El significado del 8 de marzo para el feminismo de izquierda

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El feminismo contemporáneo tiene muchas variantes,  pero todas ellas tienen una raíz común: la denuncia y lucha contra la opresión histórica de las mujeres ejercida por el sistema patriarcal. Un sistema de relaciones de poder que funciona a partir de la normalización de la idea de la supuesta superioridad de lo masculino sobre lo femenino y sobre lo afeminado.

A finales del siglo XIX  la  raíz común de los feminismos se dividió en dos grandes ramificaciones en los países anglosajones, y desde allí al resto del mundo. La primera ramificación la constituyeron las feministas sufragistas, que  se arraigó con más fuerza en las mujeres de clase media que tenían un cierto nivel de educación y cuya principal reivindicación fue derecho al voto y a la participación de las mujeres en todos los  ámbitos de la sociedad en condiciones de igualdad a los hombres. La segunda ramificación fue la de las sufragettes que reivindicaron también el derecho al voto para las mujeres pero desde una postura de clase social, ya que este movimiento estaba formando por obreras de las fábricas que además demandaban reducciones en la jornada de trabajo, aumento de salarios, mejores condiciones de trabajo, y fin a la explotación de las mujeres  en los hogares.  Esa doble ramificación dio lugar al surgimiento del feminismo liberal y al feminismo socialistas o feminismo de izquierda.

El feminismo socialista es una corriente de pensamiento que se basa principalmente en la crítica al capitalismo como sistema de desarrollo y al patriarcado como modelo de organización, desempeño y funcionamiento sociocultural. El feminismo socialista aboga por la abolición del patriarcado y del capitalismo al considerarlos abusivos y opresivos hacia las mujeres, pues se trata de estructuras que las explotan y las ponen al servicio de los intereses del capital y de la clase dominante. Entre las feministas fundadoras del feminismo socialista podemos citar a Flora Tristán, Clara Zetkin y Aleksandra Kollontái, y entre las representantes de este feminismo en la actualidad se encuentran Nancy Fraser y Silvia Federicci.

Precisamente en el  seno del feminismo socialista es que surgió en 1910 la propuesta de adoptar un “Día de los derechos de las mujeres trabajadoras”, durante la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague- Dinamarca, la cual fue  aprobada unánimemente, (aunque sin fijar una fecha específica) por más de 100 mujeres socialistas procedentes de 17 países. En esta misma  conferencia se condenó a las feministas sufragistas burguesas por luchar por el voto universal restringido, sin tomar en cuenta a las mujeres proletarias y campesinas.

Como consecuencia de la resolución adoptada en Copenhague, al año siguiente el 19 de marzo de 1911 un millón de mujeres se manifestaron en Dinamarca, Suiza, Holanda, Alemania y en otros lugares. Las consignas de estas marchas fueron  el derecho al voto, el derecho  al trabajo digno, el derecho a un  salario justo para vivir y educar a sus hijos, el  derecho a su  autodeterminación y el rechazo a la guerra y la intervención del Estado o la Iglesia  en la vida privada de las mujeres.

La Unión Soviética instauró oficialmente en 1921, el 8 de marzo, como el "Día de las Mujeres Trabajadoras” como un homenaje a las obreras de San Petesburgo que el 8 de marzo de 1917  macharon en  una manifestación que se constituyó en el detonante del proceso insurreccional  que culminó  en octubre de ese mismo año con el triunfo de la revolución bolchevique.

A partir de esa fecha, el  origen socialista del 8 de marzo ha tratado de ser borrado del imaginario colectivo  de las sociedades tanto del norte global como del sur global, a fin de despojarlo de su significado de clase y de su naturaleza subversiva  frente al orden patriarcal y al  orden capitalista. En 1975 coincidiendo con el Año Internacional de la Mujer, la Organización de las  Naciones Unidas celebró el Día Internacional de la Mujer por primera vez, el 8 de marzo, desinfectándolo de cualquier germen socialista y revolucionario.

