Una de las formas más sencillas de refutar una opinión es la de ubicar a quien la expresa dentro de un grupo de interés: llámese a estas categorías género, clase social o generación, etcétera. Si alguien afirma X acerca de Y, puede cuestionarse dicho juicio acusando a quien lo formula de defender sesgadamente a un colectivo.
Esta atribución podría ser falsa o incluso falaz (quien critica la política de seguridad del actual gobierno no defiende necesariamente a las maras) o ser cierta, pero establecerla no va a determinar automáticamente que una persona acierta o falla al juzgar un hecho solo porque pertenece o defiende los valores de un colectivo determinado.
Razonar es ponderar caso por caso y estar dispuestos a asumir que la asunción de unos determinados valores y principios no vuelve a nadie infalible, que podemos equivocarnos, que defender una causa justa o progresista no nos acredita automáticamente como poseedores de la verdad absoluta. En los complejos asuntos de la vida, ser feminista, joven, defensor/a del pueblo, enemigo/a de los delincuentes, etcétera, no garantiza que uno/a vaya a tener la razón en todos los juicios que haga.
Por eso es importante prestar atención en cada caso a la solidez lógica de nuestras opiniones y al conjunto de pruebas que la respaldan. Por eso conviene prestar atención a la calidad puntual de nuestros argumentos, fijarse en si son buenos o malos, en si son falaces o no y es que todos/as, con independencia de cuales sean nuestras variadas adscripciones grupales e ideológicas, nos equivocamos al razonar.
Alguien dirá, refiriéndose a este discurso mío, que estoy atacando al feminismo, a los jóvenes, a las clases populares o al presidente Bukele y no, para nada, solo estoy defendiendo la autonomía relativa de la lógica y denunciando esa manía tan nuestra de encasillar grupalmente a toda persona que discrepa y opina diferente. Estos encasillamientos infantiles que dividen el universo entre buenos y malos –buenos son los que opinan como yo, quienes pertenecen a mi grupo de opinión; malos son aquellos que me contradicen– no siempre son amigos del sentido común, la lógica, la verdad y la complejidad del mundo.