martes, 10 diciembre 2024

Compañeros enemigos”“ (Segunda parte)

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El juicio contra Dalton fue el teatro por medio del cual se quiso zanjar una discrepancia que Mira y sus acólitos convirtieron en una pugna cerrada por la conducción polí­tica

Los fundadores de una organización, aquellas figuras en cuya voluntad se ubica el origen de un partido, suelen ver la creatura polí­tica surgida de sus esfuerzos como una pertenencia. Padres suyos que son, se creen con derecho a dirigirla para siempre. Esa patrimonialización del poder, rasgo de un estilo de gobierno oligárquico, suele encontrarse en partidos que se autodenominan populares y democráticos.

Cuando en tales partidos surgen tendencias o figuras que ponen en peligro el dominio de los padres fundadores o de quienes se hayan apoderado de la dirección, es probable que dicha amenaza se ataje de tres maneras: por medio de la cooptación, la expulsión o la eliminación fí­sica del sector crí­tico.

En 1974, una corriente en el seno del ERP se atrevió a discutir las ideas tácticas de su padre fundador y de sus acólitos militaristas. Una de las cabezas que lideraron aquella discrepancia fue Roque Dalton. Ante Roque y la lí­nea que representaba, la dirigencia del ERP pudo abrir una discusión sobre las dos alternativas para dejar que la militancia eligiese una u otra democráticamente, pero eso suponí­a abrir un resquicio a la alternancia en el poder y la posibilidad de que la aceptación de la nueva lí­nea supusiese un cambio en las estructuras de dirección. Mira y su gente cerraron esa puerta y optaron por anatemizar a los portavoces de la otra lí­nea convirtiéndolos en traidores de la revolución.

Los padres fundadores del partido del pueblo o sus élites dirigentes no solo son los propietarios de los cargos sino que son los únicos y auténticos representantes de la verdad y el cambio en la tierra. Quien ose cuestionar sus ideas o sus acciones, será tratado como un hereje traidor de los intereses populares.

El juicio contra Dalton fue el teatro por medio del cual se quiso zanjar una discrepancia que Mira y sus acólitos convirtieron en una pugna cerrada por la conducción polí­tica. Esa pugna adquirió una lógica bélica que llegó al extremo de calcular que se lograrí­a vencer “polí­ticamente” a la otra facción, si se eliminaba a una de sus cabezas más notables. Todos los cargos contra Dalton (agente de la CIA, agente cubano, pequeño burgués irresponsable, etcétera) fueron pretextos o sublimaciones que lo que perseguí­an era justificar y legitimar el asesinato de quien era considerado por los dueños de la organización como una amenaza interna.

Habrí­a que preguntarse por qué se prefirió asesinar al poeta en vez de expulsarlo. Se dirá que las “acusaciones” que pesaban contra él eran muy graves. El caso es que tales acusaciones no pasaban de ser meras sospechas que carecí­an de pruebas sólidas que las confirmaran. Esa debilidad probatoria no creo que le importase demasiado a quienes se moví­an con el objetivo de matar a una figura que amenazaba su liderazgo. Un Roque Dalton expulsado podí­a llevarse con él a otros militantes del ERP y en esa medida la fractura interna tan temida llegarí­a a ser más profunda. Eliminándolo se creyó atajar ese peligro.

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Álvaro Rivera Larios
Álvaro Rivera Larios
Escritor, crítico literario y académico salvadoreño residente en Madrid. Columnista y analista de ContraPunto
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