No es cierto que en la derecha salvadoreña haya una mentalidad “de avanzada” y que la que tiene que ponerse al día es la izquierda. Entre sus muchas frases hechas, tomemos dos perlas: Una, “no hay izquierda ni derecha, eso ya quedó en el pasado”. La otra, un consejo para la izquierda, periódicamente repetido y pronunciado de forma paternalista, en el estilo de “esto te lo digo porque te quiero”. Se puede formular así, con los énfasis que el recitador le haga: “Dejen el discurso antiimperialista, el marxismo y el socialismo del siglo XXI”. Sí, en vez del socialismo del siglo XXI, el capitalismo del siglo XXI, que no es otra cosa… ¡que el capitalismo del siglo XIX!
El desalojo de los habitantes de la Finca El Espino evidencia que la derecha salvadoreña quiere volver al capitalismo del siglo XIX, cuando se privatizaron a sangre y fuego las tierras ejidales para convertirlas en latifundios cafetaleros. El revés electoral del FMLN le ha dado alas a su sueño de revertir, no sólo lo que consideran que los dos gobiernos de ese partido le han quitado -lo cual está lejos de constituir una reversión radical del régimen de propiedad privada, pero les resulta oprobioso-; no sólo de eliminar lo que los Acuerdos de Paz de 1992 y las luchas sociales posteriores hicieron avanzar; sino, incluso, hasta revertir lo que tocaron las reformas agrarias del siglo XX, con todo y que fueron hechas desde una perspectiva de modernización autoritaria y para quitarle las banderas a la insurgencia.
La comunidad de El Espino también sufrió los costos humanos de los “errores de senectud” de uno de los firmantes de los acuerdos del 92: los acuerdos bajo la mesa con el gran capital, para obtener “espacios políticos” a costa de sacrificar a la cooperativa de la Finca El Espino. Hombres, mujeres, niñas, niños y las diversas formas de vida ahí existentes, fueron sacrificadas -unas, mediante el desalojo; otras, mediante la tala y deforestación forzada- para convertir la gran reserva ecológica en centros comerciales y universidades privadas.
El Espino es la gran herida abierta del país, la que sintetiza los sacrificios de las luchas de hace dos siglos, o más, por el amor a la tierra, en contra de aquellos que siguen viendo al país como a su pequeña finca. El desalojo de los pobladores es la prueba de la añoranza de ese capitalismo del siglo XIX, en el que no había oposición ni freno al delirio de una propiedad privada sin límites.