Por Gabriel Otero.
CEREMONIAS
Es innegable que las ceremonias de inauguración de los Juegos Olímpicos son larguísimas, tal vez porque el país anfitrión se luce e intenta resumir historia, cultura, filosofía y cosmovisión nacionales en eventos de tres a cinco horas en concordancia a su idiosincrasia, exponen lo mejor que tienen en espléndidas galas.
En Los Ángeles 1984, exaltando una visión futurista y en el culmen de la tecnología de punta, se produjo la aparición de Rocket Man impulsado por tanques de peróxido de hidrógeno quien flotó sobre la cancha, el volador no estuvo exento de riesgos y de estallar en el aire.
En Atlanta 1996, el momento emotivo corrió a cargo del boxeador Mohamed Ali, un ídolo de la rebeldía y de las masas, quien además padecía la enfermedad de Parkinson en un grado avanzado lo que no le impidió cargar la flama olímpica, y mediante un complejo mecanismo, encender el pebetero.
En Londres 2012, la ceremonia dirigida por el cineasta Danny Boyle, le dio un toque de espectacularidad al evento, con la aparición de Mr. Bean y la interpretación de decenas de grupos de la muy apreciada y escuchada música inglesa.
En París 2024, fue muy diferente al evento tradicional celebrado en estadios, el desfile de los atletas se realizó sobre barcos en el río Sena y las escenas televisadas se desarrollaron en diversos lugares emblemáticos de la ciudad como la Torre Eiffel y puentes, balcones, buhardillas, techos y bibliotecas, en el que grupos y solistas de danza y música hicieron suya la ciudad como un enorme escenario para el arte, la comedia humana y la tecnología. Francia ha aportado tanto a la humanidad desde el concepto moderno de república, la invención del cine, las vanguardias artísticas, la moda y el lujo, la música, la literatura, la gastronomía hasta el cabaré.
Pero algo sucedió en un par de happenings en los que intervenían drag queens y otros personajes pintorescos, a semejanza de un festín pantagruélico, una escena en la que se reflejaban los excesos como en La Gran Comilona de Marco Ferreri, con la diferencia que el protagonista era un ser azulado.
En otro cuadro, un jinete se paseó con un caballo plateado metálico sobre el río Sena, la imagen no parecía de este mundo.
Cada uno lo interpretó como quiso, y un tsunami de críticas inundó las redes.
ENTRE CATÓLICOS Y ARTISTAS
Me perdí la transmisión en directo de la inauguración, ni siquiera leí el alud de opiniones negativas generadas por el evento, yo estaba más preocupado en llegar a casa y salvarme del diluvio que cayó en la ciudad.
Fue en esa misma noche que pude ver sin interrupciones el enorme espectáculo y despliegue tecnológico con constantes alusiones a la historia, la cultura y el arte como hilos conductores, y seguí con atención la Antorcha Olímpica que llevaba el encapuchado practicante de parkour, y en la Biblioteca Nacional atisbé algunos títulos de Verlaine y de Maupassant, y escuché la música de Dukas y reconocí el Nautilus, de la invención de Julio Verne en el que viajaban los Minions, y observé la belleza y perfección de los baúles de Louis Vuitton y a medida que pasaba la velada y la lluvia pertinaz caía sobre París, intervenían personajes coloridos y rosas como un homenaje a la inclusión, y también de mujeres destacadas que intervinieron en la historia francesa.
Llegado el momento pude contemplar la escena considerada como blasfema por los católicos, y supe que la grey conservadora y excluyente tenía un pretexto ideal para protestar porque posee un milenario complejo de persecución. La grey censura y se escandaliza por cualquier cosa, su fe los hace sentirse el centro del universo y condenar por ignorancia todo lo que los rodea.
El colmo fue confundir al jinete plateado con el corcel que anuncia el apocalipsis y calificarlo de satánico, y recordé los versos de Ernesto Cardenal “y la iglesia en penumbra parece que está llena de demonios”, y pensé en tantos fariseos actuales que colman las familias y que ven la paja en el ojo ajeno y no en el propio.
Y al día siguiente revisé mis redes sociales, en las que abundan católicos y artistas, e intenté leer todas las opiniones y de cómo exigían respeto por algo que no profesan, y analicé que la principal molestia residía, no en la parodia del cuadro de La última cena, misma que ha sido imitada docenas de veces en otras circunstancias y por otros personajes, sino porque en esta ocasión eran drag queens, gente considerada abominable por ejercer sus pecados y llevarlos a flor de piel. Y aunque los organizadores aclararon que el personaje azul era Dionisio en una fiesta pagana, de nada sirvió la precisión.
El escándalo me trajo reminiscencias de la película de Jesucristo Superestrella, dirigida por Norman Jewison en 1973, basada en la obra de Andrew Lloyd Weber y Tim Rice, que fue considerada blasfema por su interpretación lírica de la vida de Jesús.
DEL RACIONALISMO A LA FE
No hay punto de comparación entre un pueblo republicano y racionalista con una amplísima trayectoria y acerbo en el pensamiento, el arte y la filosofía como el francés, con sociedades teocráticas y periféricas como la salvadoreña, en las que se antepone la fe al pensamiento y luego a la existencia.
Creer y caer en las trampas redundantes de la fe y luego existir aunque se agote la vida y ser alimento de gusanos y convertirse en polvo que enturbia el mirar.
Prefiero pensar.