lunes, 15 abril 2024

Cuento: Tentáculos in love

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"Voy a abrir un agujero negro, y cuando lleguemos a la Tierra no vamos a poder identificarnos porque la nave no reconoce la frecuencia"

“”Puede besar sus tentáculos”” Dijo el maestre.

Entonces me besó. Luego, sus veinticuatro lenguas me estrujaron desde el cuello hasta el otro cuello; un amor insano apretujando feroz mis costillas tiritantes al intentar escapar del abrazo más ingrato en un páramo ajeno. La comisión intergaláctica tení­a el control. Pero no bastaba, el aire se nos iba a terminar en el momento menos pensando, y no habrí­a forma de impedirlo; sólo tení­amos que ir a ese lugar tan habitual luego del sí­.

“”Entra”” Dijo el fantoche.

“”Entrá vos, corazón”” Le dije.

Al instante puso en marcha su mórbida existencia pegajosa que no tardaba en embadurnar el lugar, y mientras se acomodaba penetró en la habitación aquel fétido balazo de sus orificios suturando el néctar de la victoria. Allí­, adelantó los tentáculos hasta arrastrarme a su pecho para guardar la esencia en sus ventrí­culos. La puerta estaba cerrada. Los militares no iban a molestar. Los sonidos eran los sonidos. La situación no era otra situación. Guiñé el ojo antes que cualquier otra cosa me impidiera conservar la dignidad, y apareció Frida entre las sombras transparentes de los jugos embasados de antiguos enemigos que el prí­ncipe conservaba para su deleite real. Ella no dudó en inyectarle los ácidos para derretirlo como a una babosa. Luego Frida me besó. Sin embargo”¦, no era el momento adecuado. Los Atrobitas no eran famosos por su piedad, y ahora que tení­an a su prí­ncipe hecho sopa en el piso nada los iba a contentar. Llegamos a la ventana, y la fiesta seguí­a como si nada; la noticia no iba a ser grata así­ que lo mejor era apresurar el paso hasta llegar al trasbordador. Pendí­amos de la cuerda oscilante esperando que nadie nos viese, y nadie nos vio. La tregua como cualquier otra tregua estaba rota sin el prí­ncipe, y la viuda. Llegamos a la zona de carga, y Frida accionó la compuerta de una nave ligera. Luego”¦, se abrió la puerta de escape, y asomaba por la ventanilla del cuarto de control uno de los nativos con los veintitrés ojos quebrados hasta el fondo más profundo del óleo enardecido de nosotras escapando.

Entonces vi el polvo de la nodriza desapareciendo en años luz.

“”¿Lo traés?”” Dije.

“”Hasta el último adelanto cuántico”” Dijo golpeando suavemente los controles.

“”¿Segura?””.

“”Tengo muestras embaladas””. Dijo.

Hubo un silencio de aquellos gritones; derramado por todas partes, cayendo, brincando, arañando hasta abrirse espacio hondamente entre los hemisferios infernales del alma. Girando despacio la rueda de la creación para rajar el ansia de la misma.

“”¿Cómo es que no nos delató?””. Le dije.

“”Estaba enamorado de mí­. Le prometí­ que volverí­a”” Dijo Frida.

“”Pero no vamos a volver nunca””. Dije mientras miraba el monocromático telón de luces.

“”Inyecté un troyano en el sistema. La nodriza estaba enferma””. Dijo.

“”Al menos aquí­ fui una princesa”¦”” Dije.

“”¿Lo besaste?”” Preguntó Frida.

“”Vos sabés que sí­”¦””.

“”¿Cuántas veces?”” Replicó.

“”Repetidas veces””. Dije.

Entonces me abofeteó duramente. Tanto que la corona se estrelló con la ventanilla cayendo intacta en la alfombra de la nave. Luego se me rodaron unos ice bergs y al recogerlos me quemaban.

“”Dame un beso””. Dijo.

Pero volteé la cara hacia el cristal. El cristal era mejor. El infinito consolaba un poco.

“”Tal vez sea el último beso”¦””. Dijo Frida. “”Voy a abrir un agujero negro, y cuando lleguemos a la Tierra no vamos a poder identificarnos porque la nave no reconoce la frecuencia””.

“”Entonces somos el enemigo””. Dije.

“”Dame un beso””. Dijo Frida.

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Mark Bonnet
Poeta y estudiante de la Universidad de El Salvador
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