En las décadas de los 80 y 90 del siglo XX   emergieron con fuerza en todos los países las teorías de género,  más conocidas como “gender studies” (estudios sobre género). En algunos países de América Latina estas teorías acompañaron  la implementación de los programas  de  ajuste estructural  y contribuyeron a amortiguar el costo social de las políticas económicas neoliberales.

Poco tiempo después se comenzó a hablar de las políticas públicas con enfoque  de  género, de la participación política con igualdad de género y se multiplicaron los encuentros y proyectos de mujeres financiados por la ONU  así como los programas de micro-crédito del Banco Mundial y del Gramen Bank  para las mujeres pobres. Estas agendas de género  comenzaron a convivir  y a influenciar a  las variadas iniciativas de mujeres que desde el sur global  históricamente habían  luchado contra el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado.

En esos años el movimiento feminista comenzó a experimentar una triple transformación.

En primer lugar se  volvió  un feminismo académico, elaborado y divulgado desde las universidades del norte global,  con contenidos y con  formas de expresión alejadas de las mujeres de la clase trabajadora, de las mujeres rurales, indígenas y afrodescendientes.

En segundo lugar, ocurrió una despolitización del movimiento feminista. El neoliberalismo estuvo acompañado de la proliferación de organizaciones no gubernamentales (ONG) surgidas desde el interior del feminismo histórico, las cuales que llevaron a la práctica el denominado “papel subsidiario del Estado” según el cual el Estado no debe actuar directamente sobre la economía y la sociedad, si existen organismos intermedios como las ONG, que pueden resolver ese problema de manera más eficiente y eficaz. Para el feminismo de los países del sur esto significo la despolitización pues las agendas de lucha de estas organizaciones poco a poco comenzaron a supeditarse a los tiempos de los proyectos y de la cooperación internacional para el desarrollo.

En tercer lugar, el feminismo buscó institucionalizar las demandas de emancipación de las mujeres en las políticas públicas de los Estados neoliberales  a través de los Institutos de Mujer, Secretarías de la Igualdad y/o políticas para la igualdad de género.  Esto produjo una avalancha de candidaturas feministas para ocupar cargos dentro del Estado neoliberal bajo la peregrina idea que “sí una mujer avanza, avanzamos todas las mujeres”.  Este error permitió que muchas feministas neoliberales (como Hillary Clinton en Estados Unidos,  Michelle Bachelet en Chile y Dilma Roussef en Brasil) llegaran a puestos de toma de decisiones dentro del Estado, desde las cuales impulsaron y/o apoyaron medidas económicas y sociales en contra de los derechos de las mujeres de la clase trabajadora.

 De esta manera, como señala Nancy Fraser (2013) en un cruel giro del destino, el movimiento para la liberación de las mujeres terminó enredándose  en una "amistad peligrosa" con los esfuerzos neoliberales para construir una sociedad de libre mercado. El discurso feminista de la emancipación se convirtió en un discurso por  la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, que rápidamente comenzó a tener como voceras a empresarias, políticas de partidos de derecha y a celebridades de Hollywood.

Mientras esto ocurría, una parte del feminismo de izquierda  se sumó a estas transformaciones,  y otra parte, permaneció en el margen,  a la espera de tiempos mejores.  Estos tiempos han llegado, y es el momento de  recuperar no solo el feminismo de izquierda sino el verdadero significado socialista del el 8 de marzo.

Frente a la crisis civilizatoria a la que nos ha llevado el perverso ménage à trois entre capitalismo, patriarcado y colonialismo,  que tiene a la humanidad al borde de la extinción, necesitamos un feminismo que no se comporte de manera servicial sino de manera rebelde, insumisa y disruptiva frente a la hegemonía del capital, del imperialismo y del patriarcado. Necesitamos un feminismo del 99% que se enfrente y cuestione al feminismo del 1%. Necesitamos llevar la lucha de clases y las luchas por la decolonialidad  al mismo plano que las luchas contra el patriarcado. Esta es una lucha que si bien beneficiará  al 100% de las mujeres, es una lucha que en este momento solamente puede ser emprendida por el 99% de las mujeres. ¿Estamos dispuestas a hacerlo?

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Julia Evelyn Martínez
Julia Evelyn Martínez
Columnista Contrapunto
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