martes, 10 junio 2025
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Cozumel

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"Que bello es el océano, su inmensidad embelesadora, su aspecto infinito, el compás de sus olas": Gabriel Otero.

Por Gabriel Otero.

Que bello es el océano, su inmensidad embelesadora, su aspecto infinito, el compás de sus olas. El mar Caribe es una sinfonía visual en tonos verdes y azules, ahí se pueden pasar días y días escrutando sus detalles y observar peces multicolores y cardúmenes que se niegan a ser alimento, y en el fondo, sobre su arena blanca, yacen caracoles, piedras planas como fósiles vivientes y residuos de algas, todo parece ser dejado al azar por manos invisibles para conservar la armonía milenaria de la naturaleza.

Esta isla era territorio de la civilización maya ¿cómo no ser científicos e imaginativos en un entorno creado por la grandeza de Kukulcán? La serpiente emplumada derramando su sabiduría en el mar y el firmamento, aquí me reconocí entre almendros silvestres y en el sol naciendo a diario en el oriente.

Antes del viaje, intenté quitarme la peste citadina y desconectarme del jinete apocalíptico de la tecnología, y me llevé a pasear un libro, que ni siquiera abrí, y en el lugar, me dediqué a tomar piñas coladas, a contemplar atardeceres, y a descubrir los misterios de mi esposa, porque nunca será suficiente una vida para amarla.

Y ahí estábamos solos frente a las olas, rodeados de extranjeros angloparlantes que nos hacían recordar que el humano es la peor plaga que le ha sucedido al planeta, y eso que aún no habíamos descubierto la decadencia flotante de los cruceros.

Hasta que fuimos al centro de Cozumel, ahí vimos cinco ciudades atracadas en los muelles, barcos impresionantes como edificios multifamiliares con parques temáticos en sus cubiertas, albercas, toboganes y canchas, para mantener ocupados a miles de paseantes impacientes, ávidos de recibir instrucciones sobre qué hacer durante sus vacaciones, porque no se pueden ocupar solos, el ocio es un frío condimento para sus vidas anodinas.

Los vimos desembarcar, eran cientos, que caminaban cuales hordas despistadas para desparramarse en el malecón, y con sus dólares llegaban a conquistar tiendas y a dejar propinas verdes y ridículas, y huimos, con la imagen desnuda de estos viajeros invasores del mundo.

Y, dicho sea de paso, regresamos a refugiarnos a la playa en donde habilitamos un breve santuario personal para abstraernos de la voraz energía parasitaria.

Ahí estuvimos en la orilla adonde se creó el universo, y vimos bailar a las estrellas y miramos la luna clara deseando se estancaran los días y las noches y que nuestro regreso se alejara cada vez más.

Pero a cada final corresponde un comienzo, volvimos al caos de la ciudad.

Y toda experiencia queda dentro de uno.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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