MÚNICH ““ Dos Estados Unidos estuvieron representados por dos vicepresidentes diferentes en la Conferencia de Seguridad de Múnich este año. Entre ellos, el ex vicepresidente Joseph Biden por cierto recibió la recepción más cálida, pero el vicepresidente Mike Pence quizás se haya convertido, involuntariamente, en el salvador de las relaciones transatlánticas.
En su discurso, Pence debidamente defendió a su jefe, el presidente norteamericano, Donald Trump, como el “líder del mundo libre”. Pero el “mundo libre” que describió le resultó prácticamente irreconocible a la audiencia en Múnich. En el mundo que Trump quiere liderar, Estados Unidos no es la potencia excepcional, sino simplemente un país normal que antepone sus propios intereses. Según esa lógica, es razonable alejarse de las instituciones multilaterales que permiten que los países más débiles se aprovechen de la generosidad norteamericana.
En sintonía con esta visión, Pence utilizó su discurso para exigirles a los europeos que gasten más en defensa, y para ensalzar las virtudes de la guerra comercial de la administración Trump contra China. Pero el clímax se produjo cuando le ordenó a Europa alinearse con Estados Unidos en la suspensión del acuerdo nuclear con Irán de 2015 ““el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA por su sigla en inglés)- y en el restablecimiento de sanciones a las República Islámica.
Según Pence, Irán está pergeñando otro Holocausto, que en parte será responsabilidad de los europeos si no dejan de minar las sanciones estadounidenses. Esta advertencia se produjo luego de una conferencia organizada por Estados Unidos en Varsovia, destinada a crear divisiones entre los países de la Unión Europea y entorpecer los esfuerzos del bloque por salvar el JCPOA.
Pence habló para el Estados Unidos que se esfuerza por dividir y debilitar a Europa. El otro Estados Unidos, representado en Múnich por Biden, ve las acciones de la administración Trump como una “vergí¼enza”. En su discurso, Biden describió un Estados Unidos que no quiere darles la espalda a los aliados y que valora la democracia, el régimen de derecho, la rlibertad de prensa y una alianza estrecha con Europa basada en una “decencia humana” compartida.
Al final de sus comentarios, Biden recibió un gran aplauso cuando dijo: “Volveremos”. ¿Se estaba refiriendo a un Estados Unidos que mira hacia afuera o a una futura presidencia de Biden? Muchos de los presentes anhelaban ambas cosas.
El aplauso resonante que recibió la presentación de Biden no concordó en absoluto con el silencio sepulcral e incómodo que siguió al discurso de Pence. El contraste recordó el inicio de los años 2000, cuando los transatlanticistas desilusionados se refugiaron en The West Wing, donde el personaje cerebral del presidente Josiah Bartlet (protagonizado por Martin Sheen) contrastaba marcadamente con George W. Bush y la brutalidad deshonesta de su gobierno.
Pero este escapismo sólo conduce a una falsa esperanza. En lugar de caer en la complacencia al escuchar las palabras reconfortantes de Biden, sería mucho mejor que los europeos tomaran en cuenta a Pence. Sólo creciendo, saldando sus deudas y aclarando sus objetivos Europa puede reparar la relación transatlántica y garantizar una alianza saludable y duradera.
El hecho es que europeos y norteamericanos se han mentido a sí mismos y entre sí durante mucho tiempo respecto del alcance de sus intereses y valores comunes. Los intereses estratégicos europeos y estadounidenses han sido divergentes por lo menos desde el fin de la Guerra Fría. Estados Unidos rescató a una Europa desdichada en las Guerras de los Balcanes de los años 1990. Pero, para cuando ocurrió la Guerra de Kosovo a fines de esa década, los europeos habían empezado a hacerse cargo de sus responsabilidades. En la guerra entre Rusia y Georgia de 2008, y en el conflicto en Ucrania desde 2014, fueron los europeos, no los norteamericanos, los que encabezaron la respuesta diplomática e le impusieron las sanciones más duras a Rusia.
Es más, Europa fue la única parte que se ha movilizado en nombre de la defensa colectiva según el Artículo 5 del tratado de la OTAN. Luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, los europeos enviaron fuerzas a guerras distantes en Oriente Medio, sobre las cuales prácticamente no tenían control.
En perspectiva, es claro que esas guerras desestabilizaron el vecindario de Europa y, finalmente, a la propia Europa. El foco exclusivo de Estados Unidos en el contraterrorismo dejó a los países de Oriente Medio desgarrados por la guerra, con gobiernos frágiles o directamente sin gobierno. Y, en los últimos años, los europeos han soportado cada vez más los costos a través del terrorismo y la llegada de refugiados.
En cuanto a Estados Unidos, muchos de sus 320 millones de ciudadanos ya no entienden por qué deben proteger a 500 millones de europeos que viven, después de todo, en un continente relativamente pacífico y próspero. Saben que su país está hoy en una creciente competencia con China en el Indo-Pacífico y, por lo tanto, los sorprende que los europeos se sumen al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura liderado por los chinos. En definitiva, los europeos están entre la espada y la pared. Ellos también quieren presionar más a China en cuestiones de comercio e inversión. Pero la mejor manera de hacerlo es través de la Organización Mundial de Comercio, que la administración Trump boicotea activamente.
La divergencia en los valores no es menos pronunciada. Por su parte, los europeos respaldan las instituciones internacionales, los acuerdos basados en reglas y el multilateralismo en general. Pero Estados Unidos siempre ha sido ambivalente frente a los tratados e instituciones que podrían limitar su soberanía o desafiar sus objetivos.
Mientras que Trump y Pence declaran crudamente lo que Estados Unidos quiere hoy, Biden vende una visión de Estados Unidos que ya no tiene. El gobierno de Estados Unidos no tiene el consentimiento del pueblo norteamericano para actuar en el escenario mundial como en otro momento. Si bien los norteamericanos todavía reconocen la importancia de sostener la primacía económica y militar norteamericana frente a China, parecen haber rechazado el consenso de elite sobre el congreso, el gasto en defensa y la diplomacia.
La alianza transatlántica siempre será la relación más importante de Europa. Pero sólo puede durar si ambas partes asumen la responsabilidad por sus propios asuntos. La alianza sería incalculablemente más fuerte si se basara en una evaluación honesta de los intereses y valores de cada uno, y no en ilusiones pintorescas de sentimientos de confraternidad.
El discurso categórico de Pence en Múnich puede haber sido doloroso para los oídos; pero ojalá sirva para poner fin a la complacencia europea y señale el camino hacia una renovación de las relaciones transatlánticas en términos realistas. Si fuera así, Pence se habrá ganado el título de héroe transatlántico ““más allá de que lo quiera o no.
Mark Leonard es director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
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