Convergencia no pro-oligárquica

Para democratizar el capital y no sólo el Estado.

Partiendo de que el único obstáculo para el desarrollo económico de Guatemala es una oligarquí­a compuesta de una veintena de familias, me he reunido con grupos de derecha e izquierda que se definen como no pro-oligárquicos, para explorar posibilidades de convergencia y alianzas tácticas tendentes a crear un instrumento polí­tico que no sólo democratice el Estado, sino también el capital.

Democratizar el capital no significa quitarle dinero a alguien para dárselo a otra persona, y lo mismo puede decirse de toda la propiedad privada. Significa, en cambio, poner el capital a disposición de nuevos emprendedores, mediante una banca que facilite préstamos con intereses pagables, la cual se capitalice gracias a la expansión de la pequeña, mediana y gran empresa no-monopolista. Una banca que sea privada, sí­, pero que se combine con otra, pública y soberana, para darle al Estado el poder de garantizar la igualdad de oportunidades, la libre competencia y el control de monopolios —como reza el ideario liberal— en la inversión privada y en la foránea.

Explorando esta posibilidad, me he reunido con empresarios de derecha e izquierda, y también con organizaciones que buscan converger para logra un cambio en el orden oligárquico local, que democratice la polí­tica (el Estado) y la economí­a (el capital). Además de con empresarios de derecha, me he reunido con socialdemócratas herederos de la experiencia de Manuel Colom, con la Fundación Turcios Lima, con gente de Convergencia, con gente de CODECA, con gente de Serrano Elí­as, con expegetianos, exguerrilleros y militares que actúan a tí­tulo personal y que —como yo— no pertenecen a ninguna de estas agrupaciones.

Los criterios copiados de la hegemoní­a oligárquica pronto aparecieron. Por ejemplo, “yo no me junto con guerrilleros porque el comunismo nunca muere en su negro corazón”, o “yo no dialogo con serranistas porque Serrano es un corrupto (igual que Baldizón)”, o “yo no hablo con César Montes porque se roba todo el jade de la Sierra de las Minas (je, en serio, así­ me han dicho), o “ni se te ocurra hablar con Baldizón o Sandra porque yo me retiro”. Y me pregunto, si es que es cierto (porque hace falta probárselos) todo lo que se dice de Serrano, Baldizón, Montes y Sandra (sin ánimo de igualarlos), ¿en qué se diferencian éstos del resto de polí­ticos a los que nadie denigra? Y me respondo: en que al resto no lo ha satanizado la oligarquí­a. Y sigo preguntándome: ¿basta la campaña mediática y no la prueba fehaciente para darse fallidos aires de pureza?

Y, ojo, que no estoy defendiendo a ninguno de aquéllos. No me corresponde ni necesito hacerlo, y ellos tampoco requieren de mi defensa. Sólo señalo de qué manera la hegemoní­a oligárquica actúa como factor de división y fragmentación a la hora de construir una amplia convergencia no pro-oligárquica. Y lo mismo pasa con las posturas hiperizquierdizadas —puristas y principistas— de los nostálgicos y de quienes, sin haber participado en la lucha popular —pero debidamente financiados por la cooperación internacional—, buscan ser ideólogos de románticos incautos vociferando cursis discursos de alocada histeria populista.

No me he reunido con Povres ni con Avemilgua ni con la Fundación contra el terrorismo porque son pro-oligárquicos. Para la ultraderecha, el bienestar de las mayorí­as —además del de las élites— no importa. Para la convergencia democrática, sí­. Por eso ésta debate, crece y avanza.