“Soy uno de esos hombres bochornosos que no tienen postura política”, afirmó Bukowski. Esa frase deleita mis pupilas y resuena en mis oídos la “Heroica” polonesa de Chopin. Así no puedo entonces privarme de un particular gusto: garrapatear sin miramiento en una cuartilla y media un par de ocurrencias que me surgen al observar este mi país que ‒a medio siglo después del memorable Woodstock, del impecable primer alunizaje humano y de la impresentable guerra con Honduras‒ habrá cambiado mucho de forma pero poco o nada de fondo, al seguir imperando en el mismo una política sin sentido; es decir, sin su sentido más hondo.
El hasta la fecha único santo salvadoreño, sostuvo el 31 de julio de 1977 que la “gran política” eclesial era la del “bien común”. Y a la “clase politiquera” de entonces ‒que al igual que la actual no tenía “clase”‒ le demandó el 6 de agosto de 1978 ayudar “en nombre de Cristo” a esclarecer la realidad y buscar soluciones sin evadir “su vocación de dirigentes”. Lo que “han recibido de Dios” ‒dijo‒ “no es para esconderlo en la comodidad de una familia, de un bienestar. Hoy la patria necesita sobre todo la inteligencia de ustedes. A los partidos políticos, a las organizaciones gremiales, cooperativas o populares, el Señor […] les quiere inspirar la mística de su divina transfiguración, para transfigurar también desde la fuerza organizada, no con métodos o místicas ineficaces de violencia sino con verdadera, auténtica liberación”.
“El mundo de los pobres nos enseña ‒afirmó 50 días antes de consumarse su martirio– que la liberación llegará no solo cuando los pobres sean puros destinatarios de los beneficios de Gobiernos o de la misma Iglesia, sino actores y protagonistas ellos mismos de su lucha y de su liberación desenmascarando así la raíz última de falsos paternalismos, aun eclesiales”.
He ahí el verdadero sentido de la política, contrario a la política sin más sentido que el del aprovechamiento particular individual o grupal; distinto del todo a su antípoda plagado de autocracia, demagogia y mesianismo que ha permanecido y permanece vigente dañando ‒siempre y desde siempre‒ a la desguarnecida población de esta adolorida tierra.
Difiero, eso sí, con el gran Bukowski. Seré bochornoso, quizás, pero tengo postura política ante este torvo escenario guanaco y es la de un pleno rechazo. Porque, como él asegura, “los tiempos son mucho más duros de lo que nos dice el Gobierno”; por ello, también en sus palabras, todo nuestro “pensamiento no debe hacer hincapié en cómo destruir un Gobierno sino en cómo crear otro mejor”. Para esto último hay que hacer gala no de un solo sentido, sino de los cinco ya conocidos y más.
El de la vista es básico. Debemos otear con claridad en el horizonte lo que debemos alcanzar: el bien común. Así, sin más. Eso conlleva la urgente necesidad de apartar del camino a quienes promueven el mal común en que permanecen las mayorías populares y del cual se favorecen. Para ello debe tenerse el olfato suficiente que permita recelar o confiar, según lo demanden las circunstancias que también exigen ‒en determinadas situaciones‒ tacto para establecer las oportunas alianzas y sortear sin mayores traumas las usuales amenazas.
Nuestro oído debe estar atento, tanto a los “cantos de sirena” que pretenden endulzarlo como a las voces amigas que brindan privilegiados consejos. Finalmente, se requiere un afinado sentido del gusto por lo bueno que rebosa en lo humano de la vida, la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Agréguele que ese es el sentido único de nuestra realización plena como personas, el cual genera real esperanza y causa gratificantes alegrías; por esto último, hay que asumir el desafiante reto del bien común con un alto sentido del humor.
Si no, sobre todo para la juventud salvadoreña en situación de extrema vulnerabilidad, la condena ya es y seguirá siendo la del “serratiano” destino descrito en el crudo “Pueblo blanco”: “Escapad gente tierna porque esta tierra está enferma y no esperes mañana lo que no te dio ayer, que no hay nada que hacer. Toma tu mula, tu hembra y tu arreo; sigue el camino del pueblo hebreo y busca otra luna. Tal vez mañana sonría la fortuna. Y si te toca llorar, es mejor frente al mar… Si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas y atravesando lomas dejar mi pueblo atrás, juro por lo que fui que me iría de aquí. Pero los muertos están en cautiverio y no nos dejan salir del cementerio”.