El poeta, en genérico, abarcador, incluyente, con toda la grandeza de la poesía y el Ser Humano (con mayúsculas). Eso es lo que he contemplado, con placer inmenso, cómo surgió el poeta en el alma de mi hermana Mayela.
Ya hace varios años comenzó su blog “Un café a la medianoche”, donde publicaba textos poéticos y de otra índole, pero ajenos. Yo los leía con placer, a la vez que les pasaba corrección de texto. Un día le lancé el reto: “¿Cuándo vas a publicar lo ‘otro´ que escribís?” Ella un poco asustada me contestó: “¿Cómo sabés que escribo ‘otras cosas´?”. Y un poco tímidamente, me fue dando a leer. Primero unos cuentos, algo inmaduros, diría yo. Después, poemas, de mucha profundidad, íntimos, de una gran gama de colores.
Tal vez como para reivindicarme que no le di mucho tiempo cuando era una niña –le llevo quince años–, tomé con el corazón apadrinar esa pluma tan exquisita que comenzaba a desplegarse en el mundo literario. Cada vez tenía menos trabajo como corrector, y más deleite como lector. Al mismo tiempo, me hizo su cómplice guardián de sus secretos. Una bellísima experiencia ver aquel mundo inmenso que era su alma. Seguí paso a paso sus luchas contra sus temores y dudas, aplaudí sus triunfos sobre sus fantasmas y demonios, y vi cómo de su cara huían para siempre las sombras de tristeza que siempre estuvieron entre sus cejas, dando paso a una mirada diáfana de mujer madura, segura de sí misma, que había aprendido a amarse. Había nacido el Poeta.
A la distancia he vivido la presentación de su primer libro “90 años de historias y 50 versos de amor”, la noche del 14 de diciembre en el Muna. Una colección de cincuenta poemas íntimos, que hablan de ella misma, de su mundo y su visión de la vida. Una visión maravillosa, clara, positiva. Con generoso corazón, habla de todos los suyos. Nos pondera una imagen de virtudes y belleza; en lo personal, me hace ruborizar.
A los cincuenta años de este viaje de mi hermanita, nos hemos reencontrado en un mundo de armonías, después de varias guerras, sociales, civiles, personales, donde nuestros egos, más de una vez nos jugaron una mala pasada, para disfrutar a plenitud, nuestro amor fraternal.
“Cuando su mundo se derrumbe, recuerde que tiene el mío. “Quizás yo no tenga lo suficiente para ofrecerle, pues le recuerdo que no hace mucho pasé una hecatombe. Si usted me dice que vendrá, yo limpio los escombros y prepararé con delicado amor un pedacito donde podamos compartir lo poco que nos ha quedado…”
Quién puede rechazar ese ofrecimiento.