El Salvador, como muchos otros países latinoamericanos, está en un momento de transición en su etapa de pre-democracia a más democracia o hacia un estado que por el momento cobra incertidumbre.
Si bien los últimos procesos políticos han transcurridos sin las alteraciones violentas del pasado (golpes de estado, insurrecciones y guerras), no quiere decir que la democracia salvadoreña está sobre los rieles y tiene salud.
Después de la guerra civil transcurrieron 18 años para que se diera la alternancia tradicional de derecha a izquierda que nunca había tenido lugar en El Salvador.
El partido más importante de la izquierda local, el FMLN, estuvo 10 años en el gobierno. Antes, el partido más importante de la derecha, ARENA, estuvo 20 años en el poder. Pero analistas llaman a estos años como "perdidos" porque no resolvieron necesidades centrales de la población: vencer la pobreza y la exclusión: la desigualdad social.
En la actualidad, ante la presencia de un nuevo actor político (Nuevas Ideas), los partidos tradicionales FMLN y ARENA atraviesan sendas crisis internas, a las que algunos llaman "crisis de identidad".
Lo que se plantea a estos dos conglomerados que tuvieron "vida fuerte y salud vigorosa" durante y después de la guerra civil (1980-1992), son grandes reacomodos para recomponer sus fuerzas vivas. Y el camino estaría cuesta arriba en virtud de que los nuevos actores planten sus banderas y cumplan con atender las esperanzas de quienes los escogieron para dirigir los destinos del país.
Dialécticamente hablando, estamos en un proceso de transición. El desarrollo de la materia, incluida la sociedad, no es lineal.
En democracia, si es para su avance, no habría mucho de qué preocuparse por las transiciones. Tanto en la derecha como en la izquierda, y en el centro incluso, en todas direcciones, hay transiciones que están fuera de la voluntad de las personas.
La gran lección de la etapa pasada es que no puede haber una democracia verdadera y firme, gobierne el partido que sea, en la que subsistan en el sistema político la corrupción y la impunidad. Vale la advertencia para los nuevos actores. La máxima de que el poder corrompe no se puede menospreciar. Sólo el control social y el buen desempeño de la justicia le puede poner paro.