Lo vi entrar,
Clandestino, menudo, siempre joven,
Siempre libre.
Sentí que mi boli silenció estremecido sus letras,
Porque solo entonces,
Aquel comedor obrero sobre la Roosevelt,
Comenzó a conspirar de verdad.
Pensé que mi reunión
simplemente era una broma,
-Pese al peligro-
Porque la de él,
Con seguridad era liga mayor.
Voló mi ingenuo sueño de saludarle,
Porque igual que entró, salió:
Clandestino y libre,
Urgente y necesario,
como las cosas que uno quiere y se pierden.
No recuerdo si fue marzo o abril del 75,
Quizá marzo.
Como un rayo, la noticia atravesó mi corazón,
Casi días después de aquella inédita sorpresa.
Maldije con mis lágrimas al paranoico niñato
Que jugaba con pistolas.
Ahora
él Poeta vive en la poesía,
En el aire que respiramos,
En la luciérnaga que nos hace soñar,
En la nostalgia del rio de mi pueblo
por sus amores perdidos,
En las luchas
Y sueños no concluidos de nuestro pueblo herido,
En la memoria de las letras universales…
En fin,
Él vive y está ahí,
Y aquí,
También en el saludo frustrado aquel,
Que hoy le da la mano
Para que mi boli no tiemble.
El otro,
El arrogante y miserable sicario,
Muere cada día y para siempre,
Revolcado en la sucia ponzoña de su traición.
Mayo de 2020