domingo, 14 abril 2024

El privilegio de ser salvadoreño…

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Nací­ en Montevideo Uruguay, descendiente de italianos y portugueses; luego migré a Venezuela, viví­ un tiempo en Costa Rica y Nicaragua, y culminé mi viaje sin retorno en El Salvador. Llegué a terminar mis estudios de teologí­a a la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, embriagado por el martirio de San Oscar Romero, por los escritos de Jon Sobrino e Ignacio Ellacurí­a, y fascinado por “La Cultura del Diablo” de José Humberto Velázquez y por las “Historias Prohibidas de Pulgarcito” de Roque Dalton, llegué a tierras cuscatlecas; finalmente, me bañé en el rí­o, me casé con Ana Beatriz Deleón y tuve tres hijos salvadoreños: íngelo, Laura y Paolo.

Desde inicios de los 90 me dediqué a trabajar en el sector educación y a escribir en La Prensa Gráfica; fui profesor de muchos salvadoreños en colegios y universidades. Conocí­ gente maravillosa que transformó mi vida: Mons. Arturo Rivera y Damas, Mons. Gregorio Rosa Chávez, Pbro. Xavier Aguilar S.J., Ing. Mario A. Ruiz, Dr. David Escobar Galindo, Don Alfonso Salazar, Dr. David López, Reynaldo Carballo, a mi compadre Felipe Rosales, a mis entrañables amigos y vagos de las motos, entre muchos otros.

Después de 30 años, y de cantar muchas veces “Saludemos la patria orgullosos…” solicité la nacionalidad salvadoreña, y hoy se me concedió; y lo hice deliberadamente por muchos motivos. Algunos se podrán preguntar: ¿por qué naturalizarse en un paí­s con tantos problemas? Voy con la respuesta…

Parafraseando a Séneca podemos afirmar que: “Nadie ama a su patria porque ella sea grande, sino porque es suya…”; es decir porque te sientes identificado y a gusto. No hay en el planeta un lugar sin problemas; hasta los paí­ses más desarrollados tienen psicópatas, altas tasas de suicidio, depresiones colectivas y tiroteos masivos en las escuelas –cosas que no ves en El Salvador-.

Mucha gente se va del paí­s –y también mucha gente llega-; obviamente, hay vidas en circunstancias difí­ciles con limitadas oportunidades. Pero el Salvador sigue siendo para muchos un paí­s especial, con un clima envidiable, gente afable y mucho por hacer (tres buenos argumentos).

Hay diversos puntos de vista y no pocos contrastes para elegir a dónde vivir; unos buscan la cosmopolis cultural y académica, otros un entorno para hacer dinero, la gran mayorí­a van tras la paz, la institucionalidad y el Estado de Derecho, y algunos buscamos rincones mágicos o collages sociales que ofrecen un modo de vida intensa e interesante.

En El Salvador el tráfico es caótico, la gente tira la basura por todos lados…; pero, esto indica que hay mucho por hacer, sobre todo en materia de educación. A la vez, no hay pueblo más trabajador y cachero que el salvadoreño, gente siempre dispuesta a ayudar, aunque no te conozcan. Pero en El Salvador hay pandillas… también hay mafias sicilianas e irlandesas en Estados Unidos, gitanos por toda Europa, piratas somalí­es en ífrica y narcos a lo largo de toda Latinoamérica ¿cuál es el problema…?

La patria de cada ser humano es el paí­s donde mejor vive, no es simplemente la tierra ni los sí­mbolos; en no pocos casos se confunde el nacionalismo con lo patriótico; y este vivir verdadero y real implica valorar las costumbres más cotidianas: Comer pupusas, gritar Culero en el estadio, tomar gaseosa en bolsa, ser un tanto mal hablado de vez en cuanto, tirar cohetes en diciembre, entre otras mañas.

Es un privilegio para mi ser formalmente “esquinero sospechoso” y formar parte del conglomerado global de “los tristes más tristes del mundo”, presumiendo que mis hermanos son los “mejores artesanos del mundo”, y pudiendo ostentar el linaje del Mágico González.

Finalmente, como el Diputado Reynaldo Carballo fue quien generosamente presentó la pieza de correspondencia ante la Comisión de Cultura y Educación de la Asamblea Legislativa, debo suponer que mi ombligo salvadoreño ha de ser de oriente; razón por la cual asumiré al CD íguila como mi equipo de preferencia, la advocación por la Virgen de la Paz como guí­a, el Departamento de Morazán y el rí­o Torola como mis lugares favoritos, a los garrobos como animalillos de referencia y a La Pema como punto culinario.

Unos nacen en un paí­s y ya, no hay más opciones; otros pudimos tener el privilegio de decidir de dónde queremos ser. Muchas gracias a los que me ayudaron a ser salvadoreño, espero no defraudarlos y hacer el mejor de los esfuerzos posibles por este noble paí­s que me ha dado tantas alegrí­as, familia y amigos.  Jalú…

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Oscar Picardo Joao
Oscar Picardo Joao
Académico salvadoreño, de origen uruguayo; científico, analista, colaborador y columnista de ContraPunto
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