Breve diatriba contra quienes les venga el guante
La fingida indignación políticamente correcta, la pose melodramática y la teatralidad victimizada del oenegismo culturalista neoliberal (disfrazado de izquierda), es una conducta de vividores hipócritas, políticos farsantes y activistas cobardes que sólo “luchan” si están debidamente financiados por los enemigos de los pueblos. Y esto, sin correr más riesgos que los de mojarse con la lluvia o resbalarse en una cáscara de plátano. Otra cosa son los revolucionarios que libran la lucha de clases y prueban sus verdades exponiendo el pellejo, así en la guerra como en la paz. Éstos sí luchan. Los primeros sólo ponen en escena su cursi melodrama de impotentes mirones que vierten lágrimas de cocodrilo y se rasgan las vestiduras en público, porque no se atreven a seguir el camino de los mártires.
No hablo de los revolucionarios que siguen librando la lucha ideológica con arrojo y coherencia, sino de los que palidecieron de rojos a rosados en las oficinas de las oenegés de la CIA; no de los indígenas que luchan por sus derechos económicos, por la tierra y el territorio, sino de los “mayas” culturalistas y esencialistas bien financiados y permitidos por el sistema; y, ciertamente, no de las mujeres radicales que luchan contra el capitalismo, el patriarcado y el machismo reclamando sus derechos específicos en aras de la emancipación de la humanidad entera, sino de las minoritarias pero bien financiadas féminas anti-masculinas (y por ello anti-feministas), cuya “lucha” consiste en agredir, acosar, denigrar, linchar y victimizarse.
En esta época de confusión mediática y pulidos simulacros de lo real, este deslinde es justo y necesario, porque estamos infestados de falsos profetas, de víctimas profesionales, de hipócritas “respetables”, de revolucionarios de oenegé, de corruptos “honorables”. Quien enarbola principios emancipadores subalternos pero está bien financiado por agencias de cooperación que son fachadas de servicios internacionales de inteligencia, es un farsante y su palabra vale tanto como la de sus financistas.
Quien se autonombra “descolonizador(a)” y “defensor(a)” de causas como la liberación de los pueblos indígenas, las mujeres y la diversidad sexual pero su discurso y práctica no rebasan el culturalismo y tampoco se ubican en la clase social de los subalternos para, desde allí, reivindicar sus derechos económicos, es un “luchador permitido” y por tanto un farsante. Y lo es porque el culturalismo es el eje ideológico de la cooperación internacional, la cual es el brazo civil del capital transnacional para “moderar” la lucha de los pueblos, reduciéndola a la inocua actividad de una sociedad civil manipulada.
Hay genuinos y hay farsantes. El deslinde es vital de hacer para ubicarse en este confuso momento de la lucha emancipadora.