Por Francisco de Asís Lopez.
En el corazón de la actual tensión geoeconómica entre China y Estados Unidos se libra algo más que una batalla de aranceles: es un choque entre dos filosofías del poder. Por un lado, una China que, inspirada por siglos de pensamiento estratégico, desde hace décadas ha optado por disimular su verdadera fuerza, avanzando en círculos silenciosamente y esperando, así, el momento oportuno para actuar con fuerza. Por otro lado, Estados Unidos que bajo el influjo de Donald Trump, ha optado por abrazar la confrontación directa, visible y estridente para intentar lograr resultados inmediatos y mostrando la espalda al verso 36 del Tao te king: “Lo débil y lo blando vencen a lo fuerte y lo duro”.
Esta contraposición no es simplemente táctica, sino casi diríamos de índole civilizatoria. La tradición estratégica china plasmada en sus artes marciales ( Wushu) valoran la acción indirecta, la paciencia, la adaptabilidad y la victoria sin combate. Y se reflejó en la obra de diversos autores de sobra conocidos en Occidente como, inter alia, Sun zi: “El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar.” Una cita conocida de Deng Piao Xing, el arquitecto de la China moderna, reformista económico a la vez que gran represor político y social durante décadas y que desarrolló en la práctica bajo el principio de “ ocultar el brillo y nutrir la oscuridad”.
En consecuencia, China ha evitado en las últimas décadas exhibiciones de fuerza en el ámbito internacional, con la excepción de la guerra contra Vietnam de 1979, y sus actividades en las islas Spratly, prefiriendo una integración gradual de manera suave en el orden global. Un ejemplo evidente de esto último fue su entrada en 2001 en la Organización Mundial de Comercio, tras quince años de negociaciones, diseñando una estrategia internacional para invertir en infraestructura, tecnología y relaciones diplomáticas de largo aliento.
Por su parte, el giro de EEUU con Trump aunque haya sido pregonado urbi et orbi previamente está siendo sumamente radical y ha roto con la lógica del “soft power” que había definido gran parte del liderazgo estadounidense desde la posguerra. Este concepto desarrollado por Joseph Nye en su obra: “Bound to Lead: The Changing Nature of American Power”, se basa en la capacidad de un país para influir internacionalmente mediante atracción cultural, sistemas de valores o de educación y la política de cooperación al desarrollo, más que por coerción o fuerza bruta.
Instrumentos clave de esta estrategia blanda, como la USAID (Agencia de EE. UU. para el Desarrollo Internacional), han sido desmontados: craso error!. En consecuencia, programas de desarrollo en África, Asia y América Latina —claves para generar alianzas estables y prestigio internacional— están siendo recortados o simplemente abandonados con un terrible impacto en la vida y futuro de miles y miles de personas.
Mientras tanto, China ha multiplicado su presencia internacional con formas propias de “soft power”, v. gr.:iniciativas culturales Confucio, financiación de infraestructura a gran escala, préstamos sin condiciones ideológicas, medioambientales y sin cláusulas de derechos humanos y una diplomacia cultural sostenida y consistente.
Así, mientras EE.UU. renunciaba a su influencia moral y cultural tradicional, China perfeccionaba su estrategia de “influencia sin confrontación”, usando las mencionadas herramientas blandas para ganar terreno político sin disparar una sola bala: lo que representa una acción directa y eficaz, esperando su momento justo, para actuar en el “centro” de la oportunidad (zhong ding).
En última instancia, como hemos intentado apuntar en este artículo, la lucha entre ambos gigantes no es solo por razones comerciales, sino por formas de influir o liderar el mundo. El resultado de este combate no lo decidirá la fuerza del golpe, sino la inteligencia del ritmo, el uso del tiempo y la capacidad de no ser visto, y poder llegar a golpear el centro del contrario. En el caso de EEUU, su centro vital (dantien) no es de carácter económico sino su sistema democrático de “check and balances”. Y ya se encuentra en riesgo cuando el mismo presidente Trump se muestra reticente a respetar la separación de poderes, bajo la premisa “populus vult”.
No obstante, ambas partes parecen ignorar el hecho de que la vigencia del marco actual de confrontación citado no es eterna, al contrario. Existen retos comunes a la humanidad, de naturaleza interna y externa, que más pronto que tarde aflorarán, y provocarán la mutación hacia otro marco fáctico de relaciones internacionales: poniendo de manifiesto la necesidad de cooperar mucho más estrechamente entre naciones y culturas para facilitar el que debiera ser el verdadero objetivo general en las relaciones internacionales: la subsistencia de la especie humana.En consecuencia, ante ese hipotético nuevo marco, resalta imprescindiblemente la necesidad de humildad recogida en el capítulo 66 del Tao que aplica a los gobiernos de China y EEUU por igual y por ende a cualquier otro gobernante que puede resumirse de la forma siguiente: “el líder sabio busca la humildad” y “el verdadero poder consiste en saber ceder, no en querer dominar”.