaristas de los diarios más influyentes escribían sobre las resonancias de la novela en la contemporaneidad. ¿Qué se podía pensar de un político que decía que si le diera por plantarse en la Quinta Avenida de Nueva York y le disparara al primer fulano que se le pusiera enfrente, su popularidad no sufriría ni un ápice?
¿Cómo juzgará la historia a Donald Trump? Su estilo ha sido romper con los estilos y los protocolos; entrar a saco a la historia como el vaquero que irrumpe en la cantina y empieza a repartir codazos. Un político siempre en conflicto con amigos y aliados, que apela a los peores instintos y ahora amenaza con lanzar al Ejército contra sus propios ciudadanos. Cada vez que abre la boca, siembra tempestades.
Para entender a Trump habría que remontarse a algunos políticos de su país de los años treinta, a Huey P. Long probablemente, o acaso zambullirse en la ficción y compararlo con Buzz Windrip, el personaje de Sinclair Lewis. Habría que remontarse a las invasiones a México, a las campañas de limpieza étnica de Andrew Jackson, a la virulenta y larga historia de exclusión y segregación de chinos, irlandeses, italianos, judíos, mexicanos y, por supuesto, al racismo persistente contra los afroamericanos, al macartismo, a Richard Nixon. La cara fea de la fea historia vaciada en un molde inestable. Su propuesta de inyectar desinfectante y aplicar rayos ultravioleta a los contagiados con COVID-19 pareciera arrancada de la farmacopea teosófica atribuida al dictador salvadoreño Maximiliano Hernández Martínez.
Para entender su ascenso, sería imprescindible calar en las debilidades que llevan a los pueblos a arrojarse en brazos de personajes delirantes, hoy encarnados en otras latitudes en figuras como las de Rodrigo Duterte de Filipinas, Jair Bolsonaro de Brasil y Nayib Bukele en El Salvador. Un eje de la chaladura.
El momento actual despierta preocupaciones parecidas a las que alarmaron a los escritores estadounidenses de los años treinta del siglo pasado. La pandemia que actualmente asola el planeta ha hundido la economía mundial a niveles comparables a los de la Gran Depresión de 1929, antecedente directo de la masacre del 32 en El Salvador y precursora del ascenso de Hitler al poder en Alemania. Se pasa por un momento crucial que fácilmente se presta a manipulaciones y despistes, y a lo que algunos llaman “autoritariamo viral”. Que los pueblos echen mano de sus fortalezas y analicen, como Doremus Jessup, el personaje de la novela de Sinclair Lewis, por quién votan, a quién siguen, a quién le creen.
Fuente original: https://www.barracudaliteraria.com