Por Mario David Mejía.
El teatro forma parte de la familia del arte escénico y existe desde tiempos muy antiguos. Pero ¿cómo han logrado los individuos de la especie humana crear teatro? ¿Cuál es la naturaleza del teatro? ¿Acaso hay capacidades humanas universales que hicieron posible su aparición? La respuesta es sí.
Al igual que otras especies del reino animal, la especie humana posee capacidades propias para maximizar sus probabilidades de supervivencia y reproducción. Una de ellas es la capacidad de fingir para formar grupos o sociedades. Es decir, no es posible construir una sociedad basándose únicamente en la verdad o en la sinceridad constante con los demás. Las personas desean que las cosas se ajusten a sus emociones; por eso, para integrarse socialmente, es necesario fingir lo que no se siente, lo que no se es o lo que no se tiene. Por ejemplo: fingir tristeza ante alguien triste, fingir alegría ante quien está alegre, fingir apoyo ante quien lo necesita, o aparentar más poder del que realmente se posee para disuadir a un adversario.
Vivir en sociedad implica fingir y aparentar. Esto significa que todo ser humano es, en cierto modo, un actor o actriz. Aquellos que conocemos como actores y actrices de teatro son, en realidad, personas que han desarrollado de manera sofisticada y compleja esta capacidad de fingimiento. En otras palabras, el teatro es la expresión más refinada y elaborada del fingimiento humano.
Los seres humanos también poseen una capacidad innata para el autoengaño. Esta habilidad cumple una función de supervivencia, ya que les permite protegerse de verdades incómodas que podrían dañarlos emocionalmente o incluso derrumbar la estructura social que les garantiza cierta estabilidad. El teatro se apoya en esta capacidad de autoengaño: cuando se representa una obra, todo lo que ocurre sobre el escenario es fingido, pero logra provocar emociones genuinas en el público, porque este, de algún modo, se autoengaña creyendo que lo que ve es real. Es decir, la magia del teatro sobre el espectador no es otra cosa que el arte de estimular su capacidad de autoengaño.
El teatro también estimula la capacidad de autoengaño en los actores y actrices que participan en una obra; les permite creerse, al menos por un momento, que son lo que en realidad no son. Algunos fantasean con ser héroes o heroínas, otros con tener la pareja ideal que desean, y otros con consumar una venganza, entre muchas otras fantasías. En la obra teatral, actores y actrices pueden llegar a sentir lo que anhelan ser o lograr a través del papel que interpretan. Y aunque todo es fingido, siempre hay espacio para el autoengaño.
El teatro puede promover la empatía hacia ciertos perfiles de personas, o el odio hacia otros. Dado que el público se autoengaña al presenciar una obra teatral, puede llegar a sentir empatía por el personaje cuyas emociones son inicialmente fingidas por el actor o la actriz, pero que llegan a sentirse como reales por medio del autoengaño. Del mismo modo, puede experimentar odio hacia el personaje villano, cuyos deseos oscuros son representados por otro actor o actriz, que también puede llegar a vivirlos emocionalmente al sumergirse en el papel. En otras palabras, el teatro, al jugar con el fingimiento y el autoengaño —tanto en el escenario como en la audiencia—, puede incentivar la empatía hacia ciertos perfiles humanos y el rechazo hacia otros.
La existencia del teatro nos recuerda la capacidad humana para fingir y autoengañarse. El teatro es la máxima expresión de ambos: del fingimiento y del autoengaño. Por eso existe desde que el humano es humano, ha estado presente en todas las culturas y seguirá existiendo mientras el Homo sapiens sea Homo sapiens.
Las personas fingen para tener mayor poder de influencia sobre otros; el teatro es un fingimiento muy bien elaborado con el fin de influir en los demás. El ser humano, por necesidad, busca el poder; fingir y autoengañarse son estrategias de poder, por lo tanto, el teatro es también una herramienta de poder. El teatro nos recuerda que somos seres fingidores e ilusos por naturaleza, pero eso no es necesariamente negativo: somos así porque buscamos poder.