Por Rene Mauricio Valdez
Doctor en ciencias políticas
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“Multipolar, policéntrico, no polar, apolar, pos estadounidense, G-Zero, una tierra de nadie”.
Esta lista la proporciona Amitav Acharya, un renombrado analista de las relaciones internacionales, profesor de la Universidad Nacional de Washington DC, canadiense de origen hindú. Son términos que se emplean para describir lo que él llama, con admitido optimismo, el “orden mundial” que está emergiendo en el siglo XXI.
Aparece en un libro que publicó en su segunda edición en 2018, un año después de la asunción al poder de Donald Trump, en el que reafirma su tesis de que el llamado “orden liberal mundial” que se estableció después de la Segunda Guerra Mundial bajo la égida de Estados Unidos, ha llegado a su fin. (Acharya 2018).
Argumenta que los pilares de ese orden –el libre comercio, el multilateralismo, la expansión de la democracia y de los valores liberales— se han erosionado y ahora están en descomposición. Trump no es causa sino síntoma. El euroescepticismo y el giro aislacionista en Estados Unidos aceleran el descalabro del viejo régimen.
Ahora bien, Acharya sostiene que “sólo porque Occidente esté perdiendo su hegemonía no significa que el mundo esté condenado al caos”. El mundo en su opinión se encamina hacia un orden plural, descentralizado e interdependiente, sin un único poder hegemónico, ni con sólo dos o tres. Un mundo con un nuevo tipo de globalización en la que “varias modernidades” compiten y se articulan entre sí, y en el que potencias emergentes e intermedias, así como formas rejuvenecidas de regionalismo, adquieren gran protagonismo a la par de las potencias establecidas.
Lo llama el mundo cineplex, en alusión a los complejos de salas de cine en los que se exhibe varias películas a la vez, entre las que se puede escoger a conveniencia. Hoy veo una película, mañana otra. En el mundo actual –según va la metáfora– los países pueden escoger libremente entre “varias películas” sin “casarse” con ninguna. Se puede hacer tratos para ciertas cosas con una potencia y con otra para otras. No es necesario alinearse definitivamente con nadie. Hoy obtengo algo de China, mañana de Estados Unidos o de Alemania. O de Rusia. Hacer este tipo de arreglos es conveniente y hasta inevitable en el mundo actual. Y todos básicamente contentos, es un sistema ganar-ganar.
Califica de eurocéntrica y desfasada la visión según la cual un sistema internacional multipolar sin un claro hegemón es inestable y conflictivo. La “Trampa de Tucídides” –la tensión sistémica que surge cuando una potencia emergente reta a una establecida, lo que inevitablemente lleva a la guerra– no es aplicable en el siglo XXI, por múltiples razones, pero sobre todo por la fuerte dependencia económica y tecnológica entre las potencias –incluyendo a las más enfrentadas– y también entre numerosas redes globales de poderosos actores privados. Nuestros tiempos, argumenta, son sustancialmente diferentes a los de la Europa que precedió a la Primera Guerra Mundial, no digamos a los de la Guerra del Peloponeso –en la que Atenas y Esparta combatieron ferozmente por la hegemonía en el mundo griego (431-404 AC).
Descarta la visión de Ian Bremer, otro destacado analista, quien cree que, ante la erosión de la credibilidad y el poderío de Estados Unidos y Occidente, lo que se observa es una paralela inhabilidad de ninguna otra nación o naciones para llenar el vacío. En consecuencia, la coordinación y la gobernanza sustantiva a nivel internacional se vuelven cada vez más difíciles. Es un mundo con tendencia a la “gobernanza cero”, o “G-Zero”, y presagia turbulencia.
Acharya, en cambio, destaca que tanto las potencias establecidas como las emergentes del altamente interdependiente e híper conectado mundo contemporáneo tienen interés en evitar conflictos y disrupciones en gran escala. Sin embargo, las potencias tradicionalmente dominantes tendrán que acomodar nuevos actores y enfoques. Para funcionar el modelo exige concertación. “Si esta es la visión de un optimista”, concluye, “entonces permítanme ser uno”.
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Acharya describe rasgos muy importantes del mundo contemporáneo. Sin embargo, me parece que subestima la complejidad de la transición en marcha y sus efectos no deseados y no anticipados.
“La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado planeando otras cosas” le cantaba John Lennon a su hijo Sean en 1981 al mismo tiempo que China establecía las primeras Zonas Económicas Especiales.
Hoy en día importantes grupos de poder en los países centrales de Occidente piensan que “el ascenso del resto” y el mundo cineplex son conceptos que encubren una amenaza existencial, una que es producto de errores del mismo Occidente que es imperativo corregir. En especial, la masiva transferencia de capacidad productiva, tecnológica y financiera hecha libre y alegremente por los empresarios de Occidente a Asia y sobre todo a China, siguiendo la lógica del mercado.
El ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio (en 2001), fue promovido por los gobiernos de Occidente porque pensaban que abriría ese vasto mercado a sus productos y a sus financistas, y propiciaría una evolución democrática en el gigante asiático. Ocurrió algo muy distinto. A penas dos décadas más tarde, los mercados occidentales están inundados de productos y servicios chinos y asiáticos –cada vez con mayor valor agregado y en sectores de punta— mientras que en Estados Unidos se advierten signos de un giro profundamente antidemocrático.
Una de las principales consecuencias de la globalización neoliberal – es decir, de la total desregulación industrial, financiera y comercial, y de la preeminencia absoluta dada al sector privado – fue la emergencia de China como potencia mundial.
Podría pensarse que la peligrosa coyuntura mundial actual no está correlacionada con la transición que describe Acharya, y que más bien es producto de conflictos endémicos y factores fortuitos que han convergido para crear una “tormenta perfecta”. No me parece que este sea el caso.
Acharya no examina la interacción entre, por un lado, el declive en los países centrales y el giro hacia Asia, y por el otro, las cuestiones político-militares. La principal limitante de su análisis es que no da atención “a la naturaleza cambiante del panorama mundial en materia de seguridad”, dice un comentarista. Nuestro autor parece “entretener una separación entre los asuntos de seguridad y otros ámbitos de la política internacional, que no está en consonancia con la interconexión de los problemas mundiales contemporáneos”. (MacLennan 2018).
El examen de la integridad del pilar militar, o más ampliamente “de seguridad” –pilar sin duda central para el mantenimiento del orden liberal mundial– está ausente en el libro de Acharya. También en las presentaciones que ha hecho más recientemente en varios foros (disponibles en internet), incluyendo en Asia donde su análisis ha sido recibido con mucho interés y, yo diría, simpatía.
Esto no sorprende ya que el mundo cineplex en ciernes que describe se acopla bastante bien con la visión que promueven los sectores estatales y privados de China y los Tigres Asiáticos (incluyendo su natal India, quinta economía mundial) sobre la naturaleza pacífica y complementaria –respetuosa del “sistema basado en reglas” — de su creciente peso económico e incidencia a nivel global. (Ver por ejemplo entrevistas de Acharya en el periódico Global Times).
El “orden liberal mundial”, como lo remarca el mismo Acharya, nunca fue tan benigno e incluyente como se lo presentaba. Fue un club de las democracias desarrolladas del Norte global que desde un inicio estuvo asentado en un formidable aparato militar. Su conformación y funcionamiento dejaron muchas afrentas entre los excluidos, los demonizados y los colonizados. El Occidente contemporáneo que describe Acharya es un Occidente debilitado, menos preparado para coordinar y para contrarrestar a sus adversarios y enemigos.
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Viene a mi memoria otra metáfora que puede ayudarnos a descifrar el estado de las relaciones internacionales. La tomo del italiano Antonio Gramsci quien en uno de sus célebres Cuadernos de la cárcel apuntó:
la crisis consiste precisamente en el hecho que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparece una gran cantidad de síntomas mórbidos.
Mórbido es sinónimo de patológico, enfermizo, pernicioso, insano. Muchos eventos que caracterizan la situación mundial pueden ser descritos en estos términos. Subrayemos para comenzar que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU– es decir, los países a los que se encomendó principalmente el mantenimiento de la paz mundial –— no sólo han fracasado en su misión, sino que también se encuentran entre los que están batiendo los tambores de la guerra con mayor vehemencia.
Importantes sucesos en el centro neurálgico del viejo orden, Estados Unidos, también pueden verse bajo esta óptica. El periodista investigativo canadiense Stephen Marche (2023) remarca que “lo inimaginable se ha vuelto algo cotidiano en Estados Unidos”:
Chusmas vestidas de bufones profanando el edificio del Capitolio, gas lacrimógeno y tanques en las calles de Washington DC, batallas campales entre manifestantes y milicias, rebeldes armados tratando de secuestrar gobernadores en ejercicio, incertidumbre sobre la transición pacífica del poder.
El panorama que pintan Marche y otros analistas es desolador. El país está trágicamente inundado de armas de uso militar en manos de civiles, las que casi semanalmente producen bajas –incluyendo niñas y niños— en escuelas, centros comerciales, etc. (En los primeros cuatro meses de 2024 se registró 256 personas fallecidas y 625 heridas como resultado de 172 tiroteos masivos o mass shootings).
Está endeudado hasta la coronilla con el país que percibe como la principal potencia tucidideana, como su más desafiante némesis. Padece de una creciente desigualdad económica y de un “pánico étnico” por la invasión de los migrantes ilegales y los refugiados del Sur global –ese Sur que el Norte ha invadido a placer históricamente. Está atravesado por fracturas regionales, vive arengado por iglesias fundamentalistas e inverosímiles teorías conspirativas, tiene una Corte Suprema de Justicia politizada y sectores militares molestos por los descalabros en los campos de batalla (Afganistán el más reciente) que atribuyen a pifias de los ineptos y corruptos políticos tradicionales, demócratas y republicanos.
