sábado, 13 abril 2024

CUENTO | Eso de amar con el hí­gado me da asco

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"Vomitar en altamar es casi un poema. No sé por qué a los poetas no les da por escribir algunos versos sobre vomitar a la luz de las estrellas en medio del mar"

Desperté aturdido. Todaví­a tení­a sabor a ron en la boca y el movimiento del barco comenzaba a provocarme náuseas.

El capitán ni siquiera pudo caminar a su camarote. Estaba tumbado boca abajo, roncando con el resto de marineros regados en el piso. El grumete de turno habí­a vomitado a un lado de su cabeza. ¡Pobre chico! Anoche habrá bebido más whisky que toda la leche de su madre cuando bebé.

Me toqué la cabeza buscando no sé qué. Sentí­ mi pelo duro. No me lavo desde que zarpamos hace tres semanas. No hace mucha falta en medio del mar. Aquí­ nadie espera encontrar un marinero que huela bien: uña y mugre. ¡Si se enterara mi madre!

Cuando me volví­ a poner el sombrero recordé las náuseas. Tuve que levantarme a potar por la borda teniendo cuidado en el camino de no pisar la cabeza de alguno de los señores tirados en el suelo.

El olor a vagabundo es intenso. Pareciera que la peste hubiera hecho de las suyas en aquel espacio oscuro de los camarotes.

Afuera era diferente. La luna todaví­a hací­a brillar los clavos de la cubierta. Vomitar en altamar es casi un poema. No sé por qué a los poetas no les da por escribir algunos versos sobre vomitar a la luz de las estrellas en medio del mar. El crujir de los maderos y el viento inflando las velas suenan a música.

¡Poesí­a! ¡Bah! ¡Para que sigan limpiándose el culo con seda las mujeres del puerto y la hija del barbero!

““¡Ven acá, muchacho! ““decí­a mi padre ““Te voy a enseñar a enamorar a una mujer.

Él les ofrecí­a cerveza. Quizá haya sido un viejo loco, pero no tonto. Decí­a: “He visto a las parejas que salen tomadas de la mano de la iglesia: ella regresa a casa y él la engaña con otra. Pero he visto a parejas salir de tabernas directo a una cama a fornicar como locos. No señor, la cerveza une a la gente más que las hostias”.

Nunca supe qué le vio mi madre a aquel hombre de barba oscura y risa estruendosa. Ella, en cambio, tení­a la mirada dulce, decidida y fiera. “¡Ojos de pirata!” le gritaba mi padre con su aliento a ron.

Ron”¦ anoche sin decir una palabra bebí­ pensando en esos ojos. Mientras los muchachos sacudí­an sus codos con cantos sobre las mujeres del puerto y sobre las mil maneras de asegurarse un puesto en el Infierno, yo pensaba en mi madre.

Vi su mirada apagarse por la tuberculosis. Murió una noche como esta: despejada, llena de estrellas. También vomité esa vez. El viejo me sostuvo con la boca hacia abajo para que pudiera sacar todo. “¡Escupe ese maldito hí­gado! Es mejor que se lo coman los peces”¦”, me dijo.

Los griegos pensaban que el amor estaba en el hí­gado. Bueno, eso es lo que el barbero Tom dijo una vez.

-¡Para mí­ que solo era una excusa para emborracharse! ““refunfuñaba.

Como sea. Mi padre perdió los estribos por completo después de que mi madre murió. No habí­a dí­a que no estuviera borracho hasta que desapareció del puerto. Unos dicen que partió en un naví­o pesquero y otros que se lanzó del puerto y que se ahogó. Jamás volví­ a saber de él.

Estoy seguro que de haber sabido más que beber, el viejo me lo habrí­a enseñado también.

En el bolsillo aún tengo la cajita con tabaco y mi pipa. Me considero afortunado. Quizá si fumo un poco logre quitarme el sabor amargo del vómito, el sabor a hí­gado y ron”¦ El sabor a un amor andado a mal.

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