domingo, 4 mayo 2025
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Escrito en una servilleta: La bitácora del hombre de hojalata. Justo a mí, me tocó ser yo

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“Algunos momentos de la vida -como si estuviéramos decodificando la bitácora del ‘hombre de hojalata’- nos muestran las ruinas del pasado”: René Martínez.

Por René Martínez Pineda.
X: @ReneMartinezPi1

Algunos momentos de la vida -como si estuviéramos decodificando la bitácora del “hombre de hojalata”- nos muestran las ruinas del pasado y, al mismo tiempo, el mapa que lleva a una sociedad con paisajes distintos y comportamientos nuevos, en la que, el miedo a cambiar, le tiene miedo a no hacerlo, sobre todo a partir de 2019. Esos momentos, nos muestran los diferentes caminos que se abren antes de que decidamos cuál vamos a recorrer. Precisamente, esas decodificaciones, de las muchas que hemos hecho desde 1821, fueron las que nos llevaron a conocer: la política, desde la lucha armada y, después, desde la insurrección electoral; la ilegalidad de la democracia, desde la legitimidad de la utopía social y del amor sin fronteras por la familia; el peso y sabor de la conciencia social, desde la acre soledad de una cárcel clandestina construida, con fondos propios, para albergar a los rebeldes sociales del siglo XX; la profundidad insondable de una urna electoral amañada, con la cinta métrica de la cultura política democrática de los que han vivido jodidos, pero contentos; la interdependencia social en la ausencia, desde el encierro de una cuarentena inevitable, y llena de presencias, que los enemigos del pueblo trataron de impedir, desde el agujero negro de un curul, para que los muertos se multiplicaran como peces.

En todas las ocasiones, creímos haber hecho una decodificación fiel del significado de la historia, dada y dándose; creímos que habíamos escogido el camino correcto, con la compañía correcta y con la brújula correcta; creímos que la bitácora de cada uno de esos momentos históricos, anticipaba la vieja sociedad que se negaba a morir, y la nueva sociedad que se tardaba en nacer, sin prever que, en el claroscuro (el limbo social), salían los monstruos a tratar de impedir que el pasado, pasara.

Y es que, cada vez que nos asomamos a un limbo social, instintivamente observamos el pasado, con una lupa gigantesca, y el futuro, con un microscopio precario, y partir de ello determinamos el presente que habitamos, tal cual es. Ciertamente, muchas personas son devotas radicales del pasado, porque eso les da seguridad, debido a que las decisiones ya fueron tomadas por otros, no por ellos, y, por tanto, no tienen que cargar con las consecuencias. Ahora bien, esa manía de someterse al pasado (más que comprenderlo para pararse sobre sus hombros) es común en los momentos críticos, y lleva a ponderar como retrocesos o empantanamientos las coyunturas, y eso es algo similar a acostarse en una hamaca y comprender la historia desde el ir y venir de ella misma, sin que la hamaca cambie su posición original. Los historiadores y sociólogos reaccionarios (los negacionistas) son expertos en usar esa hamaca.

Por instinto, también, en los momentos de decodificación de la bitácora que junta el pasado con el futuro -en el único lugar en el que convergen (el presente)-, nos volvemos seres intimistas y románticos, y eso implica que cada transformación que estamos viviendo sea, por sus resultados, un funeral con muchos dolientes, pero sin muerto, o, en el mejor de los casos, una confirmación del amor que, como en mi caso, tiene al centro a mi esposa -como flor del jardín- y a mis hijos. Entonces, cuando decidimos construir el futuro recurriendo al romanticismo de lo cotidiano -ampliando el presente y barriendo los desechos del contexto heredado- empezamos a revisar las circunstancias históricas de la misma forma en que observamos nuestra vida, es decir, como la síntesis de una actividad material y espiritual que se concreta en la historia, la cultura, la educación, la política, la ciencia, la ideología y, ante todo, la familia. Dicha síntesis, opera bajo la forma de sentido común, o sea como la verdad pragmática que espera ser elevada a la condición de verdad científica, que es la verdad que transforma la realidad, porque la comprende.

Es, esencialmente, la verdad pragmática la que construye, detiene, o destruye, los momentos en los que la transformación es factible; es la que sabe diferenciar la vida pasada, de la vida futura que se vive en el presente; es la que nos lleva a comprender que las piedras del camino, no son más hirientes que la angustia por heredar un mejor país a nuestros hijos; que los peligros que acechaban a la vuelta de la esquina de un país violento, no eran más intimidantes que el hambre que acechaba a los niños de la calle; que la belleza del centro histórico, no es más fascinante que la mirada de la esposa; que las peregrinaciones en busca del pan de cada día, son tan sagradas como la sangre que corre por las venas; que los veinte poemas de amor que mezclo en mis artículos y cuentos, no son más hermosos que los ojos almendrados de mi flor de dos pétalos; que el futuro no es tan agobiante, cuando se construye en el presente colectivo de un poema de amor sin eternos indocumentados.

Al entrar a la juventud, descubrí que, tanto la decodificación de la bitácora como los escritos literarios, necesitaban ser acompañados por el pensamiento social científico, y eso me llevó a estudiar sociología y a luchar con ella por construir un país apto para el consumo humano, en el que lo público sea mejor que lo privado. Ese acompañamiento -a la decodificación y a la literatura- tiene como función: desarrollar los conceptos y lógica de movimiento que expliquen los procesos de transformación social, uniendo la forma y el contenido -así en las calles como en la teoría-, porque la una cobra sentido y continúa en el otro, intercambiando las máscaras de ángeles y demonios, todo depende de si queremos abrazar a las personas, o asesinarlas y robarles lo poco que tienen; y depende, también, de quiénes son nuestros referentes teóricos: Marx o Feuerbach; Gramsci o Platón; Cervantes o Hitler; Galeano o Fukuyama; los reinvencionistas o los negacionistas.

Algunos momentos de la vida -como si estuviéramos decodificando la bitácora del “hombre de hojalata”- nos muestran las ruinas del pasado y, al mismo tiempo, el mapa que lleva a una sociedad con paisajes distintos y comportamientos nuevos, en la que, el miedo a cambiar, le tiene miedo a no hacerlo; en la que los reinvencionistas, les quitan el protagonismo a los negacionistas de siempre. En 2024, la decodificación de la última bitácora del “hombre de hojalata”, nos dio las luces para superar el limbo social, que aún persiste… si somos, lo que nos ha tocado ser.

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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