Estados Unidos se encamina – dice Marche– hacia una nueva guerra civil. Afirma que los datos de la realidad hablan por sí mismos, pese a lo cual muchos no quieren verla y rechazan el asunto como alarmismo. No es ni mucho menos el único que piensa así, la literatura y debates al respecto aumentan constantemente. La cuestión ya está en el cine con la recién estrenada película del inglés Alexander Garland (lacónicamente denominada “Guerra Civil”) en la que grupos de varias regiones combaten contra un gobierno federal dictatorial.
Para Marche la pregunta no es si habrá guerra civil, sino cuándo y cuáles serán sus “disparadores” y modalidades –cada una de las que prevé en sus “despachos desde el futuro” es más brutal que la otra. Asegura que los servicios de inteligencia de otros países ya están preparando dossiers sobre el posible colapso de la gran potencia y evaluando cursos de acción.
Los países del Sur debieran hacer lo mismo, en lo individual, como regiones y desde varios sectores. Como mínimo hay que hacer escenarios, es lo que exige una responsable exploración de futuros y preparación para la gestión de desastres en estos tiempos de grandes cambios y convulsiones globales.
Son muchos y muy variados los asuntos mórbidos que se exhiben en el gran cineplex del mundo. Para Marche, es prioritario prepararse para las convulsiones y desvaríos en el eje central, para un “Estados Unidos posdemocrático”:
una super potencia autoritaria y, en consecuencia, mucho menos estable… un Estados Unidos perdido, con muchos centros de poder… tan consumido por sus crisis que no logra concebir, y mucho menos promulgar políticas domésticas o internacionales.
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La frase de Gramsci implica que la crisis se puede expresar de muchas formas. Nada está garantizado. Podría incluso haber un sorprendente giro que contenga los principales conflictos mundiales y abra espacio al trabajo constructivo. Por el bien de la humanidad, espero que este escenario se materialice más temprano que tarde. Conceptualmente hablando, sin embargo, y estando las cosas como están, parece más probable que esa gran cantidad de síntomas mórbidos que ya tenemos ante nuestros ojos crezca, y que la crisis global evolucione para peor.
Se debe por tanto estar alerta y tomar precauciones. Se trata de adoptar un cierto tipo de pesimismo –no el sicológico de quien piensa que todo va a salir mal, lo que puede llevar a la depresión y la parálisis, sino el filosófico de quien sabe que las decisiones bien informadas e inteligentes, así como la bondad con el prójimo no son inherentes a la condición humana. (Dienstag 2009).
Muchos opinan que lo mejor para los países del Sur es no dejarse arrastrar a la violenta refriega entre las grandes potencias y sus principales pupilos. Deben, al máximo posible, ver los toros desde la barrera como lo hicieron África del Sur, Brasil, la
India y Turquía ante el pedido estadounidense de apoyo militar a Ucrania. (Spektor 2023). Deben también redoblar sus gestiones por una solución pacífica, justa y duradera de los conflictos, y rejuvenecer sus propios lazos de cooperación especialmente a nivel regional. Resta ver que tan factible y eficaz resulte todo esto.
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En cualquier caso, pienso que se impone el pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad de que habló el nobel Romain Rolland. Es decir, la mirada de la pequeña Mafalda cuando se sienta frente al globo terráqueo afligida por los moretones y vendajes que lo tienen en cama, y se pregunta cómo hacer para ponerse un curita en el alma. “¡Cuidado!” advierte un rótulo que ha colocado sobre el planeta desfalleciente, “irresponsables trabajando”.
Nunca se da por vencida, sabe que todo fluye. “¿No sería más progresista preguntar dónde vamos a seguir, en vez de dónde vamos a parar?”. Desde su humilde sillita se suma a la ONU y al Vaticano y formula agudos cuestionamientos y emotivos llamados a la paz mundial, no obstante que sabe muy bien que hoy en día la ONU, el Vaticano y su sillita tienen el mismo poder de convicción.
Referencias
Acharya, Amitav. 2018. The end of American world order. Polity Press, segunda edición.
Dienstag, Joshua F. 2009. Pessimism: philosophy, ethic, spirit. Princeton University Press.
MacLennan, Jack. 2018. The end of American world order, book review. Air University Press.
Marche, Stephen. 2022. The next civil war: dispatches from the American future. Avid Reader Press.
Spektor, Matías. 2023. In defense of the fence sitters: what the West gets wrong about Hedging. Foreign Affairs, Vol. 102, Núm. 3, pp. 8-16.